Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «El amor menos pensado»

Los experimentos, con gaseosa

Siempre he pensado que el único cine que puede competir con el maestro Woody Allen en la comedia discursiva es el argentino, porque allí les encanta, como ellos dicen, eso de rajar. Con respeto para el tipo de espectador al que le molesta dicha tendencia verborreíca en películas en las que los y las protagonistas hablan hasta por los codos, personalmente no le pongo ninguna pega cuando lo que se dice es interesante o tiene gracia. En “El amor menos pensado” se da, por suerte, la doble circunstancia. Los diálogos escritos por el destacado productor argentino Juan Vera y Daniel Cúparo son brillantes en todo momento, cuando quieren provocar la risa y cuando pretenden hacernos reflexionar. ¿Qué más se puede pedir?

Puestos a pedir, pidamos que los digan un actor y una actriz en estado de gracia. No se me ocurre otra pareja madura en el cine actual más carismática que la formada por Ricardo Darín y Mercedes Morán. Uno no se cansa de contemplarlos, y cada vez que abren la boca, con la facilidad coloquial que atesoran te conquistan sin remedio. Y no te digo ya si has pasado de los cincuenta, lo que te lleva a identificarte con sus personajes.

Las dos horas y cuarto de duración dan para tocar muchos temas con el pretexto argumental del síndrome del nido vacío, tema que ya trató de modo más puntual Daniel Burman en, precisamente, “El nido vacío” (2008). En su ópera prima Juan Vera le da una vuelta, y busca otras derivaciones, todas ellas muy acertadas y pertinentes. Pero me quedo con el debate sobre la soltería tardía, concentrado en el segundo y esperpéntico acto de la película. Vemos a la pareja recién separada, una vez que el hijo se ha ido a estudiar al viejo continente, cada uno por su lado intentando tener una aventura. Y ahí se plantea el hecho de que tampoco se les pueden pedir milagros a las nuevas tecnologías, o de que los sitios de encuentros convengan a gente que ya peina canas.