Mikel CHAMIZO
Crítico musical
79. DONOSTIAKO MUSIKA HAMABOSTALDIA

LAS PEQUEÑAS HISTORIAS TRAS EL GRAN FESTIVAL DE MÚSICA CLÁSICA

La Quincena Musical se va acercando a su final y las historias y anécdotas comienzan a acumularse. Tras el espectáculo perfectamente engrasado que disfruta el público, se esconden peripecias que marcan los recuerdos del equipo que hace posible el festival.

La Quincena Musical es un festival de gran envergadura: casi un mes de actividad, más de setenta conciertos y cientos de músicos pisando una veintena de escenarios. Pero tras la ambiciosa dimensión artística de la Quincena se esconden pequeñas historias de todo tipo: enfermedades que trastocan toda una representación, crisis informáticas, aventuras zoológicas y también la forja de nuevas amistades. Hoy traemos algunas de esas anécdotas que el público no suele conocer.   

La rebelión de las máquinas

Es bien sabido que el mayor enemigo de las artes escénicas son las máquinas. Si hay circuitos y ordenadores de por medio, es seguro que algo fallará en cualquier momento. La segunda función de La Fura dels Baus, por ejemplo, comenzó veinte minutos tarde porque el ordenador que movía la grúa se desconfiguró justo antes de empezar. Pero peor fue lo del camello que guardaba uno de los laterales del escenario en “La italiana en Argel”. Cuando lo enchufaron por primera vez, empezó a echar humo y hubo que acudir a expertos informáticos locales para resucitarlo. Lo consiguieron, aunque el meneo de su cabeza durante las funciones siguió siendo un tanto descoyuntado. Otro de los elementos escenográficos de “La italiana” estaba compuesto por 124 lamparitas y cuando llegó a Donostia no funcionaba ni una. La Quincena pidió ayuda a los electricistas del Jazzaldia quienes, tras desmontarlas todas y colocarles un elemento no conductor, lograron que funcionaran 119. 

Una noche en la ópera

La ópera es, por su propia naturaleza, el capítulo de la Quincena que más anécdotas deja. El barítono Nahuel De Pierro, que hacía del malo, se puso malo él mismo y tuvieron que llevarlo a la Policlínica para que lo viera un doctor. Ese susto se arregló con unas medicinas, pero no así el que provocó en todo el equipo que la segunda regidora ingresara en el hospital la víspera del estreno. Se tuvo que hacer una reestructuración de urgencia: la tercera regidora pasó a ser segunda y el director de producción, José Ignacio Abanda, hizo de tercer regidor. Al final, estas experiencias unen: el buen rollo entre el equipo técnico y artístico fue patente y casi todas las noches se iban juntos a cenar. En el equipo, por cierto, había una maquilladora con un premio Goya, Ainhoa Esquisabel.

Lo que la orquesta se llevó

Movilizar a una orquesta extranjera y alojarla en Donostia es un verdadero reto logístico. Una orquesta al completo ocupa alrededor de noventa habitaciones de hotel, que se convierten en el doble o el triple si pensamos que suelen ofrecer más de un concierto. En 2015, la cifra total de reservas para orquestas y artistas ascendió a 1.957. Pero conseguir dos mil habitaciones en Donostia, en agosto, es tarea imposible. Aunque se empiezan a gestionar las reservas en noviembre del año anterior, siempre hay alguna orquesta que tiene que alojarse en otro pueblo de Gipuzkoa, o incluso en Bilbo o Gasteiz. Además, aunque los músicos viajen en avión, hay que hacerse cargo de los camiones que cada orquesta manda por carretera con los instrumentos más grandes, como contrabajos, tubas, timbales... La Orquesta de Hamburgo, por ejemplo, la “lió parda” el pasado miércoles, al llegar con dos camiones y un remolque que no entraba en el muelle de carga del Kursaal. Tardaron más de una hora en conseguirlo. Al finalizar el montaje, los responsables de la orquesta tuvieron un detalle con los trabajadores locales: les regalaron un bolígrafo y una agenda.

Amor por contrato

No hay que olvidarse tampoco de las cuestiones legales, pues traer a una orquesta extranjera supone asumir compromisos muy importantes por ambas partes. Para hacerlo posible, los contratos se suelen cerrar con una antelación de dos o tres años, lo que significa que la Quincena tiene ya cerrados tramos de su edición del 2021. En el caso de los cantantes, solistas y grupos de cámara, el proceso es algo más inmediato: las gestiones se hacen entre ocho y quince meses antes. Sin embargo, y aunque parezca contradictorio, suele ser mucho más sencillo contratar a una orquesta, porque estas tienen estructuras estables que facilitan la labor mientras que los solistas, a veces, son más caóticos o se olvidan de lo apalabrado. Puede ser incluso peor: hace unos años, un celebérrimo cantante se presentó borracho a su recital y hubo que suspenderlo. ¿Qué ocurre si una de las partes incumple el contrato? Pueden emprenderse acciones legales, aunque esto no es habitual. Suele haber buena disposición por ambas partes.

El octavo pasajero

Del pequeño equipo de Quincena –en torno a diez personas a lo largo del año y algunos más durante el festival–, los que más kilómetros recorren son el personal de producción de Quincena Andante, el ciclo que lleva la música clásica fuera de Donostia y que en los últimos años ha crecido hasta alcanzar 24 conciertos en esta edición. Producción estudia los espacios en los que se desarrollarán los conciertos, los acondiciona, lleva hasta las salas a los artistas y los instrumentos... es decir, lo preparan todo para que el concierto pueda hacerse realidad. Esto supone, en ocasiones, enfrentarse a pequeñas aventuras, como la que les ocurrió en Senpere el 5 de agosto, un caluroso día que rozó los cuarenta grados. Un gato callejero, probablemente en busca de aire acondicionado, se coló en el Espacio Cultural Larreko durante el ensayo y tuvieron que perseguirlo durante más de media hora entre las butacas, hasta que consiguieron echarlo de vuelta a la calle.

Capriccio 

El legendario pianista Sviatoslav Richter, al final de su vida, mandaba a los agentes que le contrataban una guía con las instrucciones para que todo fuera sobre ruedas durante su visita: no debía encontrarse con nadie, pedía que le instalaran un piano eléctrico Clavinova en el hotel y que le pasara las páginas un estudiante joven y de pelo corto, entre otras exigencias. A pesar de la legendaria fama que arrastran, entre los divas y divos que visitan la Quincena Musical cada verano no abundan aquellos con caprichos extravagantes o peticiones estrafalarias. El pianista y director Christian Zacharias, por ejemplo, no ha hecho nada más que ensayar: con la orquesta, con el coro y con los solistas, juntos y por separado. Y cuando no ensayaba con ellos, ensayaba él solo. El único músico que ha mostrado algo parecido a un capricho fue el gaitero Carlos Núñez, que tiene por ritual zamparse un plato de espaguetis a la boloñesa antes de sus actuaciones. Como no encontraban en Donostia un restaurante que le hiciera boloñesa a las seis de la tarde, tuvo que hacer una excepción y se los comió con txistorra. 

 

El público de la Quincena tiene una media de 60 años 

Hace tres años la Quincena Musical encargó a la empresa Ikertalde un estudio del impacto que genera el festival en el tejido socioeconómico de Donostia y que, entre otros muchos puntos, analizó el perfil del público que acude. En cuanto a su procedencia, el estudió demostró que dominan los donostiarras (46%) y vecinos de la provincia (28%), que representan en torno al 75% del público de Quincena. El 25% restante se completa con un público más lejano, proveniente de diferentes puntos de la geografía estatal (14%), Araba y Bizkaia (10%) y el extranjero (2%), aunque los responsables del festival intuyen que este último ha crecido en las últimas ediciones, especialmente el procedente del Estado francés. En cuanto a la edad, la media del público de la Quincena ronda los 60 años (el 31,1% es menor de 50 años; el 37,2% tiene entre 50 y 65 años; y el 31,7 restante ha superado la barrera de los 65 años). Se trata, además, de un público fiel, con una media de asistencia aproximada de cuatro conciertos en cada edición. Con respecto a la etiqueta, en la Quincena constatan que, tal y como es tendencia en casi todo el mundo, esta se está relajando cada vez más y la presencia de corbatas es ya casi testimonial. El de la Quincena es, en general, un público satisfecho, con una valoración del festival de más de ocho puntos sobre una escala de 10. El aspecto más valorado parece ser la contribución del festival al posicionamiento cultural de Donostia, con 2,9 puntos sobre 3.

Otro aspecto destacable es la proyección mediática de la Quincena, que en las últimas ediciones ha superado cada verano las 800 apariciones en prensa escrita y digital, cuñas radiofónicas y televisión, lo que supone una media aproximada de treinta apariciones por día. En esta 79 edición, serán alrededor de cincuenta medios cubriendo la totalidad o parte del festival. El más lejano es el “New York Times”, y no suele ser raro que viajen periodistas del país de origen de alguna de las orquestas visitantes. M.C.