Jaime IGLESIAS
MADRID
Entrevista
MIKAEL NIEMI
ESCRITOR

«Los Estados monolingües en Europa representan una anomalía»

Nacido en 1959 en Pajala, muy cerca de la frontersa sueca con Finlandia, se dio a conocer internacionalmente en los años 90 con su primera novela «Un rock n’ roll en el Ártico». Acaba de publicar «Cocinar un oso», un poderoso relato con hechuras de thriller ambientado en la Laponia del siglo XIX y protagonizado por el famoso botánico y clérigo reformista Lars Levi Laestadius.

En su último libro, Mikael Niemi reflexiona sobre cuestiones ligadas a la identidad cultural de los pueblos tomando como referencia a los samis (mal llamados lapones), nación a la que el propio autor pertenece. Los riesgos de la asimilación y la necesidad de cultivar el conocimiento para combatir a los poderes hegemónicos, son algunos de los asuntos que planean sobre esta apasionante novela.

Muchas de sus novelas están ambientadas en Pajala, su ciudad natal. En este caso, el hecho de ubicar la acción del relato a mediados del siglo XIX y convertirlo en un combate entre la luz que emana del conocimiento y la oscuridad que representan la superstición y el odio. ¿Obedece a un interés por explorar los fundamentos morales de una nación?

Sí. Me interesaba reflexionar sobre la evolución de una sociedad que en muy poco tiempo pasó de estar dominada por una cultura campesina a homologarse con el resto de Suecia. Es cierto que esa transformación, en mayor o menor medida, la han vivido otros pueblos europeos, pero entre los samis ha sido particularmente acelerada. En apenas dos generaciones hemos pasado de ser una sociedad de cazadores y recolectores donde la mayor parte de la población era analfabeta, a ser una población conformada mayoritariamente por universitarios. Se trata por lo tanto de una evolución sicológica, pero también física ya que ha tenido su reflejo sobre el territorio.

 

La novela está protagonizada por Lars Levi Laestadius, clérigo reformista y botánico de gran prestigio. ¿Por qué tomó su figura como referencia?

Yo me crié a apenas cien metros de la casa parroquial en la que él falleció y mi madre fue una gran estudiosa de su obra, hasta el punto de supervisar las visitas guiadas que se organizaban en nuestra región para conocer los lugares en los que vivió este gran hombre. Se trata, por lo tanto, de un personaje que ha estado muy presente en mi propia vida y al mismo tiempo, de alguien muy importante para nuestra región. Fue de los primeros líderes espirituales que tuvo el pueblo sami, alguien que se formó de manera autodidacta con el apoyo de sus hermanos y que logró ir a la universidad. Por eso mismo, aunque siempre quise escribir un libro sobre él, nunca terminaba de dar el paso, su reputación me paralizaba a hora de abordar su figura. Solo ahora, toda vez que me he convertido en un escritor consolidado, me he atrevido a escribir sobre él y, si te fijas, en ningún momento de la novela lo llamo por su nombre, siempre me refiero a él como “el párroco” o “el pastor”, más que nada por respeto a su figura.

 

Ese respeto por el personaje no le ha impedido convertirlo en una suerte de detective amateur ni contar su historia apostando por el thriller.

Asumo que fue de una opción de riesgo (risas). Lo que ocurre es que en Suecia se ha escrito tanto sobre Laestadius que necesitaba acercarme a él desde una perspectiva diferente. Confieso que cuando me lo imaginé protagonizando un relato criminal no pude evitar sonreír, me parecía un sacrilegio, pero luego pensé que no era una idea tan descabellada, sobre todo, cuando tomé como referencia a mi padre que trabajó durante años como policía en una zona rural donde todo el mundo se conocía. Esto te coloca en una posición peculiar porque aquellos a los que investigas son tus familiares, amigos y vecinos. Conoces todos sus secretos. Una posición parecida a la que tenían los pastores en el siglo XIX.

 

Algunos han comparado «Cocinar un oso» con «El nombre de la Rosa». ¿Fue un modelo de inspiración a la hora de vincular el relato histórico con la investigación criminal?

¡Que más quisiera yo que tener el talento de Umberto Eco! Para mí esa novela es una obra maestra absoluta y aunque me halaga la comparación, también me abruma. Los escritores somos como una esponja, en el sentido de que absorbemos influencias diversas de las que después nos servimos para construir nuestras historias. Desde ese punto de vista asumo que en esta novela puede haber resonancias de “El nombre de la rosa” como también las hay de las novelas de Conan Doyle o Agatha Christie o de diversos manuales y libros de filosofía a los que he tenido acceso a lo largo de mi vida. Aunque la única influencia consciente ha sido la de Julio Verne y sus relatos de aventuras, he querido que mi libro tuviera el ritmo de estas narraciones.

 

Volviendo al personaje de Laestadius, una de las facetas que menos se conocen de él es la de su implicación en la defensa de las minorías. ¿Fue en ese empeño donde encontró una afinidad con el personaje?

Tanto él como yo compartimos origen sami y eso nos lleva a tener una identidad heterogénea donde confluye la herencia de muchos pueblos. Yo, como sami, soy propietario de renos y puedo votar en las elecciones al parlamento sami, pero también soy ciudadano sueco y, a su vez, tengo raíces finesas pues mi padre pertenecía a la minoría tornedaliano. Es decir, tengo tres identidades. Laestadius era originario de la parte oriental de Laponia y se educó hablando el dialecto propio de esa región, pero cuando le trasladaron a Karesuando como vicario aprendió la variante idiomática del lugar, y también finlandés porque para él era fundamental comunicarse con la gente en su propio idioma. Él siempre fue partidario de potenciar una comunicación entre iguales, nunca necesitó subirse al púlpito para ver reconocida su autoridad.

 

En su novela, de hecho, el tema de fondo es la opresión sobre el pueblo sami y las tensiones entre marginalidad y asimilación que fueron dándose entre los moradores originarios de Laponia. ¿Qué peso tuvo aquel conflicto a la hora de definir la identidad nacional sueca?

Durante muchos años desde Estocolmo se hicieron grandes esfuerzos para someter a todas las culturas y lenguas minoritarias que convivían en territorio sueco. Afortunadamente, la situación ya no es la que era y el año 2000 marcó un hito importante con el reconocimiento del estatus oficial de las lenguas sami. Yo creo que lo que nos define a los sami es que nunca hemos sido nacionalistas, tenemos parlamento propio sí, pero nunca hemos llegado a plantearnos la idea de formalizar un Estado sami, sino que nos hemos volcado en la defensa de nuestro legado cultural. Pienso que el plurilingüismo enriquece a cualquier nación, de hecho, en Europa los Estados monolingües representan una anomalía, únicamente en Islandia y Portugal se habla un único idioma.

 

¿Pero ese proceso de asimilación cultural no desnaturalizó a los pueblos de Laponia?

En parte sí, de hecho, hay varias lenguas que se hallan en riesgo de desaparición, como el torneladiano que era el idioma nativo de mi padre quien, sin embargo, siempre fue reacio a comunicarse conmigo en su lengua ya que tenía miedo de que eso me llevara a no integrarme. Es una lengua que yo he tenido que aprender después, por mi cuenta. Es curioso porque hoy en día los pueblos samis se muestran más orgullosos que nunca de su historia, de su legado y de su identidad y, sin embargo, nuestras lenguas se encuentran más amenazadas que nunca y yo me pregunto ¿qué identidad pretendemos preservar si dejamos que nuestros idiomas autóctonos desaparezcan?

 

¿No cree que ocultando debajo de la alfombra los episodios más oscuros de nuestras respectivas historias los pueblos europeos nos privamos de la posibilidad de llevar a cabo un aprendizaje conjunto? 

Sí, sin duda, pero esa es una rémora que en Europa arrastramos desde el siglo XIX cuando, tras la unificación de Alemania y de Italia, se impuso la idea de que cada nación estuviera representada por un único Estado que garantizase la existencia de un proyecto político hegemónico orientado en una única dirección y basado en la existencia de una cultura única y de un idioma único. Fue una estrategia diseñada por la necesidad de los distintos Estados de competir económicamente entre sí. Sin embargo, en la Europa actual, donde la cooperación ha sustituido al conflicto, debemos abandonar esa idea y pensar que cada pueblo y cada individuo puede elegir la cultura que mejor le representa tomando elementos de aquí y de allá. Esa es un poco la idea que defendía en mi anterior novela, “Un rock n’ roll en el ártico”.

El final de su novela parece indicarnos que toda esperanza de progreso pasa por el mestizaje.

Es un final abierto, yo no creo que encierre ninguna moraleja porque no sabemos si a los protagonistas les va a ir bien o mal en esa aventura que se atreven a iniciar juntos. A mí me gusta pensar que sí, que se trata de un proyecto esperanzador, pero prefiero que sea el lector el que saque sus propias conclusiones.

 

La idea de que únicamente el saber nos hace libres está muy presente en las páginas de «Cocinar un oso». Resulta un mensaje muy oportuno en una época como la actual ¿no?

Hoy en día vivimos prisioneros de una paradoja que nadie vio venir y es que el hecho de tener un mayor acceso a la información no nos hace necesariamente ni más ni más sabios ni más independientes, al contrario, nos hemos vuelto más incultos y menos libres por el simple hecho de que también estamos más expuestos a la desinformación que antes. Los próximos veinte años van a ser muy interesantes de cara a comprobar la capacidad de influencia real que las redes sociales y los medios de información on line pueden llegar a tener a la hora de fortalecer o debilitar nuestros sistemas democráticos, pero mientras tanto, haríamos bien en volver a la mayéutica socrática y cultivar un conocimiento basado en razonar por nosotros mismos a partir de lo que vemos y oímos directamente, sin intermediarios. En este sentido yo, como escritor, reivindico la fuerza de la imaginación porque te ayuda a crear tu propia idea de la realidad.

 

En la novela Laestadius se apoya en Jussi, su joven pupilo, para desentrañar las pistas y de paso abrirle a este los ojos al mundo. ¿Saber interpretar la realidad también es un proceso de aprendizaje?

Sí, totalmente. De hecho en su labor como clérigo, Laestadius llevo a cabo una importante revolución dando carta de naturaleza a ese movimiento religioso conocido como ‘el despertar’ que incitaba a sus feligreses a tener una fuerte conciencia de sí mismos. Yo creo que los novelistas también estamos un poco para eso, para abrirle los ojos al lector y hacer que cambie su percepción del mundo. Yo he leído muchas novelas que me han hecho ver la realidad de otra manera y, modestamente, mi intención como escritor es contribuir a eso.