Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «A 47 metros 2»

Carne adolescente para el gran tiburón blanco

En primer lugar quiero aclarar el lío de las localizaciones, una vez vista la película. Se había anunciado que la secuela de “A 47 metros” (2017) cambiaría las costas mexicanas por las brasileñas de Recife, pero no es así. En la ficción seguimos estando en México, mientras que el rodaje en exteriores tuvo lugar relamente en la República Dominicana, y toda la parte submarina pertenece a un tanque de agua construido en los estuidos británicos Pinewood, junto con las escenas de un Aqua Park situado en la localidad de Basildon (Essex). El decorado principal reproduce una supuesta necrópolis maya, un templo precolombino cuyas ruinas permanecen ocultas bajo el agua como una especie de Atlantis. Un laberinto mortal ideado a la manera de un pasadizo del terror, y en cuyo diseño se ha invertido un mayor presupuesto con las ganancias de la primera entrega, que costó 5 millones y medio de dólares, para recaudar en la taquilla mundial un total de 61.

E insisto en la cuestión numérica, porque es la que marca las principales diferencias entre la película original y su continuación. También dentro del argumento, que ha escrito el mallorquín aficando en Londres Ernest Riera con el realizador Johannes Roberts, y que multiplica a las dos protagonistas anteriores para tener una cuarteto de chicas adolescentes en peligro. Como ya he dicho las posibilidades escénicas aumentan, y del encierro en la jaula para tiburones pasamos a unas cuevas inundadas de difícil escapatoria, al contar como vigilante autóctono con un gran tiburón blanco ciego que se mueve por instinto y al olor de la sangre.

Al viejo escualo parece gustarle el festín de carne adolescente que se le presenta, y las jóvenes irán cayendo por orden según el grado de antipatía que provocan en la audiencia, hasta que la final queda la más sensata del grupo. Se puede jugar a identificar a las respectivas hijas de Sylvester Stallone y de Jamie Foxx.