Dünya Başol
Investigador del Centro de Estudios Estratégicos de Abjasia

De Fergana a Siria: la ruta yihadista desde Asia Central

Muchos de los presos de origen centroasiático del grupo yihadista Estado Islámico (ISIS) que se encuentra recluidos en las cárceles sirias proceden de un remoto valle en el corazón de Asia. Se trata de una auténtica «anomalía cartográfica» que plantea numerosos desafíos además del islamismo radical.

A medida que las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) apagan los últimos rescoldos del Estado Islámico en Deir Ezzor (Siria), los militantes extranjeros en sus manos se acumulan irremisiblemente. Las cifras oscilan entre los 2.000 y los 10.000 presos yihadistas; constituyen una carga financiera y un problema de seguridad, pero también ponen en cuestión el Derecho Internacional a la vez que se corre el riesgo de provocar una crisis entre las FDS, la República Árabe Siria y los países de origen de los combatientes capturados.

Fuentes del aparato de seguridad de Damasco confirman que existe cierto «acuerdo de caballeros» entre las FDS, Damasco y Moscú sobre la entrega a la Federación Rusa de combatientes: existe un entendimiento sirio-ruso –y también sirio-chino– sobre cómo y cuándo deportar a sus ciudadanos, pero no hay cooperación entre Damasco y las repúblicas de Asia Central. Oficiales consultados sitúan las cifras de centroasiáticos en sus cárceles en «miles».

El islam en Asia Central siempre ha sido tradicionalmente más secular, a menudo tamizado con prácticas de origen chamánico, especialmente en las áreas rurales. ¿Cómo recluta el ISIS a un número tan grande de combatientes ahí? Se pueden encontrar algunas de las claves en el valle de Fergana. La escasa densidad de población de las estepas de Asia Central impidió el arraigo de las ideas radicales, pero estas echaron raíces en este fértil valle que se extiende justo donde confluyen las fronteras de Uzbekistán, Kirguizistán y Tayikistán, y que alberga al 25% de la población total de Asia Central en un territorio de tan solo 22.000 metros cuadrados.

Las técnicas –a menudo arbitrarias– de los cartógrafos soviéticos para la demarcación de fronteras provocaron anomalías en forma de enclaves étnicos aislados que acababan planteando un auténtico rompecabezas geográfico con las consiguientes tensiones étnicas. Tras la represión de la población uzbeca local a manos de Stalin, 100.000 turcos mesjetas fueron desplazados desde Georgia hasta Fergana en 1944.

Los choques entre uzbekos y kirguises de principios de los 90 se reprodujeron en 2010, cinco años después de que cientos de civiles murieran en una nueva oleada de represión desencadenada en Uzbekistán. Y mientras los dictadores de Asia Central alertaban sobre la amenaza islamista, las bases americanas se multiplican por Uzbekistán, Kirguizistán y Afganistán bajo la excusa de «controlar el radicalismo».

Adoctrinamiento y radicalización. La represión soviética hacia todo tipo de culto religioso golpeó en Asia Central con dureza. Numerosas mezquitas fueron destruidas y diferentes escuelas del islam pasaron a la clandestinidad. Sin que Moscú pudiera ejercer una autoridad directa sobre gran parte del territorio, Fergana se convirtió en un punto neurálgico para la doctrina islámica durante la Guerra Fría. Muchos de los residentes en el valle habían estudiado en madrasas (escuelas coránicas) en Pakistán y Afganistán, y ya durante los años 70 llegaron académicos desde Siria, lo cual contribuyó a crear un ambiente propicio para futuros reclutas muyaidines de Afganistán.

Tras el colapso de la URSS en 1991, estos grupos comenzaron a salir a la superficie para operar abiertamente en la esfera pública. Las tensiones económicas, la corrupción, la influencia de yihadistas adoctrinados y curtidos en batalla llegados desde Afganistán –especialmente tras el control de los talibanes– y el radicalismo exportado por Pakistán convirtieron esta zona de Asia Central en un campo abonado para el reclutamiento de islamistas.

Los dictadores de la región respondieron al fenómeno con más represión, lo que provocó una nueva ola de radicalización así como la entrada en escena del Movimiento Islámico de Uzbekistán (también conocido como el Movimiento Islámico de Turkestán Oriental), fundado en 1998 por dos uzbecos de Fergana. El IMU se bordaría en tejido yihadista global junto a Al Qaeda, e incluso conocidos lideres de la lucha antiterrorista cambiaron de bando. Varios de ellos acabarían engrosando las filas del ISIS.

Durante los últimos años, centroasiáticos de la red yihadista global han estado detrás de ataques como el del aeropuerto de Estambul en 2016 o el de Año Nuevo en la misma ciudad; el del Metro de San Petersburgo en 2017 y el de Nueva York ese mismo año. Muchos yihadistas vuelan vía Estambul y utilizan Turquía como un refugio seguro.

Es difícil rastrearlos dado que su origen étnico y sus facultades lingüísticas les permiten viajar bajo diferentes identidades, a menudo con ayuda de la diáspora. Con la excepción de Tayikistán, todas las Repúblicas de Asia Central hablan lenguas turcas y mantienen vínculos históricos comunes con Turquía.

A día de hoy, Fergana sigue siendo un auténtico polvorín en su sentido más amplio. El valle, punto clave en la ruta del narcotráfico, produce también el 25% de la producción agrícola de Uzbekistán y el 50% de la de Kirguistán. Asimismo, el 70% de las tierras cultivables de Tayikistán y el 90% de su industria también se encuentran en Fergana. Hablamos de una zona de crisis fuera del radar mediático.

No obstante, los choques fronterizos entre países y las tensiones étnicas entre comunidades; los problemas ambientales, el radicalismo, el narcotráfico, y la opresión dictatorial continúan dando oxígeno a la radicalización de la población local. Por si fuera poco, la proximidad geográfica del valle a Afganistán y las cadenas montañosas constituyen un gran obstáculo para controlar actividades clandestinas y movimientos transfronterizos. El «califato» ha caído en Siria e Irak, pero sus cimientos aguantan en esta remota parte del mundo.