Víctor ESQUIROL
DONOSTIA
ZINEMALDIA 2019

Un festival para superar dependencias a los grandes nombres

O cómo usé el buscador de internet para dejar atrás las dudas… y encontrar argumentos con los que enamorarme, antes siquiera de la primera vista, de la 67ª edición de Zinemaldia.

En lo que a mis círculos de amistades respecta, la previa de la 67ª edición de Zinemaldia se vivió con algo de vergüenza propia. Lo admito… y si mis camaradas cinéfilos tuvieran un mínimo de decencia (que yo sé que la tienen),también deberían agachar la cabeza y pasar por la misma admisión de culpa. Uno de ellos, de hecho, recuerdo que se dirigió a mí para comentar el anuncio de las películas que iban a componer esta nueva Competición por la Concha de Oro. Jamás olvidaré su cara.

Se me acercó con la expresión de incredulidad y desconcierto que delata ese miedo que solo puede experimentar un soldado paracaidista, momentos antes de ser arrojado… para aterrizar vaya usted a saber dónde. «He tenido que echar mano, constantemente, del buscador de internet», juro que lo dijo… y juro que yo pasé por un proceso más o menos similar. Todo esto, por cierto, nos pilló en la Mostra de Venecia, un certamen poblado (hay quien diría «sobre-poblado») de estrellas hollywoodienses y grandes egos del cine de autor. A la ciudad de los canales llegamos con pocos deberes previos en nuestra cuenta, porque ahí terminaron buena parte de las películas más esperadas de la temporada.

 

¿Un festival de perfil bajo?

En cambio este año a Donostia vamos, como diría mi compañero de armas, echando mano del buscador para acabar de ubicar a los cineastas con los que nos enfrentaremos. En este sentido, las sensaciones apriorísticas de la cinefilia no dejan de ilustrar el momento histórico en el que ahora mismo se encuentra Zinemaldia. Rebobinando un poco más la cinta, podemos situarnos en el momento en que Venecia daba a conocer las películas de su concurso. En aquel momento, llamó la atención la ausencia de algunos de los títulos más esperados de este tramo final de año.

Tanto Martin Scorsese como los hermanos Safdie, por ejemplo, pasaron de largo de la cita italiana, aunque lo verdaderamente llamativo de estos casos es, como decía, las predicciones que lanzaba la fauna festivalera con respecto a dónde iban a terminar. Había quien hablaba de Telluride, había quien hablaba de Toronto, había quien hablaba de Nueva York… Nadie tenía demasiado en cuenta Donostia. Y efectivamente. Esos grandes nombres se quedaron en el otro lado del charco. Aquí no están… pero es que como ya he dicho, ni se les esperaba.

Y me refiero, que conste, a esos films cuyo estreno mundial (incluso internacional) bien pueden justificar el viaje, así como la salud física y mental sacrificada (de muy buen gusto) en cualquier festival. Excluyo de esta reflexión la sección Perlak, y ya puestos, Horizontes Latinos y Zabaltegi-Tabakalera, sendas selecciones ricas en grandes éxitos festivaleros ajenos… y que quizás ponen, sin querer, el dedo acusador hacia una cosecha propia que, sobre el papel, y como he dicho, no parece muy vistosa.

 

La virtud del descubrimiento

Todo lo descrito hasta ahora podría chocar frontalmente con la concepción que, de entrada, tenemos con respecto a los certámenes cinematográficos de Clase A, esa «liga de campeones» en la que, sin lugar a dudas, juega Zinemaldia. Pero al mismo tiempo, es importante recordar que a estos grandes festivales no solo vamos a reafirmarnos en nuestras filias y fobias artísticas, sino que también deberíamos usarlos para ampliar nuestro rango de visión para un panorama que, ciertamente, no se puede reducir a un puñado de grandes nombres repetidos.

En este sentido, quiero transmitir desde estas líneas toda mi confianza hacia José Luis Rebordinos, director artístico de Zinemaldia, y hacia el comité de selección de películas. Ante la falta de referencias evidentes, queda depositar la fe en un equipo que, sobre todo en las últimas ediciones, ha demostrado tener el radar afinado. En otras palabras, y en comparación con otras grandes citas cinéfilas, Zinemaldia suele brillar por el atrevimiento de abrir su principal escaparate (esto es, la Competición por la Concha de Oro) a artistas debutantes. Este año no supondrá la excepción a esta dinámica. Belén Funes, David Zonana o Gonçalo Waddington, novatos todos ellos en la dirección de largometrajes, se supone que han llegado aquí no por méritos del pasado (pienso en los casos de Naomi Kawase y Valeria Sarmiento del año pasado), sino por los logros que acreditan sus respectivas cartas de presentación. Si es realmente así, Zinemaldia habrá cumplido en esta labor crucial

De modo que el desconcierto que, siempre a priori, pudieran levantar nombres tan desconocidos como Adilkhan Yerzhanov, Ina Weisse, Louise Archambault, Sonthar Gyal, Paxton Winters o Alice Winocour, no debe interpretarse solo como una súplica para acudir corriendo al famoso buscador de internet, sino más bien como una invitación a dejarse llevar por el entusiasmo que solo puede levantar la promesa más dulce: la del hallazgo. Lo diré una vez más: a esto vamos, en parte, a un festival de cine. De Zinemaldia (y de Cannes, y de Berlín...) debemos regresar siempre con una cuenta de autores predilectos superior a aquella con la que llegamos el primer día. Respiremos tranquilos, pues: parece que esta máxima se va a cumplir.

Y si a pesar de todo esto sigue habiendo quien no se vea capaz de sobrevivir sin el soporte vital de los «sospechosos habituales», bueno es saber que siempre tendrá el consuelo de un puñado de nombres que, sobre el papel, dotan al festival de ese prestigio sin el cual, admitámoslo, tampoco puede vivir. Me refiero por supuesto al regreso de Alejandro Amenábar con “Mientras dure la guerra” (con el célebre choque entre Miguel de Unamuno y José Millán Astray como centro gravitatorio), o del prolífico y controvertido James Franco, quien después de llevarse la Concha de Oro con “The Disaster Artist”, presentará “Zeroville”.

Pero me refiero, sobre todo, al equipo predilecto de Zinemaldia: a Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga, quienes volverán a juntar talentos para mostrarnos “La trinchera infinita”, en principio, el proyecto más ambicioso de su filmografía compartida. En serio, ¿quién dijo «perfil bajo»?

 

El placer de la incertidumbre: vuelve la sesión sorpresa

Las tertulias previas de la 67ª edición de Zinemaldia han estado muy marcadas por una decisión que, de momento, solo puede catalogarse de golpe de efecto magistral. El equipo de José Luis Rebordinos ha decidido recuperar la casi mítica figura de la sesión sorpresa. Se trata de una jugada (llamémosla así) asociada, dentro de la memoria festivalera, a la última época dorada de la Mostra de Venecia, y por supuesto, a un sentimiento nostálgico también arraigado en el certamen donostiarra.

Se trata de esa proyección a la que, si no lo impide el siempre presente fantasma de las filtraciones de información, acudiremos sin saber qué vamos a ver reflejado en la pantalla. Es el placer (algo angustioso) de la incertidumbre. Un festival de cine también puede servirse de este combustible. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, sigue sin haber confirmación oficial por parte de ningún canal mínimamente fiable, de modo que solo queda especular. En la parrilla de salida de las favoritas a ocupar tan distinguida (e incierta) plaza, encontramos dos propuestas de altura. La primera es “Día de lluvia en Nueva York”, nuevo trabajo de Woody Allen; la segunda es ni más ni menos que “Joker”, de Todd Phillips y con Joaquin Phoenix, flamante León de Oro en Venecia. Víctor ESQUIROL