Joseba VIVANCO
Derbi en San Mamés

Decepcionante decepción

Un decepcionante Athletic para un decepcionante empate de los leones, ante un Alavés cuyas aspiraciones europeas siguen intactas. Los rojiblancos nunca pudieron con un rival más cómodo y que hasta pudo llevarse la victoria.

ATHLETIC 1

ALAVÉS 1

 

La indiferencia de San Mamés al segundo siguiente de que un cuestionado Gil Manzano señalara la hora de comer para los más de 40.000 pacientes espectadores, fue el termómetro que mejor calibró la temperatura de este Athletic que está pidiendo a gritos el final de la Liga, acabe o no en puestos que le den acceso a Europa la próxima temporada. Gaizka Garitano repite siempre que no lee lo que dice la prensa deportiva sobre el equipo. Pero en los últimos tiempos se le nota molesto. Hace solo unos días saltó en defensa de los suyos, tras el 3-2 ante el Rayo, de lo hecho y lo conseguido hasta ahora. Sabe que el fútbol no tiene memoria. Ayer, el técnico de Derio volvió a mostrarse dolido. «Si hubiéramos ganado estábamos a seis puntos y si ganamos todo, ganamos la liga», respondió escocido, revolviéndose, sabedor de que el juego del Athletic no engancha a la afición por mucho que los resultados suelan acompañar o que a falta de tres jornadas las opciones reales del séptimo puesto sigan intactas pese al decepcionante empate de la matinal sabatina.

Lleva razón el entrenador rojiblanco, hoy, en el día después, el punto cosechado quizá se verá con ojos menos críticos. Al final, rematando solo tres veces entre los tres palos en los últimos 180 minutos, ante Leganés y Alavés, se han sumado cuatro puntazos, efectividad máxima. Otra cosa bien diferente es que el público que asiste a San Mamés o el athleticzale que sigue el encuentro desde su casa, se conforme con este fútbol resultadista, sin faro ni hoja de ruta. Ayer, la primera parte de los leones no la salvó ni el golazo de falta de Beñat que levantó a la grada de su anodina somnolencia. No dejó de ser otro día más en la oficina de este Athletic justito de ideas, lucidez mental, incluso como se palpó ante el Alavés, de ese gen competitivo que muchas veces le hace rebelarse y disimular su falta de recursos futbolísticos con la emoción de pelear el resultado hasta el final. Ni eso se vislumbró. El hecho es que ayer, si alguien pudo desequilibrar el empate en esos postreros minutos, fue un rival que siempre estuvo más cómodo y se amoldó mejor al partido al punto de poder haberse ido con la victoria.

Este empate no es un fracaso, pero sí una decepción. Nunca será un fracaso porque el nuevo objetivo que pilló al Athletic con el pie cambiado a finales de año se ha cumplido con creces. Gaizka Garitano se merece todos los honores y reconocimientos que se le dispensen cuando esto acabe. El que se meta en Europa o no tiene más de bola extra que de exigencia. Apretando el culo el equipo ha llegado hasta aquí, le ha valido para salir de abajo, lo que no quiere decir que aplicando la misma fórmula tenga de manera obligatoria que darle para ese triple tirabuzón que le catapulte a Europa.

Athletic y Alavés se miraron al espejo. Son dos equipos que se reconocen. La casa no se empieza por el tejado, sino por la defensa y ambos técnicos lo llevan tatuado. Como quedó claro ayer, donde las zagas se impusieron a los ataques. Beñat adelantó de falta al Athletic rescatando a su equipo, al partido y al fútbol en general. Hasta ese minuto, el 40, el Athletic había sido un fantasma, mientras que un Alavés más asentado había desaprovechado dos claras ocasiones –una al palo– a partir de sendos gruesos errores rojiblancos en la salida de balón. La alegría duró poco en la casa del pobre. Borja Bastón –su fuera de juego previo al saque de la falta no era tal porque no disputa el primer despeje de Iago– aprovechó en el 45 un balón que se le escurrió a Herrerín a partir de otra jugada a balón parado. A vuelta de vestuarios el Athletic dio un paso al frente, pero sin convencimiento. Esa indolencia invitó al Alavés a ser ambicioso e ir a por la victoria. Inui movió el árbol y Wakaso casi recogió el fruto en un doble remate en el 87, que la defensa evitó para alivio de un San Mamés desahogado con Gil Manzano mientras despedía con silencio a los suyos. El más corrosivo de los ácidos.