Mikel ZUBIMENDI
REVELACIONES DE CORINNA ZU SAYN-WITTGENSTEIN

CORINNA DESNUDA AL REY Y LA PODREDUMBRE DE LA MONARQUÍA

La publicación de unas cintas en la que la amante del rey emérito afirma que la usó como testaferro «porque soy residente en Mónaco», que abrió cuentas en Suiza y estructuras de blanqueo, refleja un comportamiento que todo el mundo sabía o fingía no saber.

Se ha dicho de él que era un raro ejemplo de monarca hecho a sí mismo, el más popular de Europa, el menos distante y disfuncional de todos reyes, el embajador número uno de España en el mundo, el gran conseguidor de los más suculentos negocios en beneficio de todos. Por haber salvado supuestamente la democracia española gozó de un trato deferencial de la prensa, de unas cuotas estratosféricas de popularidad.

Se le proyectaba como un superviviente nato. Sobrevivió a episodios sórdidos de infancia, como haber matado de un tiro a su hermano menor; al hecho de haber sido una criatura del dictador Franco, que lo acogió, moldeó y preparó para dar continuidad a su obra. El relato oficial dice que fue capaz de echar por tierra un golpe de Estado con su «milagrosa» intervención el 23-F. Se sobrepuso a multitud de operaciones quirúrgicas, de pulmón, de cadera, de rodilla, hasta a cuatro intervenciones en diez meses.

Lo encumbraron hasta niveles insospechados, creyeron construir un muro impenetrable tras el cual le mitificaron y protegieron. Pero, primero con un accidente en una cacería de elefantes en Botsuana que le fracturó la cadera, y ahora con la filtración de unas grabaciones, su amante Corinna zu-Sayn-Wittgenstein ha precipitado su caída. Ha dejado al rey desnudo.

Sorpresas que no sorprenden

Juan Carlos de Borbón vuelve a estar en el ojo del huracán. La tormenta es perfecta: con su yerno Iñaki Urdangarin preso por corrupción, se han publicado unas cintas en las que su amante, su «amiga entrañable», afirma que el rey emérito recurre a testaferros para ocultar patrimonio en el extranjero, que es un comisionista y que tiene una fortuna incalculable en cuentas de Suiza. Es decir, un comportamiento delincuente, crapuloso, totalmente impune.

Ahora bien, que esas revelaciones tengan la capacidad de romper la red clientelar de encumbramiento aristocrático que rodea a la Casa Real, es algo que está por ver. Resulta muy aventurado hacer cábalas sobre las consecuencias de unas revelaciones que, en realidad, son una sorpresa que no sorprende, no dicen nada nuevo, nada que no se supiera antes. La diferencia está en quién lo dice, su amante. Y en una sociedad cotilla, es más fácil que la sangre llegué al río por cuestiones de honor o del qué dirán, que por razones de latrocinio o malversación.

La filtración de cuatro horas de conversación entre la lobbista alemana, el comisario de Policía jubilado y ahora preso José Manuel Villarejo y el empresario y expresidente de Telefónica Juan Villalonga no está libre de sospechas. Podría obedecer a una manipulación o a un intento de chantaje de uno de los personajes más infectos de las cloacas del Estado para quedar en libertad. En cualquier caso, las relaciones de trama muestran lo peor de un pozo séptico con aguas residuales desparramadas, en el que se entremezclan excomisarios mafiosos de Policía, el director del CNI, empresarios multimillonarios y la querida lobbista.

Que el rey emérito usaba testaferros antes de valerse de la condición de residente en Mónaco de zu-Sayn-Wittgenstein era público, ahí está la figura de Manuel Prado y Colón de Carvajal, supuesto descendiente del mismísimo Cristobal Colón y testaferro en jefe del monarca. Antes del cobro de comisiones por intermediar en la construcción del AVE a La Meca, como señala la «amiga entrañable», ya era conocido que sacaba tajada del petróleo que España importaba del reino de los Saud, así como que siempre tuvo dinero opaco, cuentas, fondos y herencias en el extranjero o que se aprovechó de la amnistía fiscal de Montoro.

Una criatura de franco

Nadie sabe lo realmente rico que es el rey emérito. Aparece en listas de millonarios como las de la revista ‘‘Forbes’’ o ‘‘EuroBusiness’’. Tiene fincas desparramadas por toda Europa, colecciones de arte, propiedades de todo tipo. Recibe regalos de lujo, yates como el Bribón, coches, relojes, casas y es agasajado por los mejores chefs del firmamento Michelín. Pero sus cuentas no son auditables, es imposible investigarlo.

Es irresponsable penalmente, tiene impunidad e inmunidad absoluta. Los partidos políticos españoles, los que se dicen republicanos o los que venían del falangismo, en la práctica, todos son monárquicos y lo protegen. Legislaron para hacerlo «inviolable», para que no tuviera que rendir cuentas ante ningún delito, sea civil o penal. Instauraron prácticas de servilismo, de reverencias, besamanos e inclinación de cabezas, todo protegido por la censura de los medios y de los partidos sistémicos. Y para encumbrarlo al cénit de la popularidad, le construyeron un currículo particular: era el «salvador de la democracia» y tenía un carácter campechano, buen humor, era amante del buen vivir, las mujeres, los coches y la caza mayor.

Pero en realidad, el rey Juan Carlos I siempre fue y ha sido una criatura de Franco, una imposición del dictador. Siempre fue y ha sido el cordón umbilical, regado de sangre azul, que unía físicamente la España fascista con la llamada democracia de la Transición. La lapidaria declaración de Franco sobre el que sería su sucesor lo dejó claro: (Con Juan Carlos) «todo está atado y bien atado».

El camino que llevó a Juan Carlos de Borbón a ser rey se inició poco después de que los fascistas ganaran la guerra del 36. La Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado de 1947 ya fijó que España se constituía en un «Reino», quedando la jefatura del Estado en manos del «Caudillo de España y de la Cruzada, el generalísimo de los Ejércitos, Francisco Franco». Cuando este lo considerara oportuno, propondría a la Cortes su sucesor, con el título de rey o regente. Eso sucedió en 1969. El 22 de julio, el entonces príncipe, en calidad de sucesor, juraba de manera solemne lealtad a las Leyes Fundamentales (constitución franquista, la única que ha jurado) y a los principios del Movimiento Nacional (el partido único fascista).

Lanzada la transición, que contó la confianza de los grandes poderes europeos y de EEUU –diversas informaciones afirman que era el confidente de más alto nivel que el Secretario de Estado de EEUU, Henry Kissinger, tenía en España–, esta operación política giró en torno a la figura central que Franco designó antes de que sus restos reposaran en el único parque temático fascista del mundo, El Valle de los Caídos.

Mismo gen Borbón

Juan Carlos de Borbón gozó de una enorme popularidad, particularmente en los 80 y en los 90. La prensa de papel cuché, las revistas del corazón, presentaba a una familia real unida y modélica, y en su cúspide, al rey más popular de Europa. Pero era un paripé. El rey se prodigaba en sus devaneos extramatrimoniales con vedettes, estrellas del destape que en la Transición aparecieron desnudas en los kioscos o aristócratas europeas. Vivía gratis total. Sus viajes, su seguridad, palacios, personal y manutención eran pagados con el dinero de todos.

El accidente que tuvo cazando elefantes en Botsuana, además de permitir al gran público conocer a zu-Sayn-Wittgenstein, echó por tierra el mito. En plena crisis, con una sociedad que perdía salarios y derechos, aquello desencadenó la caída en desgracia, el desnudo más obsceno. Ni el plañidero acto de contrición televisada del «lo siento mucho, me he equivocado; no volverá a ocurrir» pudo salvarlo de la quema.

Tras una abdicación exprés, en contra de su voluntad, nombraron rey a su hijo Felipe. Este se casó con el traje de capitán general y desfiló en el Rolls Royce de Franco con «una plebeya de pueblo que llegó a ser reina»; con una especie de Lady Di española que presentaba el telediario de TVE a las órdenes de Alfredo Urdaci en los tiempos de Aznar y el 11-M. Tomó el título de Felipe VI, dando continuidad a Felipe V, el monarca que trajo la absoluta destrucción política, económica y social de Catalunya

El nuevo rey tiene el mismo gen Borbón, es un militar al que le gustan las guerras y la posición de firmes. El 3 de octubre compareció con los puños cerrados y un aire marcial, para leer un discurso brutalmente agresivo. Para amenazar al pueblo de Catalunya. Es el heredero de una bomba de relojería a la que los poderes han querido alargar el tiempo.