Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

Alegría moribunda

Octavo día de competición, y la tendencia ya no se puede maquillar más. Es un escenario que desprende cierta dimensión trágica, pero cuando aprendemos a convivir con ella, podemos incluso hallar el consuelo en aquellas pequeñas alegrías que, sin duda, también dan color a la vida.

El caso es que comentábamos, antes del pistoletazo de salida de esta 67ª Mostra, que el programa previsto era el de un festival que iba a disparar toda la artillería pesada durante los primeros días. Y así fue: Venecia casi se saturó durante las jornadas de apertura, y claro, temíamos que llegara a la recta final con el depósito de combustible vacío. Y así estamos ahora.

La Sección Oficial a Competición confirmó su ritmo errático de estos últimos días con “Saturday Fiction”, nueva obra del chino Lou Ye, uno de esos artistas siempre en peligro de ser engullido por su propio virtuosismo. La propuesta consistía, básicamente, en mezclar la mentira con la verdad, o si se prefiere, la simulación con la realidad. Estábamos en la Shanghai ocupada por el ejército japonés. En una ciudad donde se iban a decidir los detalles del crucial ataque que las tropas imperiales ejecutarían en Pearl Harbor.

Con estos elementos sobre la mesa, Lou Ye decidió saciar su ego. El hombre optó por el estilo documental y por un montaje frenético. Lo hizo, dedujimos, para rizar más el rizo en las habitualmente rizadísimas tramas de espionaje. Así, este thriller en el que chinos, nipones y franceses querían decir la suya, se convirtió en un caos (buscado, seguramente) de intereses e identidades, en el que, al final, brilló con luz propia Gong Li, esa estrella empeñada en no envejecer. Fue un premio algo menor, pero a estas alturas, no estábamos para pedir mucho más.

Por suerte, justo después remontamos un poco el vuelo. “Babyteeth” fue un pequeño respiro en un panorama en el que el aire ya empezaba a oler demasiado a viciado. La debutante australiana Shannon Murphy nos trajo una de estas cintas que seguro que hubieran sido encumbradas en Sundance, la Meca del cine independiente yankee. No en vano, la temática nos remitía a alguno de los últimos grandes éxitos indie. Articulada como un diario personal, la película se dedicó a seguir los pasos de una adolescente gravemente enferma que se enamoraba de un narcotraficante de poca monta. Alrededor de estos dos personajes, giraba una serie de familiares y vecinos que no eran más que una entrañable defensa de lo disfuncional. Ingredientes arquetípicos en la comedia dramática moderna... revestidos, eso sí, por ese gusto tan australiano por lo salvaje. Al final pudimos sonreír.

Por último, fuera de competición, recuperamos “The King”, de David Michôd. El director, australiano también, se americanizó para mezclar el drama histórico con la épica shakespeariana de “Enrique V”. Obedecía todo a saciar los sueños de grandeza de Netflix, y como casi siempre, la apuesta se quedó a medias. Entre la decepción de una emoción que no calaba, y la satisfacción efímera de esas producciones competentes... pero olvidables.