Daniel GALVALIZI
ELECCIONES PRESIDENCIALES EN ARGENTINA

Macri y Fernández empujan al país al callejón de la polarización sin cura

El presidente de Argentina, Mauricio Macri, y su antecesora, Cristina Fernández de Kirchner, vuelven a concentrar más de dos tercios de la intención de voto y se encaminan a un seguro ballotage. Cambiemos suma peronistas y la exmandataria envía guiños a exadversarios en la antesala del cierre de listas.

En 2015, Cambiemos y el kirchnerismo apostaron todo a la polarización, a sabiendas de que la fuerte confrontación asfixiaría terceras opciones a izquierda y derecha. La estrategia, como un tango, requería un baile de a dos, con la complicidad de medios y empresarios. Finalmente fue un éxito y ambos partidos concentraron más del 83% de los votos.

Cuatro años después, la estrategia de odio-beneficio mutuo se repite. Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner necesitan antagonizar porque la profunda división que generan en la sociedad argentina devora todo intento de otra opción y «la grieta», como llaman a esta fractura perenne, fagocita todo lo que desee escaparse de ella. El electorado, como si fuera una adicción opiácea, la perpetúa.

En breve, Argentina volverá a definir su futuro entre ambos dirigentes, tal como muestran las encuestas. Pero esta vez, la competencia tendrá la particularidad que la actual senadora será candidata a vicepresidenta con su ex jefe de gabinete, Alberto Fernández.

La otra novedad es que el líder de Cambiemos lleva de vice al histórico peronista Miguel Pichetto, quien fuera durante una década portavoz del poderoso grupo kirchnerista en el Senado. Es un guiño a los sectores que querían sumar parte del peronismo al Gobierno y una traición al electorado que busca un cambio real (Pichetto se opuso a todas las leyes de transparencia impulsadas por la Casa Rosada).

Fuego amigo. Ambos bandos vienen de disputas internas típicas del período previo al cierre de listas: el 22 de junio vence el plazo para presentar candidatos a presidente y legisladores a las primarias abiertas y obligatorias de agosto.

En Cambiemos, la Ejecutiva de la UCR –un partido fuerte en las provincias periféricas pero con poco peso metropolitano– buscó desmarcarse de la estrategia de su aliado Pro (el partido liberal de Macri) e impulsó con éxito abrir la coalición a peronistas, exhibiendo su percepción de una posible derrota. Para sumar votos y dividir al kirchnerismo, la cúpula de Cambiemos permitirá que otros candidatos peronistas lleven en su papeleta la candidatura de la poderosa gobernadora bonaerense y dirigente más valorada del país, María Eugenia Vidal.

Esto es posible gracias a una peculiaridad argentina: los partidos llevan una sola papeleta en la que aparecen todas las categorías de votación y que luego se mete en el mismo sobre y urna. Si el elector quiere, puede votar diferentes formaciones pero debe cortar por sí mismo la papeleta. Este detalle no es menor en su impacto electoral: sólo el 5% de los votantes escoge papeletas de distintos partidos.

Macri tiene a su favor la disputa interna y nunca zanjada del peronismo en torno al liderazgo de la expresidenta. Aunque algunos viejos detractores están volviendo al rebaño de Fernández de Kirchner, aún cuenta con la oposición de buena parte de los gobernadores provinciales peronistas, nucleados en Alternativa Federal, una marca que busca terciar la polarización –por ahora sin éxito– y que lleva como candidato al exministro de Economía de Néstor Kirchner, Roberto Lavagna.

En un gesto para sumar a los sectores de la derecha peronista, Kirchner eligió ser candidata a vicepresidenta y entronizar a Alberto Fernández, quien genera menos resistencias y es visto como un guiño dialoguista para los que temen el regreso del autoritarismo. Fernández era el enlace de los Kirchner con los grandes oligopolios periodísticos y tenía buen diálogo con Washington y el statu quo económico y militó en un partido neoliberal aliado al expresidente Menem en los 90.

Un difícil punto de partida. Tanto Macri como Fernández de Kirchner parten de una situación difícil. En el caso del presidente, después de ganar las elecciones parlamentarias de medio término en 2017, cuando nadie dudaba de su reelección, arrastra ahora el costo político de la crisis de la devaluación del peso y la fuga de capitales del año pasado, que sumió a Argentina en una recesión que ya cumple cuatro trimestres y que llevó a la Casa Rosada a pactar con el FMI un rescate a cambio de un crudo ajuste, disparando el índice de riesgo de pobreza y aumentando el paro.

Macri prometió en 2015 reparar el desorden económico del kirchnerismo (que dejó el poder con un fuerte déficit fiscal y comercial y una inflación del 25% anual), pero en lo único que ha tenido éxito Cambiemos, y con gran coste social, es en bajar el déficit fiscal. Todos los otros indicadores están igual o peor que hace cuatro años.

La ventaja que le queda a Cambiemos es que, por ahora, no le han descubierto un escándalo de corrupción de magnitud. Ese espejo es el que Macri busca hacer con el kirchnerismo, quien en esta cuestión carga una pesada mochila.

En el caso de Fernández de Kirchner, ella tendrá que asistir durante la campaña al juicio oral en el que está acusada por corrupción en la asignación de obras públicas a favor de su presunto testaferro. Es uno de los 12 procesamientos penales que tiene por corrupción, incluido el delito de traición a la patria (por el memorando firmado con Irán que investigaba el fiscal fallecido de forma aún irresuelta Alberto Nisman).

Los sondeos muestran poco margen para alguien que no lleve el apellido Macri y Kirchner: la candidatura opositora aventaja por poco a Cambiemos pero al no superar el 45% habría ballotage en noviembre, y entonces se registraría un empate técnico en torno al 46%. El invierno austral comienza y con él una nueva campaña con final abierto pero en el que sin duda el pasado estará más presente que el futuro.