Iraia OIARZABAL
ANTE EL AUGE REACCIONARIO

Mujeres y migrantes, armas de doble filo para la derecha

El auge de formaciones de derecha, con distintos tonos pero con un discurso similar y cada vez más extremista, centra el debate político. Desenmascarar el fondo de su mensaje es crucial, más cuando cuestiones como la seguridad, la diversidad cultural o la lucha por la igualdad se convierten en armas para manipular la opinión hacia su verdadero fin: mantener un sistema que viola derechos fundamentales.

Las calles de Brasil revivieron la pasada semana multitudinarias movilizaciones para clamar justicia por el caso de Marielle Franco, concejala del Partido Socialismo y Libertad, activista feminista y por los derechos humanos muerta hace un año tras ser tiroteada junto a Anderson Gomes, el conductor del vehículo que la transportaba en Río de Janeiro. Dos días antes del aniversario, el 12 de marzo, dos agentes de la Policía Militar eran arrestados por la muerte de Franco. Los posibles vínculos de los detenidos con la familia del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, llegaban en plena ola contestataria para pedir que los hechos sean aclarados. Los lemas que tomaron las calles de Brasil hicieron suyas las reivindicaciones de Franco, una mujer negra, lesbiana, procedente de una favela y defensora de los derechos de las minorías, especialmente de las mujeres negras.

Unas ideas que chocan frontalmente con el hombre que actualmente preside Brasil, el exmilitar Jair Bolsonaro. Con un discurso abiertamente misógino, los comentarios ofensivos sobre las mujeres, las personas de raza negra y la comunidad LGBTI fueron la tónica a seguir durante la campaña que le llevó a la presidencia y también una vez alcanzado el poder. El ataque constante de las fuerzas de ultraderecha a las mujeres, al feminismo, a los migrantes y la comunidad LGTBI, entre otros, en definitiva a todo lo que defienda el respeto a la diversidad y los derechos humanos, no es ninguna novedad. En todo caso, la diferencia radica en las fórmulas que las derechas utilizan para difundir este discurso. Bailando entre el populismo y el fascismo, hay quien lo hace sin subterfugios, mientras otros tratan de enmascarar su carácter reaccionario en la supuesta defensa de los derechos de las mujeres y de la seguridad.

Desde el Frente Nacional francés de Marine Le Pen, pasando por Jair Bolsonaro en Brasil, Matteo Salvini en Italia o Donald Trump en EEUU, hasta formaciones como la AfD en Alemania o Verdaderos Finlandeses y Demócratas Suecos en los países nórdicos, de una u otra manera todos se acogen a esta retórica para defender sus ideas ultra.

En el Estado español, Vox figura como adalid de esta corriente con mensajes delirantes contra el feminismo y los migrantes. No obstante, tanto PP como Ciudadanos, que no han dudado en unirse al partido de Santiago Abascal para defender la «unidad de España», patinan en la misma pista con discursos muy en sintonía con esta corriente reaccionaria. Muestra de ello son la propuesta del PP sobre las inmigrantes «sin papeles» embarazadas y las adopciones para evitar su expulsión o el discurso de Ciudadanos en torno a la violencia de género.

No es algo aislado. Diferentes investigaciones han abordado el uso que las fuerzas de extrema derecha hacen de las mujeres y los migrantes. A continuación algunas de las principales conclusiones.

Racismo y rechazo al migrante...

En marzo de 2018, hace ahora un año, un trágico caso de violencia de género provocó fuertes movilizaciones en la ciudad alemana de Kandel. El pretexto no fue tanto denunciar la muerte de Mia, una joven de 15 años acuchillada en 2017 por su expareja, sino manifestarse en contra de la inmigración y la política de asilo de la canciller Angela Merkel bajo el paraguas de que el agresor condenado, de nombre Abdul, era un refugiado de procedencia afgana.

La convocatoria fue respondida por un amplio espectro de actores de extrema derecha, desde movimientos neonazis, el Movimiento Identitario, el NPD –Partido Nacionaldemócrata– hasta la AfD –Alternativa para Alemania– que hizo del lema “Kandel está en todas partes” bandera de la ultraderecha. La investigadora Lynn Berg aborda esta cuestión en su trabajo “Entre el antifeminismo y el sexismo etnicista. Políticas de género de la extrema derecha en Alemania”, en el que desgrana cómo fuerzas ultra como la AfD, con un marcado carácter antifeminista, se valen de cuestiones tan graves como la violencia machista para difundir sus valores xenófobos.

«No es la primera vez que la narrativa racista del migrante violento que ataca a las ‘chicas alemanas’ ha demostrado ser un gran motivador para la movilización», sostiene Berg. Esto mismo evidencia, a su juicio, la centralidad que toman las cuestiones de género para las demandas autoritarias y racistas de estas fuerzas políticas. Para ello, identifica el uso de dos principales narrativas: la unión de conceptos como violencia e inmigración por un lado y el rechazo a símbolos o tradiciones de otras culturas para presentarlos como discriminatorios y contrarios al país en cuestión.

Para Berg, estas narraciones, que define como «sexismo neocolonial», son tanto racistas como sexistas, ya que «desvían el sexismo y la violencia sexualizada hacia un problema cultural y personal de un grupo de hombres, al mismo tiempo que utilizan la atribución y la homogeneización para caracterizar a este grupo como inferior y peligroso en base a una cultura de valores construida». La trampa radica en que se hace bajo el pretexto de defender la justicia y los derechos de las mujeres.

...bajo el mantra de la seguridad

Otra variable en la que se entrecruzan el rechazo a la inmigración y la supuesta defensa de los derechos de las mujeres es la de la seguridad. El recelo ante la población migrante, a quien desde sectores de extrema derecha se atribuyen actitudes violentas y delincuencia, se justifica con la inseguridad que su presencia supone para el conjunto de la población y, especialmente, para las mujeres. En última instancia, estas premisas son utilizadas para defender la expulsión de migrantes y refugiados.

Al tiempo que generaliza el estigma sobre la población migrante, este discurso del miedo y la inseguridad ahonda en la imagen de vulnerabilidad que pretende arrojarse sobre las mujeres. Ellos, los hombres migrantes, son la amenaza. Ellas, las mujeres autóctonas, las que soportan la inseguridad y deben vivir con miedo. Ambos preceptos chocan con los principios de igualdad, libertad y defensa de los derechos humanos que defiende el feminismo.

Este tipo de discursos han ganado espacio también en lugares tradicionalmente defensores e incluso abanderados en políticas de la igualdad de género. Es el caso de Finlandia, donde a través del partido Verdaderos Finlandeses crece el euroescepticismo y el rechazo a la inmigración.

¿Y dónde quedan las mujeres?

En medio de esta ola contraria a la inmigración y el feminismo, cabe hacerse varias preguntas sobre el lugar en el que queda la población femenina. ¿Hasta qué punto estas formaciones logran sumar a mujeres a sus filas? ¿Qué lectura cabe hacer cuando son ellas las que lideran el movimiento? Un extenso estudio de la Universidad de Oxford sobre extrema derecha y género sostiene que históricamente las mujeres no se han sentido atraídas por los movimientos de extrema derecha y que la tendencia viene cambiando. Uno de los motivos tendría que ver con las condiciones socioeconómicas, principalmente tras la crisis global.

La población directamente afectada por la pérdida de empleo, la precariedad y la burbuja inmobiliaria, a quienes se define como «perdedores de la modernización», se ha sentido identificada con políticas nativistas. El “America first” de Donald Trump en Estados Unidos es un claro ejemplo de ello. Una ideología que no es exclusivamente masculina, pese a que lleva en su ADN un sesgo claramente contrario a los derechos de las mujeres. Paradójicamente algunos de estos movimientos están liderados por mujeres. Valga como ejemplo el Frente Nacional de Marine Le Pen, que se autoproclama «defensora de las mujeres» al tiempo que su discurso sobre temas como el aborto, la inmigración o el feminismo demuestran lo contrario. Efectivamente, es hora de que caigan las máscaras.