Iker BIZKARGUENAGA
BILBO
JUICIO POR LA MUERTE DE IñIGO CABACAS

Los testigos confirman que no hubo nada que motivara la carga policial

La segunda sesión del juicio dejó testimonios muy duros sobre lo ocurrido en el callejón de María Díaz de Haro. Laia Caballer, socorrista catalana de visita en Bilbo, fue la primera persona en atender a «Pitu» y no olvidará aquella noche en la que pasó de disfrutar de «una fiesta» a vivir «un infierno». Ni ella ni nadie vio nada que justificara la carga.

De disfrutar «en una zona de fiesta» a estar «en un infierno». Así resumió Laia Caballer, socorrista catalana que atendió a Iñigo Cabacas cuando yacía malherido, lo que ocurrió el 5 de abril de 2012, cuando su vida también cambió por completo. «No me lo creía, no entendía nada, todavía me cuesta entenderlo. Para mí hasta entonces los policías estaban para ayudar a la gente, pero una cosa así te cambia la vida, ya no ando por la calle tranquila, ves un policía y te da miedo», expuso al final de su intervención, entre lágrimas.

Las suyas no fueron las únicas que se derramaron en una sesión tremendamente emotiva y con unos testimonios terribles sobre lo sucedido en la plazuela de María Díaz de Haro. Y todos destacaron, además, que esa noche no había ocurrido nada que motivara aquella intervención policial. «El ambiente era festivo, de celebración», coincidieron los testigos. Negaron que hubiera habido una pelea multitudinaria, ni encapuchados, ni cabezas rapadas, ni lanzamiento de piedras o adoquines. Nada de nada. «Sólo un frenazo, portazo y disparos, disparos, disparos», evocó Caballer.

«Como un fusilamiento»

La declaración de esta mujer que estaba en Bilbo con su pareja y unos allegados fue capaz de transmitir el horror y la incredulidad que sintieron todas las personas que se congregaron en la céntrica plaza para celebrar el triunfo europeo del Athletic.

Explicó que en María Díaz de Haro había «muchísima gente», en ambiente festivo y familiar, «de alegría», con niños y adolescentes. De repente, oyó un frenazo, preguntó qué pasaba y le dijeron que «nada». Pero al poco comenzaron los disparos. Y ella, ajena entonces a lo que tantos vascos y vascas han sufrido en primera persona, se puso de pie sobre una jardinera, con las manos en alto, gritando «qué hacéis, dejad de disparar». «Pero seguían disparando», recordó, explicando que lo hacían «recto», hacia la gente allí reunida.

La multitud comenzó a huir, a refugiarse, «y ellos seguían disparando». Caballer se fijó en uno de los ertzainas, que entraba en la furgoneta, cargaba, salía y disparaba. Y lo hacía «cerca de la pared» donde se hallan los bares, «en línea recta». Aquel escenario le recordó a «una película», con los policías formando en línea, disparando a la plaza. «La sensación era como si nos estuvieran fusilando», explicó.

La amenaza del ertzaina

Después se acercó al establecimiento donde se encontraba su pareja y fue allí donde vio a Iñigo Cabacas, tumbado en el suelo. Ella tiene conocimientos de primeros auxilios y trató de socorrerlo. Le habló, le pellizcó para ver si respondía, pero el joven no respondía. Sangraba, tenía un coágulo del tamaño de un puño en la cabeza y convulsionaba. Tapó sus heridas con dos bufandas y su amiga Itsaso fue a ayudarla. Esta intentó buscarle el pulso. «Pero como no paraban los disparos, no podía».

Acercó su cara y sus gafas se cubrieron de vaho; por tanto, respiraba. Llamaron a una ambulancia, pero tardó mucho tiempo, «al menos 15 o 20 minutos». Mientras tanto los disparos seguían en el callejón que conecta con Pozas. Cuando llegó la ambulancia, preguntó a una sanitaria por qué habían tardado tanto. Y le contestó que «la Ertzaintza no les dejaba pasar».

Entonces se dirigió a un ertzaina que estaba cerca y le pidió el número de placa. La respuesta del policía le dejó de piedra: «Me dijo, ‘si no quieres terminar como el del suelo, lárgarte de aquí’». «¿Cómo se puede amenazar a una persona para que deje de atender a un herido?», preguntó emocionada.

A ver si era la «novia perdida»

La actitud de ese ertzaina no fue una excepción. Ziortza Ruiz se encontraba refugiada en la zona en la que Pitu resultó abatido, junto a una de las barras que se habían instalado en la plaza aquella jornada de fútbol. También llamó a la ambulancia, pero no llegaba –«se me hizo eterno»– y se acercó a los ertzainas para que pidieran una. Relató que la echaron de allí a porrazos, y que uno de los uniformados se acercó a ella y le preguntó «si era la novia perdida». Esos policías, añadió, intentaron entonces que nadie mirara hacia donde estaba Cabacas, despejando la zona por la fuerza.

Ruiz coincidió con el resto de los testigos en que antes de que aparecieran las furgonetas policiales el ambiente era festivo, «fenomenal, no pasaba nada». Por eso se preguntó «a qué venía eso, no había ninguna explicación para lo que estaba pasando». También contó que cuando comenzaron los pelotazos mucha gente respondió con las manos en alto, pidiendo tranquilidad. Ella no vio que nadie tirara nada a los ertzainas. Otros sí dijeron haber visto que alguien lanzó algún botellín de agua o algo similar, después de empezar la carga. Nada de piedras o adoquines, ni de encapuchados.

Tampoco vieron ninguna «pelea multitudinaria». Algunos sí hablaron una trifulca entre dos personas, o más bien la agresión de una persona a otra. Una «pelea de borrachos» resumió por videoconferencia, desde Málaga, Roberto Sánchez, exnovio de Caballer, que también lo vio. Pero todos coincidieron en que la cosa no fue a más, que ambos se marcharon y la fiesta siguió, hasta que se volvió un infierno.

 

«Me habría gustado que fueran valientes y hubieran estado aquí»

Manu Cabacas y Fina Liceranzu volvieron a estar en primera fila asistiendo al juicio, y al terminar el padre de Iñigo no pudo aguantar más la tensión. «Me he venido un poco abajo, no he podido mantener el dolor que he sentido viendo a los testigos», dijo después a los periodistas, tras señalar que «ayer –por el lunes– salí viendo una película de ficción, hoy he visto la película real». Sobre el duro trance de escuchar a los testigos, Manu declaró que le habría gustado «que los ertzainas que declararon ayer hubieran sido valientes y hubieran escuchado lo que he escuchado yo». «Hay que escucharlos para saber qué fue aquello», añadió, resumiendo que lo que ocurrió en María Díaz de Haro «fue una batalla campal, pero protagonizada por la Ertzaintza». Sobre las razones esgrimidas para justificar aquella carga, destacó que «ahí no hubo nada. No podrán nunca hacer ver lo contrario. Por mucho que intenten taparlo, el relato ha sido muy claro».

También hizo declaraciones la madre de «Pitu», que lamentó que «cuando Iñigo cayó al suelo la Ertzaintza no dejó a la gente que fuera a ayudarle. Eso nos ha dolido mucho, nos ha dolido mucho».

Fina explicó que el lunes dos de los ertzainas acusados se acercaron donde ellos y les pidieron perdón. Les dijeron que «aquello no tenía que haber pasado, que a ellos les ordenaron, que ellos tienen hijos. Y yo les contesté, ‘sí, vivos; el mío está en el cementerio’», detalló Fina.

Su abogada, Jone Goirizelaia, hizo una lectura de lo acontecido en la sesión del lunes y en la de ayer. Sobre la primera jornada consideró que habían quedado de manifiesto varias cosas. Por un lado, «la total y absoluta falta de pericia profesional» que expusieron los acusados, quienes a su juicio «hicieron una demostración de lo que no hay que hacer». Asimismo, indicó que «el desconocimiento del uso de las armas y sus consecuencias tiene relación con esa falta de pericia profesional», y también consideró «sorprendentes» las contradicciones entre los encausados.

Sobre la sesión de ayer, destacó que ha quedado acreditado que en aquel callejón «no pasaba nada», así como «el miedo que pasó la gente, la sensación de que aquellas personas que teóricamente los tienen que defender les estaban atacando y, sobre todo, el dato clarísimo de que era un ambiente festivo y nadie vio que lanzaran nada». «Todo el mundo coincide en que no era necesario que se hiciera una carga de estas características», subrayó.

La letrada también lamentó que los ertzainas acusados no hubieran estado para oír a los testigos. «Han decidido no acudir, es su decisión y hay que respetarla. Pero creo que les hubiera venido muy bien escuchar estos testimonios».I.B.