Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
Krusevo

EL ARRUMANO, LENGUA ROMANA, SE ESTÁ MURIENDO EN MACEDONIA

Los vlajos, comunidad romanizada a partir del siglo II a. C., han mantenido su cultura milenaria en los Balcanes. Su capacidad de mimetizarse con la mayoría les ha ayudado a sobrevivir, aunque el precio ha sido una asimilación blanda pero constante. Con sus derechos reconocidos, lo paradójico es que en tiempos de paz es cuando su lengua corre el mayor riesgo de desaparecer.

En el restaurante Andorra, a las 19.00, Tommy, Vasko, Dimitar y Blagojce charlan sin preocupación ante la ausencia de clientes. Entre bromas, esperan las horas de ajetreo de un fin de semana de verano en Krusevo. Y mientras llegan –quedan unos 90 minutos para que el bar se llene–, aceptan hablar de los vlajos, una de las minorías que conforman el coral étnico que es Macedonia del Norte. Bien integrados en la mayoría eslava, de ahí la proliferación de matrimonios mixtos, su principal problema es el lingüístico: el arrumano, lengua romance que sobrevive en los Balcanes desde hace 2.000 años, se está muriendo. Y el restaurante Andorra, sin quererlo, refleja la tendencia: solo Tommy habla arrumano, lo que se traduce en un 33% de los vlajos presentes, porque Blagojce es macedonio.

A sus 23 años, un lustro mayor que sus amigos, Tommy es tímido, pero sonríe con la boca pequeña cuando se alaba su dominio del arrumano. Utiliza el móvil para traducir al inglés, aunque casi siempre es Dimitar, de 17 años, quien termina por aclarar las fallas que la tecnología no logra superar. Tommy, al que sus amigos llaman «Mingu», como es conocido su padre, el dueño del restaurante, aprendió arrumano por imposición de su familia, que solo utiliza esta lengua en el hogar. «Es su carácter, su forma de respetar a nuestra gente», dice, para luego desgranar que su madre, Eli, es macedonia. Una macedonia que, tras casarse con un vlajo, aprendió arrumano en tres meses. «Mi madre es un orgullo», concluye Tommy, que asegura que nunca tuvo problemas de integración porque, hasta donde recuerda, siempre dominó macedonio y arrumano.

En la mesa, otra nueva ronda de rakia, la bebida alcohólica que nunca falta en las reuniones locales. Es la tercera. Dimitar es quien domina la conversación en inglés. No obstante, apenas sabe arrumano. Culpa a su familia: «Mi madre y mi padre tenían que trabajar mucho y nunca pensaron en enseñarme. Se desentendieron». Ellos no son una excepción. «El 30% de mis compañeros vlajos de clase habla arrumano. No más. Esta lengua va a morir», sentencia.

Sin familias decididas como la de Tommy, la otra opción para evitar que el arrumano perezca está en manos de las autoridades, que tendrían que promover una mayor difusión en los medios de comunicación -existen escasas revistas y radios y la televisión estatal otorga un reducido espacio semanal– y aumentar la presencia de esta lengua en la educación: las lecciones optativas de arrumano que se imparten en los colegios hasta los 15 años parecen insuficientes. Dimitar, bajito y cordial, añade otro inconveniente: «No tenemos profesores que nos puedan enseñar».

Un día más tarde, Mingu padre controla el restaurante Andorra. Su trabajo consiste en charlar con los clientes mientras vigila a sus empleados, dos de ellos su mujer y su hijo. Se toma un asueto para asegurar que no consentirá que su lengua muera. «No será por mi culpa», añade, para luego recordar que la situación actual es similar a la de los años 90: tienen derechos por ser minoría que facilitan el acceso a universidades y empleos públicos, pero los jóvenes no quieren aprender arrumano. «Los padres tienen que enseñar a sus hijos en casa, pero con una hora semanal en el colegio es suficiente. El problema es que los jóvenes no quieren aprender arrumano. Mire a mi mujer, que aprendió en tres meses», sentencia, orgulloso, antes de reconocer que, como la mayoría de vlajos rurales, no sabe escribir arrumano.

Pueblo romanizado

Repartidos por Bulgaria, Rumanía, Serbia, Grecia, Albania y Macedonia, los vlajos son un pueblo romanizado a partir del siglo II a. C. por soldados que, en su camino hacia Oriente, dejaban a su paso colonias leales a Roma. Macedonia, como cruce de caminos en los Balcanes, con la Vía Egnatia como referencia, estuvo especialmente influenciada. Originalmente ganaderos, los vlajos fueron adaptándose al nuevo orden y, debido a su conocimiento de las montañas y a su movilidad, cubrieron la retaguardia de los romanos. Al encontrarse en mitad de importantes rutas comerciales, más tarde evolucionaron a prósperos comerciantes. Tanto que hoy los macedonios dicen que son «los judíos de los Balcanes».

El auge de la influencia griega en Bizancio, la llegada de los eslavos, los siglos bajo el dominio del Imperio otomano y la explosión de los estados-nación han dotado de nuevas singularidades a esta comunidad. Pero pese a estas influencias, los vlajos, de los que dicen tienen cualidades propias del camaleón, han mantenido su lengua romance, que en función de la región se divide en istrorrumano, en Croacia; meglenorrumano, nacido en la región de Moglena y que ha sufrido una evolución dispar debido a la división fronteriza entre Macedonia y Grecia; y arrumano, modalidad más extendida por número de hablantes y producción literaria.

Un pasado discutido

Debido a la carencia de testimonios escritos, los vlajos tienen un pasado discutido. Rumanía, la Dacia que conquistó Trajano, donde se habla el rumano extendido de los valacos, considera el arrumano como uno de sus dialectos que ha evolucionado con las influencias del sur del Danubio, río que, siguiendo esta tesis, los rumanos cruzaron escapando de los eslavos. Pocos dudan del común origen de ambas lenguas, aunque se desconoce si vlajos y rumanos son una misma nación. Los griegos, por su parte, no descartan que los vlajos fueran helenos romanizados tras la caída de la Antigua Macedonia. También algunas tribus podrían ser albanesas o descendientes directas de los romanos. Teorías que siempre recuerdan la histórica presencia de esta nación en los Balcanes.

En el último milenio, como muestra de la evolución como pueblo, esta comunidad ha ayudado al progreso de importantes ciudades. La urbe de Voskopöje (Moscopole en arrumano) experimentó un gran desarrollo hasta que fue arrasada por los otomanos en el siglo XVIII. Esto provocó un éxodo vlajo a otras tierras, entre ellas Krusevo, que pronto se convertiría en un centro de transacciones comerciales e ideales revolucionarios. Un siglo después, en 1903, los levantamientos populares de Ilinden contra el Imperio otomano consiguieron su mayor éxito en Krusevo, donde se proclamó una efímera república. «La primera de los Balcanes», enfatizan orgullosos los locales.

En este proceso revolucionario, los vlajos prestaron a la literatura heroica macedonia la figura de Pitu Guli. Es más, se estima que sumaban el 70% de la población de Krusevo. Sin embargo, con el paso de los años esta región se ha ido deprimiendo, quedando como centro vacacional de nostálgicos y amantes del parapente. Así, de 10.000 habitantes se ha pasado a apenas 5.000, de los que solo el 19% son vlajos. Datos que recuerdan la migración a Bitola, Skopje o Europa en busca de oportunidades laborales. «La gente se casa con otras nacionalidades y baja el número –porque adoptan la identidad macedonia–. Ahora, en Krusevo, alrededor del 40% son vlajos. Antes, hace 60 años, éramos el 100%», añade sobre esta causa Mingu, quien no ha conseguido evitar la migración de uno de sus hijos, asentado en Skopje, pero que sí ha logrado invertir la macedonización a la que tienden los matrimonios mixtos. En Krusevo, a 1.350 metros de altitud, la ciudad más elevada de Macedonia, es más fácil toparse con eslavos. En un horno de pan trabaja Bobo Petreski, de 40 años y sonrisa bonachona, que insiste en la cordial convivencia: «Nuestra relación es muy buena. Ellos tienen dinero y no es difícil ser vlajo. Son buena gente: nos ayudaron hace 100 años». Todos los macedonios inciden en la excelente relación. Damian, de 13 años, que ayuda a su padre en el taller de reparación de coches, reconoce que «los jóvenes no hablan arrumano». Es el principal problema, coincide Vasko, de 15 años, parado en su motocicleta. Todos estos eslavos apremian a que se impartan más horas de arrumano en colegios y que los carteles de Krusevo, donde impera el alfabeto cirílico, utilicen esta lengua. «Están perdiendo su lengua y puede que haya que dar en el colegio más horas en arrumano. Es importante respetar las culturas», concluye Petreski.

Se estima en más de 500.000 los vlajos repartidos en los Balcanes, aunque la cifra oficial, debido a la falta de reconocimiento de ciertos Estados y la característica ocultación de esta comunidad, es mucho menor. En Macedonia suman el 0,5% de la población, aunque su número podría ser hasta cinco veces mayor. Ocultos entre la mayoría o asimilados por ella, ni siquiera el 23 de mayo, día del pueblo vlajo desde que el Imperio otomano reconoció a esta nación en 1905, consigue que sus demandas lingüísticas penetren en su comunidad y, menos aún, en la mayoría macedonia, cómoda con el statu quo. Esta forma de caminar entre la mayoría, si bien tiene como inconveniente la asimilación, también les ayuda a sobrevivir siendo minoría. Y funciona: llevan 2.000 años habitando esta región acostumbrada al conflicto. Aunque ahora, en tiempos de paz, resulta que el riesgo de perder su lengua es mayor que nunca. «Los únicos que son discriminados y discriminan son los albaneses. Nuestro problema es la lengua, porque en el resto estamos igual que los macedonios», explica Dimitar, quien cree que «nunca es tarde para aprender arrumano». «Quiero, pero no tengo tiempo: en verano trabajo y durante el año tengo colegio», lamenta. Para Mingu, que mira a su mujer Eli, todo es una excusa.