Víctor Moreno
Profesor
GAURKOA

«Zumalacárregui, zumalacamierda»

No es muy acertado ese método histórico que concita un ramillete de opiniones de ciertos autores, previamente seleccionados por la ideología que uno cultiva, para hacer valer la inteligencia o la astucia política de quien consideramos santo de nuestra devoción. Pues no hace falta arracimar mil frases dedicadas a Sabino Arana o a Franco para colegir de inmediato que no debemos guiarnos por las habladurías de los demás para dirimir si estamos ante un santo o un genocida, o ambas cosas a la vez. Porque, lo que dice uno, incluso cuando se refiere a los demás, lo que hace, ante todo y sobre todo, es caracterizarse a sí mismo. Así que, mejor que apelar a esta retórica del parloteo hagiográfico, mucho más profiláctico sería concitar los hechos que protagonizaron en vida.

En este sentido, Sabino Arana me parece que por ninguno de sus actos se le puede considerar un malnacido, cosa que con Franco sucede lo contrario, pues le avalan miles de asesinatos a sus espaldas. Y, aun así, bien sabemos que existirá gente que considere a Arana como un maldito y a Franco como un santo, que es como lo juzgan esos miles de personas que peregrinan al valle de la momia, atribuyéndole incluso milagros. Y no les falta razón. Ahí está, si no, la aparición en la tierra de Vox y sus acólitos.

Las opiniones no demuestran nada, mientras no las veamos acompañadas de sus correspondientes avales, es decir, actos, actos y actos. Y no palabras, palabras y palabras.

La mayoría de las gentes que admiraron a Zumalacárregui, a Campión y Arana, provenían del integrismo doctrinal, autóctono como europeo. Zumalacárregui era tan integrista como el pretendiente Carlos. Los integristas europeos aplaudían a los integristas españoles y viceversa, como ahora sucede entre los fascistas Le Pen, Salvini, Vox y Ku-Klux-Klan. El fenómeno de esta claque recíproca no es original. Sucedió en el siglo XVIII como describió Javier Herrero en su ensayo “Los orígenes del pensamiento reaccionario” (Cuadernos para el Diálogo, 1971).

Ahora afirman que Zumalacárregui era republicano federal. ¿Lo era? Pues, claro. Y feminista y vegano –sobre todo de la tortilla de patata– y partidario de la eutanasia en el campo de batalla. Faltaría más. Y, naturalmente, el inventor o inspirador del nacionalismo democrático.

Lamentablemente, no existe ningún hecho en la vida de Zumalacárregui que avale su propensión republicana federal. Ninguno de sus biógrafos –afines o enemigos de su genio– dicen una coma al respecto. Entiendo que, si Zumalacárregui fue republicano federal y aspiraba a una República Independiente de Navarra, se lo guardó para sí mismo o solo se lo contó a sus íntimos. Y, cuando uno lee que Zumalacárregui y el carlismo con él se «echó al monte al grito de Laurac Bat», no es que me parta de risa, sino que solo me pregunto ¿a qué monte? ¿No sería las Bardenas? Porque no consta que en los montes de los pueblos de Villafranca, Peralta, Lodosa, Tudela, Milagro, Sartaguda, Olite dejaran huella de tal grito.

Desde luego, en Villafranca nadie lo oyó. Ningún documento de la época registra que la facción carlista invadió el pueblo proclamando la República Federal de Navarra y, menos aún, el Laurac Bat.

En efecto, el 28 de noviembre de 1834, Zumalacárregui, a quien acompañaba el pretendiente Carlos, ocupó el pueblo ribero reclamando unos víveres exigidos desde Peralta y que la milicia de Villafranca se negó a entregarle.

La milicia liberal, al verse en inferioridad al ejército carlista, se refugió en el campanario de la iglesia con sus mujeres y sus hijos. Los carlistas incendiaron la torre, intentando de este modo que los negros se rindieran. Solo las mujeres y sus hijos lo hicieron. Fue, entonces, cuando Zumalacárregui mandó rapar a siete de estas mujeres, se las emplumara y paseara por las calles a tambor batiente, montadas en borricos y desnudas de medio cuerpo. Al día siguiente, los milicianos se rindieron. Quedaban con vida 18. 13 ya habían muerto, 8 por heridas de bala y 5 abrasados. A los 18 restantes los fusilaron de inmediato. Los carlistas saquearon sus casas, se llevaron los víveres y enseres que encontraron y tomaron a tres individuos del Ayuntamiento como rehenes, por los que pidieron importante cantidad de dinero como rescate (AGN. Sección Guerra, leg. 34, c. 60, año 1834; AGN. Papeles Zaratiegui, leg. 3, nº 42).

Las versiones dispares del hecho pueden leerse, también, en Juan Antonio Zaratiegui (“Vida y hechos de don Tomás de Zumalacárregui”) y en Antonio Pirala (“Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista”). Y, menos conocidas pero más intensas, las crónicas de un carmelita del convento del pueblo y la del párroco, Cosme Oñate. En las últimas páginas del “Libro parroquial de Bautizados”, Oñate relataría con pelos y señales lo sucedido. A pesar de que el hombre era carlista, no pudo reprimir su horror. En ninguna de esas páginas, las del carmelita y del párroco, aparece la palabra República. Tampoco Laurac Bat.

La mayor parte de los abuelos de Villafranca recuerda el relato transmitido de este hecho con vívidas imágenes del incendio de la torre y, sobre todo, del fusilamiento de los liberales y del corte de pelo de las mujeres. Y ya es trágica casualidad que los dos hechos más luctuosos en la historia de Villafranca los causaran los carlistas. Uno en 1834, el otro en 1936, donde los carlistas y falangistas, asesinaron a 42 villafranqueses y raparon el pelo a 26 mujeres republicanas. En ninguno de esos dos hechos consta que los carlistas actuaran en defensa de una República Federal.

La única independencia navarra, resuelta en República, la defendieron los liberales navarros. Y quienes plantearon unas bases constitucionales de Navarra, esto ya en 1883, fue el Partido Republicano Democrático Federal, de Serafín Olave, que consideraba la incorporación a dicho proyecto de La Rioja, Vascongadas y la sexta Merindad por haber sido territorios navarros. Y con contenidos tan potentes como el sufragio universal, con similares derechos para las mujeres, defensa de la Instrucción pública, derecho a no ser llamados al ejército en tiempos de paz, medidas contra la corrupción, admisión de las mujeres en todas las instancias de la educación… Es decir, nada que ver con el integrismo carlista. Es más. Cuando se aprobó la ley del sufragio universal con el gobierno de Sagasta, en 1890, los carlistas se opusieron radicalmente a él, defendiendo la «candidatura del máuser».

Es muy posible que las gentes de Villafranca, incluidos los carlistas de 1834, oyeran alguna vez hablar de Navarra como una República Federal independiente. Cabe dentro del juego del azar, pero sí es seguro es que dicha expresión no la oyeron en boca Zumalacárregui; el eslogan Laurac Bat, menos.

Una cosa sí quedó clara del paso de Zumalacárregui por Villafranca. Si alguien se acerca a este pueblo y pronuncia el nombre de Zumalacárregui, seguro que el anciano de turno le contestará: «Zumalacárregui, Zumalacamierda». Si le pide una explicación por tal exabrupto, seguro que le relatará lo sucedido en el pueblo el 28 de noviembre de 1834. A esto se reduce la memoria anciana de Villafranca sobre Zumalacárregui. Pero de su República Federal Independiente y del Laurac Bat, ni rastro.