Anjel Ordoñez
Periodista
JO PUNTUA

«Onus probandi»

En general, la estadística enfría, porque encierra en cifras una realidad que siempre desborda la limitada capacidad de los cálculos. Aún así, ciertos datos, como los que ayer tomaron relieve en el marco del Día Mundial de la Eliminación de la Violencia contra la Mujeres, dibujan con trazo convulso un escenario desolador. Estos son algunos, ofrecidos por la ONU: una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual; apenas la mitad de las mujeres casadas decide libremente sobre las relaciones sexuales, el uso de anticonceptivos o su propia salud sexual; 200 millones de mujeres han sufrido algún tipo de mutilación genital.

Y uno que resulta especialmente descriptivo y perturbador: la violencia de género se ha convertido en una causa de muerte e incapacidad entre las mujeres en edad reproductiva tan grave como el cáncer. Es decir, la acción letal de los tumores mata a tantas mujeres como el hombre.

Sin embargo, tengo la certeza de que esta estadística, que en su formulación actual ya resulta aterradora, ni siquiera se ajusta a la realidad. Porque se queda corta, muy corta. El esfuerzo para trasladar al ámbito de lo social lo que en el pasado se encerraba en la parcela de lo privado ha dado resultados, pero todavía queda mucho por recorrer. No sabría decir qué porcentaje del iceberg somos capaces de ver, pero es evidente que el miedo sigue atenazando a muchas mujeres que temen, no solo a la venganza de quienes las maltratan, sino a la incomprensión de esa parte machista de la sociedad que decide no escuchar o, directamente, desconfiar de los escalofriantes relatos de tortura. Temen a quienes las violan y las golpean, pero también a quienes las juzgarán en público o en privado.

Nadie duda en denunciar que ha sido víctima de un atraco, porque cuenta con que obtendrá la comprensión y la protección general. Pero, todavía hoy, sigue siendo un acto de valor denunciar la violencia machista porque, desde el punto de vista social y aún judicial, conlleva arrostrar la pesada carga de la prueba. El reloj que marca el tiempo para el cambio no es de arena, es de sangre.