Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

Lo que dan y quitan

Cannes es un festival tan impresionante, tan espectacular... tan todo, que cuando se le da la oportunidad, se comporta como el mismísimo Omnipotente. Aplicado al caso: todo lo que la Croisette nos da, la Croisette nos lo quita al poco rato. Ayer la Competición por la 72ª Palma de Oro empezó con un contundente golpe sobre la mesa. Ladj Ly, director con el que nadie contaba en el previa, nos obligó a acelerar el proceso de aclimatación, y a esperar, ya desde los primeros compases, un excelente rendimiento de la Sección Oficial.

Pues bien, en el segundo día de concurso intensivo la sangre se enfrió y la ilusión se rebajó sensiblemente, merced a las dos decepciones a las que tuvimos que enfrentarnos. La primera fue especialmente dolorosa. Fue “Bacurau”, nuevo trabajo del talentoso cineasta brasileño Kleber Mendonça Filho, dirigido este junto a Juliano Dornelles. El autor de revelaciones tales como “Sonidos de barrio” o “Aquarius” (que aquí llegó con el espantoso título “Doña Clara”) proponía ahora un viaje a un remoto pueblo de su país natal. A una aldea vagamente localizada en el oeste de Pernambuco.

Se impuso, en el espectacular prólogo, un tono de realismo mágico que, como no podía ser de otra manera, nos invitó a soñar... Por desgracia, la propuesta degeneró rápidamente, y para mayor desconcierto, en una especie de Serie Z sobre la defensa de la tierra y la identidad expoliadas en América Latina. Mendonça Filho mandó a su gobierno (con el que por cierto está seriamente peleado) un discurso reivindicativo de texto contundente, pero de formas muy desacertadas.

Para acabar de hundirnos en la depresión, nos enfrentamos a “Atlantique”, de la casi debutante Mati Diop. La joven directora y actriz franco-senegalesa, sobrina del legendario cineasta Djibril Diop Mambéty, resucitó el recuerdo de los zombies de Jacques Tourneur, en una carambola fantástica arriesgada (y por esto, loable) para encarar el drama humano de ese pueblo (el africano, se entiende) forzado a arrojarse al océano, promesa de una vida más digna... o cementerio acuático inmisericorde. El diagnóstico fue más o menos el mismo que el de “Bacurau”: una idea con potencial, lamentablemente arrojada por la borda (si se me permite) por una narración mal cocinada, y un muy pobre dibujo de personajes.

Con todo, tuvimos que levantar los ánimos lejos de la alfombra roja. En la Semana de la Crítica descubrimos “A White, White Day”, confirmación de su autor, el islandés Hlynur Palmason, un talento a tener muy en cuenta a partir de ahora. Su segundo largometraje se descubrió como un soberbio estudio del proceso (psicológico, pero sobre todo emocional) del duelo. A partir de un planteamiento muy similar a “About Schmidt”, de Alexander Payne, levantó una sentida y enloquecida odisea isleña. Un viaje a medio camino de la condena y la expiación, sustentado por un aparato estético formidable... y por un delicioso gusto destructor hacia los tótems de la familia tradicional. Parecía que Cannes nos lo iba a quitar todo, pero al final tuvo a bien recompensar nuestra fe.