Iker BIZKARGUENAGA
crisis social y política en el estado francés

Macron abre con una carta el debate que decantará su mandato

Emmanuel Macron ha abierto con una «Carta a los franceses» el «debate nacional» en el que todos los ciudadanos y ciudadanas podrán exponer sus quejas y propuestas en foros organizados en el conjunto del Estado. El presidente galo busca atajar las movilizaciones de los «chalecos amarillos», objetivo que hasta ahora le resulta inalcanzable.

Las ciudadanas y ciudadanos del Estado francés están emplazados a participar a partir de hoy en el «gran debate nacional» con el que Emmanuel Macron pretende exorcizar el endiablado clima político que le acompaña desde hace varios meses, particularmente a raíz de las movilizaciones que los “chalecos amarillos” llevan desarrollando desde mediados de noviembre. Ninguna de las medidas anunciadas en todo este tiempo por su Gabinete ha servido para aplacar las protestas, y el inquilino del Elíseo aspira a que este ejercicio colectivo de puesta en común tenga un carácter catártico y sirva siquiera para amansar las aguas.

Para ello no le ha quedado más remedio que abrir el cauce del debate público, pero aun así no lo tendrá fácil, pues el clima social no le es propicio. Como botón de muestra pueden citarse las encuestas de France Info y “Le Figaro”, que señalan que siete de cada diez personas consideran que este ejercicio no tendrá utilidad. Pese a ello, esa es la baza que maneja el jefe de Estado, que a modo de previa y para marcar posición remitió a los medios una “Carta a los franceses” fijando los términos y temas de la consulta, que se prolongará durante varias semanas.

«¿Hay que hacer el voto obligatorio?»; «¿qué propone para mejorar la política migratoria?», «¿qué proposiciones concretas haría para acelerar nuestra transición medioambiental?»... son, según expone Macron, algunos de los asuntos a tratar. Estos están estructurados en cuatro ejes: fiscalidad, organización del Estado, transición ecológica, y democracia y ciudadanía

La premisa planteada por el presidente es que lo que propone «no son unas elecciones ni un referéndum» y que, más allá de lo que sugiere en su carta, «no hay preguntas prohibidas» ni límites al debate. Aunque, tal como anunció la semana pasada el portavoz del Ejecutivo, Benjamin Griveaux, algunos temas –«los avances de nuestro derecho»– no están sometidos a discusión, como el aborto, la pena de muerte o el derecho al matrimonio para todas las parejas.

15 de marzo, fecha de referencia

Macron invita a la ciudadanía a criticar y plantear propuestas en los debates que se desarrollarán a iniciativa de instituciones públicas y organismos sociales, y que culminarán el 15 de marzo, cuando él mismo informará de los resultados.

«No estaremos de acuerdo en todo, es normal, es democracia, pero al menos mostraremos que somos personas que no tenemos miedo de hablar, de debatir», expone Macron en la carta pública, consciente del desgaste que le está ocasionando un movimiento que ha incluido entre sus demandas, además del restablecimiento del Impuesto de la Solidaridad y la Fortuna (ISF), la introducción en la Constitución francesa de la figura del Referéndum de Iniciativa Ciudadana (RIC), que permitiría que un cierto número de electores pudiera someter una determinada cuestión al voto popular sin tener que obtener necesariamente el respaldo de los parlamentarios.

Ese órdago ciudadano incluye peticiones de dimisión del propio presidente, que en su misiva responde apelando a un trillado sentimiento de orgullo. «Francia no es un país como los demás. El significado de la injusticia es más vívido que en otros lugares. La necesidad de ayuda mutua y solidaridad, más fuerte», sostiene, añadiendo que el objetivo último de este debate es lograr «una sociedad en la que para tener éxito no se necesiten enchufes o fortuna, sino esfuerzo y trabajo», pero siempre, apostilla, con una condición: «no aceptar ninguna forma de violencia».

Y es que las imágenes de fuertes enfrentamientos, que han causado más de 1.500 heridos, la mayoría por causa de la actuación policial, han dado la vuelta al mundo y erosionado la imagen del Ejecutivo galo. Por ello, en la misma línea, el primer ministro, Edouard Philippe, anunció la semana pasada que el Gobierno legislará para sancionar a los participantes en manifestaciones no declaradas y para crear un registro de «agitadores», de forma que se les pueda impedir su presencia en las protestas. Y el ministro del Interior, Christophe Castaner, había prometido una respuesta «extremadamente firme» si se repetían los episodios de gran violencia.

Pero, aun con todo, el sábado pasado la movilización de los «chalecos amarillos» vivió un importante repunte y el propio Ministerio del Interior informó de que un total de 84.000 personas participaron en las diferentes convocatorias, frente a las 50.000 reconocidas por las autoridades la semana anterior.

Una jugada arriesgada

En este sentido, en otro guiño a la ciudadanía, Macron asegura «comprender» el enfado de quienes participan en las movilizaciones. «Sé, por supuesto, que algunos de nosotros estamos insatisfechos o enojados. Debido a que los impuestos son demasiado altos; pues los servicios públicos están muy lejos; porque los salarios son demasiado bajos para que algunos puedan vivir con dignidad; debido al hecho de que nuestro país no ofrece las mismas posibilidades de éxito según de dónde proceda una familia. A todos nos gustaría un país más próspero y una sociedad más justa», dice para, a modo de conclusión, sostener que «intento transformar con vosotros la cólera en soluciones».

Si la iniciativa presidencial es sincera o no es más que una operación de imagen es algo que deberán valorar los ciudadanos del Estado francés, pero sin duda es una jugada arriesgada para Macron, ya que su mandato quedará tocado de forma definitiva en caso de que no le salga bien.

Así lo entienden también buena parte de los editorialistas y corresponsales políticos del Estado francés, cuya opinión recopiló la agencia France-Presse al poco de difundirse la carta.

«El ejercicio es peligroso; Emmanuel Macron sabe que no tiene derecho a cometer errores», valoró por ejemplo Carole Lardort Bouillé en “L’Union”.

Para Stéphane Albouy, de “Le Parisien”, el presidente se dirige a la opinión pública del mismo modo que François Mitterrand y Nicolas Sarkozy lo hicieron anteriormente, con la diferencia de que sus predecesores lo hicieron siendo candidatos a la presidencia y defendieron su programa electoral, mientras que «nuestro presidente actual está tratando de salvar el resto de su mandato». «Con este discurso a los franceses, el jefe de Estado es en realidad un candidato a salvar los tres años que tiene que ir al Elíseo», convino Paul Quinio desde “Libération”.

En parecidos términos se expresaron otros articulistas, que ven en este debate la última bala de un mandatario acorralado, incluso hay quien lo ha recibido como «una provocación», como Paule Masson, de “L’Humanité”, quien censuraba que el presidente no hubiese dedicado «ni una palabra a los salarios, al poder adquisitivo, sino solo la afirmación de que no restaurará la ISF». Entre medias, François Ernenwein, de “La Croix”, opinaba que Macron carece de «la credibilidad necesaria para convencer de que realmente luchará contra las fracturas sociales y territoriales en Francia», pero no descartaba, con todo, que el presidente pueda lograr salir rehabilitado si el debate acaba siendo exitoso.