Mikel ZUBIMENDI
BILBO
Entrevista
JUAN LUIS ARSUAGA
PALEOANTROPÓLOGO

«Creo que es más el azar, hemos nacido en un universo indiferente»

Nació en Madrid (1954), creció en Bilbo, hijo de padre tolosarra y de madre madrileña, doctor en Ciencias Biológicas y catedrático de Paleontología, es un científico de proyección global que codirige desde 1991 el yacimiento del Pleistoceno de Atapuerca. &dcThree;

Arsuaga es un científico prolífico y brutalmente pedagógico que invita a viajar por las teorías y los caminos del origen de la vida. Un socrático que responde con más preguntas de las que le plantea el entrevistador, un erudito que deja frases que son chupinazos que desencadenan una explosión frenética de curiosidad. Y lo hace con una sonrisa, con un lenguaje bromista.

Atiende a GARA en la terraza del Hotel Ercilla de Bilbo, ciudad donde estudió de joven, contemplando su skyline. Se muestra accesible aunque su conocimiento parece, por momentos, inabarcable. Presenta su último libro “Vida, la gran historia” (Destino), va de entrevista en entrevista, deseando volver cuanto antes a su paraíso particular, a las profundidades del yacimiento de Atapuerca (Burgos), que desde 1982 explora y donde, junto con su equipo, ha realizado increíbles hallazgos.

Pulsión existencialista

Su último libro es el fruto de 40 años de investigación. Recientemente, "Sapiens", de Yuval Harari, ha alcanzado la cifra 12 millones de libros vendidos. El que pregunta se aficionó a esto después de ver la película "En busca del fuego", y le plantea cuál es la razón de este boom, de este renovado y enorme interés por la evolución humana.

«Yo leí el libro "En busca del fuego" de crío y a mí también me fascinó. Es la historia, Harari lo que consigue es que te parece que entiendes por qué pasan las cosas, no la explicación. Cuando haces historia se cuenta como un relato. Eso está bien, es informativo, pero la historia no es, como dicen los americanos, un condenado hecho tras otro condenado hecho, así no entiendes nada».

Leyendo su libro, sin embargo, parece que Arsuaga apuesta por dejar las preguntas abiertas.

«Porque odio ser un gurú. Igual soy un poco tocapelotas pero la gente es mayorcita y cuando hablamos de cosas que dan sentido a tu existencia, cuando otros te dan las explicaciones tajantes al respecto, ya puedes ir buscándote otras. Entonces, ¿cuáles son las explicaciones? ¿Existen? Podemos reflexionar juntos. Algún escritor ha dicho que en este libro hay una gran pulsión existencialista. ¡Hombre, claro! Es el problema de no saber cuál es el sentido de la existencia humana. Camus, Sartre, Unamuno toda esa generación tenían esa angustia. El siglo XX es el siglo del existencialismo. Porque claro, llega Darwin y acaba con todo, llega Freud y se carga lo que quedaba, luego Einstein… Y en la historia del pensamiento se genera la angustia, ya no tenemos donde agarrarnos, ¿no? O sea, que hacer lo que podáis».

Posibilidades de la vida

¿Y qué papel juega Darwin en el viaje por el laberinto de la evolución? «Darwin da el golpe mortal. Un gran filósofo de la biología, John Dupré, dice que la principal contribución de Darwin es metafísica, no es ni siquiera biológica. Darwin hace un descubrimiento que no es la evolución sino lo que hace que la evolución se produzca, su mecanismo. Y lo que encuentra es que ese mecanismo no tiene dirección, ni propósito. Es una putada, claro, porque la gente dice: ¿¡eh!? Pensaba que teníamos aquí un lugar en el universo».

Si no hay guía ni propósito, estamos aquí de chiripa, porque nos tocó la lotería de la vida.

«Creo que es más el azar. En mi época había un debate filosófico muy fuerte, Jacques Monod era partidario de que todo era contingencia. Demócrito decía que todo está entre el azar y la necesidad. Es decir, lo terrible, lo angustioso, es que como dice Monod, hemos nacido, hemos emergido en un universo indiferente. Eso es peor que un universo hostil, que al menos es hostil, pero uno indiferente es ya la nada absoluta».

«Las cosas se pueden entender –remarca lanzado–, lo que pasa es que tienen probabilidades. Si tu repasas la historia de la vida, es un fenómeno bastante predecible. Todos los meteoritos que van por ahí tienen agua y química orgánica. Hay gente que dice que ahí fuera no hay nada, pero hay meteoritos y asteroides, todo el agua de la Tierra viene de los meteoritos, están llenos de moléculas. Que haya vida a nivel bacteria no creo que sea excepcional».

Entonces, ¿hay vida ahí fuera? «Pronto lo sabremos, en diez años. Pero me temo que va a ser duro, tremendo. La Tierra tiene unos 4.500 millones de años y la vida se desarrolló hace 3.800 millones, surgió de manera muy rápida. Cuando se produzca algo similar en esos planetas hay que estar preparados, porque habrá muy pocos. Y es que una vez que aparece la vida, se abren muchas posibilidades. Esto es lo que se llama en matemáticas sucesos condicionados. O sea, la probabilidad de que tú y yo estemos aquí es muy baja, que tú nazcas es alta, pero está condicionado a otros sucesos y en esas cadenas, las probabilidades van bajando».

Autodomesticación

El primatólogo y catedrático de Harvard, Richard Wrangham, ha publicado un maravilloso libro, "La paradoja de la bondad", en el que defiende que la pena capital nos abrió las puertas de la moralidad. Que las coaliciones de machos beta empezaron a matar al macho alfa y eso nos hizo más compasivos y cooperativos, y nos autodomesticó.

«Wrangham es muy ingenioso y hay mucho de cierto en lo que plantea. Algunos ya habíamos dicho algo parecido, aunque no tan bien expresado. Cuando se inventó el lanzamiento de piedras, la capacidad de matar a distancia, se acabaron las jerarquías basadas en la fuerza física. Parecía una hipótesis muy excéntrica, pero si tienes que enfrentarte con un macho más fuerte pues lo llevas claro. Ahora, si le puedes atizar un cantazo en la cabeza que lo dejas frito… Esta idea es la que desarrolla Wrangham, ¿no? Tiene otras que defienden que cocinando la comida aumentó el cerebro de nuestros antepasados y fue clave en la evolución del hombre moderno. Pero en esto tenemos un problema, que no tenemos registros fósiles. Por ejemplo, en Atapuerca, es que no tenemos fuego».

Bonobos de la evolución

No podemos eludir la tentación de preguntarle: entonces, ¿qué somos, chimpancés o bonobos? ¿Chimpancés hiperviolentos, con machos alfa y ‘John Waynes’, o somos como nuestros primos hippies, los bonobos, que utilizan el sexo para la interacción social, para hacer las paces?

«El Neardental era el chimpancé y el homo sapiens el bonobo. Pero hay cosas que no sé… Eso de que el sexo sea para arreglarlo todo, no. El sexo está muy bien, se conoce gente, pero no somos particularmente promiscuos. Si tú haces una foto fija de un grupo humano para saber cómo está organizado, sale que es a base de familias. Todo al final es la probabilidad de la predictibilidad de la paternidad. Por ejemplo, entre los chimpancés no sabes quién es el padre, tampoco con los bonobos. Entre los humanos, normalmente hay una gran certeza. Pasa también con los gorilas, el padre es este, seguro, porque no hay más machos en el grupo. ¿Qué quiere decir eso? Que básicamente somos monógamos, sucesivos y tal, pero normalmente, los niños los crían sus madres y sus padres biológicos. En ese sentido no somos como los bonobos. Pero sí tenemos rasgos muy bonobos de autodomesticación».

 

«Los científicos del futuro se lo van a pasar muy, muy bien»

El euskara tiene mucho léxico latino, «alkate» es una palabra árabe, «xanpu» es una palabra hindú, es como la genética, las poblaciones, las especies comparten genes, hay de todo. Pero también tenemos las palabras «aizkora», «aitzurra», «aiztoa», «azkona», en euskara hacemos hachas, azadas, cuchillos y flechas con la piedra. Parece un registro que da pistas sobre sus orígenes. Le pedimos una reflexión.

«Uno de los temas que investigamos en Atapuerca es la genética de las poblaciones recientes, del neolítico para aquí, incluyendo lo vasco. Y vemos que primero llegan las gentes del mesolítico, luego las gentes del oriente fértil, luego viene la gente del carcolítico, los pueblos de las estepas, todo eso está en los vascos. Luego se queda un poco ahí, porque no hay aportación genética de otros pueblos. El euskara se pensaba que era paleolítico y hoy en día se piensa que, obviamente es preindoeuropeo, que es anterior a las gentes de la edad de hierro, de eso no hay duda, pero el euskara se remontaría seguramente no hasta el paleolítico, sino hasta el neolítico. Como el íbero. El euskara y el íbero tienen en común que son idiomas preindoeuropeos, lo que pasa que el íbero se perdió y el euskara se recreó, vamos a decirlo así. El euskara es un coiné que surge al final de la romanización pero que guarda raíces muy antiguas».

También le preguntamos si conocer los orígenes es la única forma de entender el presente: «No queda otra. ¿Pero sabes qué pasa? Que la gente necesita encontrar un sentido a su vida. En la prehistoria la vida de los que andaban por ahí tenía sentido, todo lo que hacían tenía un sentido en el mundo mágico en el que habitaban, en su matrix. Todos vivimos en nuestra matrix, la que da sentido a nuestra vida, nadie vive en la realidad, vivimos en una realidad imaginaria que compartimos con otros».

Y preguntado sobre la dirección de la ciencia del siglo XXI, y sobre si se explica en dos conceptos –gen y átomo–, responde con otras dos palabras: «sistemas complejos». «En ciencia lo que hemos hecho es descomponer, desmontar, coges algo y los químicos lo convirtieron en moléculas, y luego vinieron los físicos y lo convirtieron en átomos, pero es hacia abajo. El problema, el reto, es hacerlo hacia arriba, osea, los sistemas complejos: las sociedades humanas, la ecología, el cerebro, etc… y ahí estamos empezando. La buena noticia es que ya hemos hecho la parte fácil de la ciencia, que es el análisis, ahora viene la gorda, los sistemas complejos. Veremos si somos capaces de abordarlo, y ahí si que recurriremos a las máquinas, que no piensan pero procesan los datos. Yo soy optimista, claro que sí, los científicos del futuro se lo van a pasar muy bien». M.Z.