Amalur ARTOLA
DONOSTIA

Todo un universo musical convertido en ser humano

«La resiliencia es esa capacidad que tenemos de reponernos positivamente ante situaciones adversas, y yo me estoy convirtiendo en un experto», se sinceraba el año pasado Iñigo Muguruza, a su regreso a los escenarios tras una dura etapa que comenzó al diagnosticarle Esclerosis Múltiple. Fallecía ayer constatando que, ante todo, era un gran amante de la música.

La creación era su vida. Y dentro del amplio universo de las artes, era la música la que le brindaba mayores satisfacciones. Iñigo Muguruza, el más joven de los hermanos irundarras, fallecía ayer al mediodía dejando tras de sí toda una vida dedicada a los acordes, a la composición, a los escenarios y a esa gran amante de la que nunca quiso, ni pudo alejarse. Así lo reconocía él mismo el año pasado en una entrevista que concedía a GARA. En declaraciones al periodista musical Pablo Cabeza, afirmaba que la música «es algo muy grande en mi vida. Hace tres años me diagnosticaron Esclerosis Múltiple y pasé un año duro, del que renací cual ave Fénix. La resiliencia es esa capacidad que tenemos de reponernos positivamente ante situaciones adversas, y yo me estoy convirtiendo en un experto», aseguraba, dando una valiosa lección de superación.

La relación de Iñigo con la música se remonta hasta casi su infancia. Ya con 14 años formaba parte de Desband (posterior Beti Mugan), grupo que acabaría abandonando para formar, junto a su hermano Fermin, uno de los grupos baluarte de la escena rock de los 80: Kortatu, formación que con sus bases de punk y ska revolucionaría la escena musical y dejaría para la posteridad himnos como “Mierda de ciudad” o la inolvidable “Sarri, Sarri”. En total, fueron cuatro intensos años en los que la formación dio más de 280 conciertos compartiendo escenario con decenas de bandas. Sobre esos años, en la citada entrevista, recordaba: «Como me dijo una vez Roberto Moso, ‘el que vivió los 80 y dice que se acuerda, miente’. A mí me ocurre que mis recuerdos tienen una gran carga emocional. Recuerdo mucho a Mahoma, un amigo enorme a quien su corazón no le entraba en su fornido cuerpo, a Natxo Zikatriz con su amplia sonrisa, al Gavilán, a Biktor, a Yull, a Pedrito Zika, Pepín, a Portu... ¡buff! Decía El Fary que detestaba al hombre blandengue; pues bien, yo soy uno de ellos», se sublevaba.

Los 90 estuvieron marcados por otras tres grandes bandas en las que también estuvo Iñigo: Delirium Tremens, Negu Gorriak y Joxe Ripiau. Al primero llegaría como segundo guitarrista y participaría en la grabación de “Hiru aeroplano” (1990), considerado el mejor LP de la formación, álbum lanzado el mismo año que surgiera Negu Gorriak, una de las bandas vascas más influyentes de todos los tiempos. Otra vez junto a su hermano Fermin, fueron pioneros en mezclar el rap y la música negra con el punk y el rock.

Es tras un viaje a la República Dominicana, en 1996, cuando Iñigo decide crear, por pura diversión y esta vez junto a su hermano Jabier, una banda en la que daría rienda suelta a su amor por los ritmos latinos, que se convertiría en la inigualable Joxe Ripiau, y, tras la disolución tanto de esta como de Negu Gorriak, en el nuevo milenio nos regalaría Sagarroi, en la que se sumergiría en una etapa más ligada al hardcore pero que luego giraría al ska-punk, con sonidos que recordaban a Joxe Ripiau.

La disolución de Sagarroi trajo el proyecto acústico Lurra (2013-2017), cuyo final se solapó con el diagnóstico de Esclerosis Múltiple, y el año pasado anunciaba que volvía a los escenarios con Hiru Leike, dúo integrado por la vocalista Ane Odriozola y él a la guitarra eléctrica, instrumento al que se sentía íntimamente unido. «Practico mucho, la guitarra eléctrica es seguramente el mejor instrumento del mundo, y el siguiente el bajo eléctrico, jeje. La creación es muy importante para sentirse realizado, en mi caso al menos».

Experimentación constante

Contaba Iñigo que tras cinco años tocando en acústico el cuerpo le pedía un cambio: «El demonio overdrive me pincha en el culo con su tridente y me dice: ‘Iñigo, ya te vale de sonidos Simon & Garfunkel, ¡mete distoooor!’». El cambio y la necesidad de experimentar con nuevos sonidos y géneros fue una constante en la carrera musical del de Irun: «Como contaba en la mítica ‘Gure baitan daude biak’, tema que compuse con Negu Gorriak, ‘comienza la lucha en mi interior’. El yin y el yan, ya sabes. Cuando he estado en un grupo superluminoso como Joxe Ripiau, después he tenido que equilibrar la balanza y, como ahora, desempolvar el Marshall». Tal era así, que en los cinco años con Lurra no pasó un solo día en el que no tocara la eléctrica: «Es superadictivo».

La música era su vida, y se la dedicó. Pero también tuvo tiempo, y ganas, para indagar en otros ámbitos del arte. En el año 2001 escribió el guion, puso la música y dirigió el cortometraje “Nahia”, su incursión en el mundo del teatro vino de la mano de la obra “Ezekiel” y también le dio a la literatura: en 2004 publicó “Unax eta Hodeitxu”, un libro de relatos infantiles.

En definitiva, un artista polifacético que optó por la música como vía para expresarse, reconocerse y renovarse, y que se va dejando todo un universo sonoro como legado.

Habida cuenta de su recorrido musical, las reacciones a la muerte de Iñigo Muguruza no se hicieron esperar. Muchos fueron los que destacaron su recorrido y otros tantos optaron por unirse a su lenguaje y retuitear vídeos de sus canciones más emblemáticas. Su hermano Fermin se despedía con un: «Agur Iñigo. Horrenbeste maite zintudan... laster arte anaia, lagun. Gora bizitza! Gora Iñigo Muguruza!». Pues sí. Gora!