Beñat ZALDUA
BARCELONA
Entrevista
JORDI MUñOZ
DOCTOR EN CIENCIAS POLÍTICAS, PROFESOR EN LA UB

«El juicio debería ser una palanca para la confrontación democrática»

Sosiego, reflexión y luces largas. En el papel de necesario pepito grillo dentro del independentismo, el politólogo Jordi Muñoz señala algunos errores de octubre de 2017 y recuerda algo que a veces se olvida: la secesión es algo muy, muy, muy complicado.

Este otoño va de efemérides. ¿Qué cree que se podía haber hecho de otro modo para aprovechar mejor el capital del 1-O?

Duele decirlo, pero siempre he pensado que nos teníamos que haber quedado en el 1 y el 3 de octubre, y no ir al 27. Mirando en perspectiva aquella declaración que todos sabían inviable, creo que el problema no está tanto en octubre sino antes, en la definición de las leyes del referéndum y de la transitoriedad jurídica. Si, por ejemplo, hubiesen fijado un mínimo de participación no se habrían visto obligados a hacer una cosa sin la fuerza política suficiente.

La violencia del Estado también debió condicionar...

Sin duda. La sensación de injusticia, de épica, de capacidad de resistencia... hay una serie de cosas que condicionaron la lectura del 1-O. Sin violencia policial se podía haber dado el debate, aunque el margen político para hacer otra cosa, después de las leyes aprobadas, era pequeño.

Es una de las voces que más insiste en que ni el 1-O ni el 21D hubo una mayoría suficiente de votos, pero una parte importante del independentismo sigue instalada en el «ya hemos votado», «ya hemos ganado».

Creo que al final la realidad se acaba imponiendo, poco a poco; las cosas tienen su proceso. Es lo que intenta hacer ahora Esquerra y tiene costes, necesariamente, porque quizá han hecho muy rápido un giro de 180º. Primero hay que aceptar la realidad y luego ver cómo se puede transformar. En cualquier caso, la Diada demostró que aquí no se rinde nadie. La gente quiere continuar y hay un movimiento que, por mucha desorientación y división estratégica que haya, sigue vivo.

La Esquerra que apuesta ahora por la distensión es la que rechazó convocar elecciones el 26 de octubre. ¿Qué ha pasado?

En ERC se ha impuesto una reflexión realista, han visto que esto va para largo y que se debe construir una mayoría más sólida. Es lógico que haya gente enfadada y que una parte de su base social no lo entienda. A mí no me sorprende.

Pero si sigues la evolución de las encuestas, los costes no parecen tan grandes. Existe cierta desconexión entre el núcleo más militante del independentismo, que se expresa en las redes sociales, y el grueso del electorado independentista. Algo a lo que hay que añadir que el electorado de ERC ha cambiado mucho. Está en torno al 20% y es muy homogéneo, mucho más que el de JxCat. Tiene un 18% por ejemplo en Badalona. ERC responde a un electorado que no es exactamente, ni mayoritariamente, el electorado tradicional independentista.

En JxCat, por otro lado, intentan mantener una retórica rupturista que luego no se corresponde con la actuación del Govern. ¿Se puede alargar mucho esta discordancia?

No conozco lo suficiente las interioridades de este espacio político, pero es evidente que hay diversas fuerzas estirando hacia diversos lados. Por un lado, lo que queda de la Convergència de siempre, con ejemplos como el de Carles Campuzano en el Congreso; por otro, el polo de Puigdemont; y por último, aunque no tengo la suficiente información, intuyo un tercer polo que es el de Jordi Sànchez, cuyas reflexiones desde la cárcel son un poco diferentes.

La competición partidista ha acelerado el proceso en momentos clave, pero ahora, ¿supone un freno para reconstruir cierta unidad de acción?

La competición existe y es una combinación de desconfianzas pasadas y competencia electoral. Es inevitable, porque la diversidad ideológica del independentismo es irreductible. Seguirá existiendo y generando lógicas de competición con resultados no deseados, como podría ser el de la declaración del 27 de octubre. Pero eso no quita para que se pueda generar un consenso estratégico. Ya se dio por ejemplo el 27S. No es fácil, pero no es imposible.

¿Cree que Puigdemont puede pensar que sin tensión caerá en el olvido y que, por contra, Junqueras puede creer que con tensión su perspectiva penitenciaria empeora?

No sé hasta qué punto tienen esta percepción. Si la tienen, se debe relativizar porque, conociendo al Estado español, se me hace difícil pensar que pueda haber un replanteamiento de fondo en el juicio. Y desde el punto de vista de Puigdemont, creo que tiene un margen de acción muy grande y que puede adaptar su rol a situaciones muy diferentes. Tiene un gran capital político, es un referente para mucha gente y tiene influencia sobre el grupo parlamentario más grande del independentismo.

¿Y la CUP? ¿Ha encontrado la brújula para orientarse en el nuevo escenario?

Hay varias cosas. La primera es que el 21 de diciembre perdió muchos votos y, aunque no sea una formación orientada al electoralismo, eso condiciona. La segunda es que la CUP, ideológicamente, está lejos del centro del independentismo y, por tanto, para ellos tiene un gran coste dar estabilidad al Govern. Es lógico. Ocurriría en cualquier parlamento del mundo.

Dicho esto, soy más crítico con algunos planteamientos de la CUP sobre la implementación de la República, porque no son realistas. Entiendo algunas críticas que hacen, pero entiendo menos esa idea de que había una oportunidad insurreccional para constituir un nuevo Estado. Hay una cosa por la que pasan de puntillas y a la que se debe prestar más atención, y es la polarización interna en la sociedad catalana.

Hemos visto en los últimos meses al unionismo disputar la calle. ¿Cree que el independentismo ha minusvalorado esta polarización?

Es posible. Cuixart, en una carta, decía que, durante mucho tiempo, el PSC tenía unos líderes más catalanistas que sus votantes y que, ahora, nos encontramos en el caso contrario: Ciudadanos tiene un liderazgo más españolista que sus votantes. Y están muy radicalizados; hacen una enmienda a la totalidad no al independentismo, sino al autogobierno mismo. Y además tienen mucha capacidad para marcar agenda.

Esto va acompañado en la calle por la extrema derecha, que ha encontrado un espacio en el que se combinan la impunidad policial, judicial y mediática, por un lado, y la cobertura política que les da Ciudadanos, por otro. Hay que tenerlo en cuenta.

¿Le recuerda algo al País Valencià que vivió de joven?

Hay paralelismos. La hegemonía del independentismo, su presencia en la calle, no tiene nada que ver, tampoco las instituciones y los Mossos mismos, pero es importante actuar y atajarlo. Allí hubo bombas en casas de escritores, se quemaron coches de concejales, se atacaron sedes, etc. Si algo aprendimos en València es que esto tiene grados, pero que puede crecer en espiral muy fácilmente.

Parece que el siguiente hito será el juicio al 1-O. ¿Qué podemos esperar?

Debería ser una palanca democrática. En Catalunya hay mucha más gente que está en contra del juicio y de los encarcelamientos que a favor de la independencia. En la medida en que el Estado se bunkeriza en torno a la solución penal, se genera un espacio de consenso mucho más grande en la sociedad catalana. Eso se debería conseguir articular. Ahora, pensar que el juicio generará una situación insurreccional que llevará a hacer efectiva la República creo que no es realista. No solo esto, sino que daña la otra idea, la de generar un consenso sociopolítico amplio y transversal que ponga las bases para avanzar hacia una solución política.

Torra ha introducido la idea de la secesión como causa justa, que es aquella teoría en que la independencia se justifica por las vulneraciones de derechos sufridas. ¿Le ve recorrido?

Creo que es necesario evidenciar todas las vulneraciones, pero lo importante de este argumento no es que lo hagas tú, sino que te lo compren, porque al final es un argumento para el reconocimiento internacional. En este sentido, no creo que esta apelación sea una solución mágica. El mundo es un lugar muy bestia y el umbral de vulneraciones de derechos humanos que la comunidad internacional es capaz de tolerar es enorme.

En otros círculos toma fuerza la idea de acompañar la sentencia con una convocatoria electoral. ¿Solucionaría algo?

A veces se convocan elecciones cuando no sabes qué más hacer. Difícilmente tendrían unos resultados muy diferentes. Ahora, si hay evidencias de un realineamiento del voto y, por ejemplo, Ciudadanos pudiese sufrir un desgaste muy fuerte, aunque fuese a costa de hacer crecer al PSC, podría ser interesante. Al menos para generar una correlación de fuerzas en la que se pueda hablar de algo, porque ahora mismo en el Parlament es imposible.

Por último, quemados para un tiempo los cartuchos del referéndum unilateral y la declaración de independencia, ¿qué herramientas tiene el independentismo en el armario?

Empecemos por recordar que la independencia es una cosa muy complicada, no hay una vía mágica. La primera cosa que debe hacer el independentismo, y lo está haciendo bien, es persistir. No es tan emocionante como implementar la República, pero es la primera cosa que debe hacer. No desinflarse. Por eso eran tan importantes las elecciones del 21D o la Diada del martes.

Después hay que preguntarse en qué escenarios la independencia es posible. Para mí son dos: un escenario escocés o que esto caiga por su propio peso, con una supermayoría del 70%, por decir alguna cosa; un desbordamiento democrático tan bestia que sea imparable.

Porque el 50% más uno de los votos te sirve en el escenario escocés, aunque quiero remarcar que no hablo necesariamente de un referéndum acordado con el Estado. Hablo sobre todo de que los partidarios del «No» en Catalunya estén de acuerdo con las reglas del juego y acepten el resultado de una decisión. Si no hay consentimiento del perdedor, un sistema democrático no puede funcionar. El independentismo ha hecho un gran trabajo en la deslegitimación del estatus quo, pero no ha sido capaz de generar unas nuevas normas con suficiente legitimidad para crear unas instituciones aceptadas de forma general.