Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Las buenas intenciones»

¿Cómo será de mayor Greta Thunberg?

Las comedias procedentes del mercado francófono tienen el plus de adelantarse al resto a la hora de sacar a la palestra temas candentes sobre los que mucha gente no se atreve a opinar porque no tiene aún una opinión formada, y no necesitan ser grandes películas para dejar una puerta abierta al debate, siendo ya cuestión de quien quiera el profundizar más en el asunto y coger el testigo. A dicho perfil responde “Las buenas intenciones” (2018), que satiriza en tono ligero sobre la solidaridad como moda entre la ciudadanía del primer mundo, pues si antes las damas de la aristocracia se dedicaban a las obras de caridad, ahora hijas e hijos de familias burguesas practican el activismo humanitario o caloboran con una ONG. También hay mucho de protagonismo y de querer salir en la foto, haciendo de la filantropía algo competitivo. Al director Gilles Legrand le falta mala leche para llegar a escocer al espectador, y no termina de atacar del todo la falta de coherencia ideológica y las grandes contradicciones de la progresía actual.

“Las buenas intenciones” (2018) funciona como retrato irónico de ciertas formas de ser solidarias o solidarios, gracias a la autocrítica construcción que Agnès Jaoui hace de su personaje, una mujer cuya adicción a las causas sociales roza ya lo enfermizo. Y da en la clave psicoanalítica, tanto en cuanto la altruista Isabelle acaba convirtiéndose en una caricatura de si misma. Su vida entera gira alrededor del servicio a los demás, descuidando a su propia familia, la cual incluso procede de su dedicación principal, dado que el marido era un refugiado bosnio al que ayudó en su momento.

Isabelle está obsesionada con colaborar a la integración de la gente inmigrante, y no le basta con dar clases de francés a quienes buscan un trabajo en el país de acogida, cuando el carnet de conducir pasa a ser la prioridad en el currículo laboral. Lo de la autoescuela multicultural sirve de excusa para el gag racial.