Karlos ZURUTUZA
CRÓNICAS DESDE ROJAVA

LOS KURDOS SE ATRINCHERAN ENTRE SUS MUERTOS

LA ASOCIACIÓN DE LOS FAMILIARES DE LOS MÁRTIRES EN SEREKANIYE ES UN LUGAR DE ENCUENTRO DONDE SE RECUERDA EL HORROR DEL PASADO MÁS RECIENTE. TAMBIÉN SE ESPECULA SOBRE EL FUTURO MÁS INMEDIATO.

Casi siempre hay conversación al calor de una hermosa estufa de leña y té gratis. No todas las localidades en Rojava cuentan con su propia Asociación de Familiares de los Mártires para mitigar el frío y la soledad, pero Serekaniye es de las que se lo merece. En 2012, la localidad más occidental del cantón de Yazira se convirtió en un infierno por el fuego cruzado entre los kurdos, el Ejército sirio y los yihadistas. Estos últimos accedían desde Ceylanpinar, en el lado turco (Ceylanpinar es la traducción turca de Serêkaniyê, «cabeza de manantial»): Ankara no solo les transportaba a la frontera en autobús, también evacuaba a sus heridos a hospitales turcos. Al otro lado de la valla se amontonaban los cadáveres.

«Llegamos a recibir 18 en un solo día», recuerda Zahra Kodo. Todos en la sala asienten. Madre de uno de los chavales cuyo retrato cuelga en la pared, Kodo es una voluntaria más de entre los diez que llevan la asociación. Hacen lo que pueden para asistir a las familias; ropa, comida, calderilla, lo que sea. Además, limpian y amortajan los cuerpos antes de meterlos en los féretros. Afortunadamente, la carga de trabajo ha disminuido mucho desde aquellos terribles años. Kodo dice que el último llegó hace 15 días de Deir Ezzor.

«Es la guerra contra los últimos reductos del ISIS», matiza la voluntaria, que no puede evitar mirar al anciano tocado con un turbante rojo. Se llama Mahmud Salem. A su hijo lo trajeron de allí hace cosa de unos meses para meterlo una caja en esta misma habitación.

«¿Qué garantías hay de que el ISIS desaparezca definitivamente? ¿Quién nos dice que no volverán a organizarse para seguir masacrando a nuestra gente?», interviene Sexa Jalil, que cuenta con su marido en la pared. Lo cierto es que ya está ocurriendo. A atentados como el que se saldó con más de una docena de muertos en Manbij, o el dirigido contra un convoy estadounidense con un explosivo de carretera, se le suma el último en las afueras de Hasaka, una ciudad cuyo centro aún controla Damasco.

La reciente prohibición de portar armas de fuego a los civiles es una de las últimas medidas que ha adoptado la administración en el noreste de Siria, pero dista mucho de ser una medida efectiva frente a una amenaza mucho mayor. «Los yihadistas que consiguen romper del cerco de Deir Ezzor se están replegando hacia Palmira, pero también infiltrándose entre la población civil», trasladaban a GARA fuentes de la Policía kurda en Qamishli. Que la alerta es máxima ante ataques yihadistas por todo el territorio resulta también patente en el testimonio de Delil, un paramédico gallego de 48 años que lleva tres gestionando los servicios sanitarios en Sinjar (Kurdistán Sur).

«Hace tres días iba camino de la frontera cuando un coche nos adelantó para que nos detuviéramos. Por suerte, nos acompañaba un vehículo de la Policía. Acabamos en mitad de un tiroteo», explicaba el voluntario, vía telefónica. Aparentemente, las ambulancias se han convertido en un objetivo principal de los yihadistas.

«Son ideales para ellos: las puedes cargar de explosivos hasta arriba y nadie te para en los controles», acotaba este gallego sin planes de volver a casa «en un futuro próximo»

La conversación alrededor de la estufa se relaja cuando alguien interpela a Akram sobre sus planes para casarse por segunda vez sin divorciarse antes de su primera mujer. A sus 63 años, este kurdo de Amuda tenía «apalabrado» un nuevo matrimonio con una árabe local. Lo habría consumado de no ser por la nueva administración.«en un futuro próximo»

Más planes

«Los hevales («camarada» en kurdo) me han dicho que solo puedo tener una esposa. ¿Qué libertad es esta?», dice, entre risas de alguno y reproches de la mayoría. Otro de los cambios de los últimos tiempos es el casi omnipresente retrato de Ocalan en estancias oficiales y no tan oficiales, sustituyendo a los de Asad padre e hijo. Si bien empieza a haber críticos con este gesto ya desde dentro del movimiento, en la asociación no hay espacio para la crítica:

«Apo (seudónimo de Abdulá Ocalan) es nuestro líder y está donde tiene que estar», zanja el asunto Shindar, hermana de una mártir. Todos han seguido con interés el proceso de Leyla Guven, la abogada kurda que inició una huelga de hambre en prisión el ocho de noviembre en protesta por las condiciones en las que se mantiene al reverenciado líder kurdo. A pesar de las apenas cuatro horas diarias de luz en Serekaniye, en la asociación han visto las imágenes de la liberación de Guven tras la decisión de un tribunal turco de liberarla, el pasado día 24. El otro tema de conversación recurrente estos días es el futuro a corto plazo tras el anuncio de Trump de retirar sus tropas, y el de Erdogan de invadir el territorio inmediatamente después.

«Todo el mundo está contra nosotros», espeta Ali Jalil, voluntario en la asociación entre 2012 y 2017 que perdió a su hermano a manos de un francotirador yihadista. Al igual que la mayoría, Jalil no acaba de creerse que los americanos se vayan a ir del todo, ni tampoco que Erdogan se atreva a una operación de esa envergadura.

«La Yazira es más grande que Afrín; hay un Ejército bien armado y, además, el régimen sigue presente en el centro de Qamishli», subraya este agricultor, que tampoco descarta que los kurdos acaben llegando a un acuerdo con Damasco. Jalil se ha acercado junto a su hijo Diar, quien le ayudaba a procesar los cadáveres cuando era el único niño que quedaba en la ciudad. A punto de cumplir los 18, el chaval ha descartado sus antiguos planes de enrolarse en la milicia kurda. Estudiará «alguna ingeniería» en la Universidad de Rojava, Informática si es posible. Aunque, dice, se conformará con lo que haya.