Queralt CASTILLO CEREZUELA
CINCO AñOS DESPUÉS DEL ATAQUE A «CHARLIE HEBDO»

ANTES DEL 7 DE ENERO DE 2015, NADIE ERA CHARLIE

Cinco años después del ataque al semanario francés Charlie Hebdo, la obra “El Colgajo” publicada por Philippe Lançon, uno de los supervivientes de aquel tiroteo, sirve para recordar lo sucedido.

La mañana del 7 de enero de 2015, miércoles, entre las 11.25 y las 11.28 de la mañana, la vida de Philippe Lançon (Vanves, Francia 1963) cambió por completo: «Hubo varias sonrisas y fue entonces, una vez hecha la broma, cuando un ruido seco, como de petardo, y los primeros gritos en la entrada interrumpieron el flujo de nuestras bromas y nuestras vidas. No tuve tiempo de guardar el libro de jazz en la pequeña bolsa de tela negra. Ni siquiera tuve tiempo de pensar en ello, y todo lo ordinario despareció». La redacción del semanario satírico “Charlie Hebdo”, situada entre las simbólicas Plaza de la República y Plaza de la Bastilla, se convertía en el blanco de un ataque.

En el ataque murieron el economista Bernard Maris y los dibujantes Cabu, Charb, Wokinski, Honoré y Tignous. Este último dibujaba cuando los hermanos Chérif y Said Kouachi entraron Kalashnikov en mano. Lo encontraron muerto con el bolígrafo en la mano. También perecieron los policías Franck Brinsolaro y Ahmed Merabet, la columnista y sicoanalista Elsa Cayat, el conserje Frédéric Boisseau y Michel Renau, un invitado a la reunión.

Unos segundos más tarde del tiroteo, Lançon, uno de los supervivientes, comprendía que lo que allí había sucedido era algo irreversible. El lugar en el que estaba prohibido prohibir, enmudeció tras la irrupción de la violencia al desnudo. Después de los disparos, escombros de silencio y sangre, describe Lançon.

En 10 años, “Charlie Hebdo”, siempre satírico y anticlerical, había hecho seis portadas sobre el islam. «Siempre nos habíamos burlado de la iglesia católica, también, pero el mundo ha cambiado y reírse, que era tan importante, ya no lo es. La burla es una luz que proyectas sobre una situación o sobre un personaje a través de una caricatura. En Charlie, también nos reíamos de nosotros mismos, pero vivimos en un mundo en el que la gente no quiere reírse de sí misma». El humor de Charlie, con raíces en el humor francés del siglo XVIII, cuesta de entender, el mismo Lançon lo reconoce.

No todo el mundo era Charlie

Cuatro días después del atentado, el 11 de enero, todo el mundo fue Charlie. El #JeSuisCharlie llenó las calles de París y demás ciudades de Francia, pero «sobre las 10.30 del 7 de enero de 2015 no había mucha gente en Francia que fuera Charlie». Siendo periodista del semanario, él mismo confiesa que en algún momento antes del atentado, había dejado de abrir “Charlie Hebdo” en el metro. Nadie era Charlie antes del atentado. Aquel 11 de enero, él no lo fue: «Escribía en Charlie, había resultado herido y visto a mis compañeros muertos en Charlie, pero yo no era Charlie. El 11 de enero, yo era Chloé» (su cirujana).

Asegura Lançon, que lo ocurrido en la oficina de la calle Nicolas-Appert, en el XI distrito de la capital francesa, se lo arrebató todo. Charlie, lugar de liberación y despreocupación, de sátira y burla, quedó a oscuras por las sombras de los que los querían hacer callar. Reconoce que tanto en el momento del atentado como durante sus largos meses de recuperación en el hospital de la Pitié-Salpêtrière las ganas de supervivencia le atribuyeron serenidad y lucidez. En ese período, de 282 días, en el que siempre estuvo a merced de los demás, el periodista aprendió a sentir la soledad de estar vivo y a no rendir homenaje al horror vivido con ira o con melancolía, como él mismo defiende. Volvió a escribir, tanto para “Libération” como para Charlie («Escribir era protestar, aunque también era ya una forma de aceptación») y, fluctuando entre la vida y la muerte, entre el sentimiento de culpa por haber sobrevivido al atentado e instalándose en la paranoia de tanto en tanto, Lançon volvió poco a poco a la vida. Con la ayuda de los suyos, con la ayuda de Bach, de Kafka y de Proust. «La música de Bach, como la morfina, me aliviaba: Bach descendía a la habitación y a la cama y a mi vida».

Todo esto lo narra en un libro denso y extenso que se acaba de publicar. “El Colgajo” (Anagrama, 2019) es una descripción detallada de esos tres minutos del atentado, pero también del proceso de recuperación, de «los nacimientos», de una tristeza insoportable y del intento de pasar de ser un superviviente a un ser viviente.

El libro se mueve entre la entrevista y la confidencia y las ideas se relacionan de manera sutil a través de las páginas, donde el lector consigue palpar el silencio y aquello que no es necesario decir. Reivindica Lançon, en esos meses de pocas palabras, el derecho a no ser patético y a tratarse con delicadeza a uno mismo. «La única manera de relacionarse con los demás es a través de la delicadeza», diría el periodista durante la rueda de prensa de la prestación del libro. “El Colgajo” es también un ejercicio de toma de consciencia y aceptación, de la voluntad de un hombre que renace y que quiere vivir, a pesar del miedo, a pesar de esos 52 años que le pesan como losas, recordándole una vida pasada que ya no volverá.

Fue aquel un ataque llevado cabo por los hijos de la República, pero Lançon apenas se detiene en el tema. No hay en el libro-diario ninguna pretensión de análisis sociológico ni político, quizás lo que se eche más en falta. El libro es un cuento, un cuento de lo que pasa en la vida de un hombre que es víctima de un atentado y el efecto que tiene su vida, sobre la vida de los que están a su alrededor y sobre el efecto que esa violencia tiene en su memoria. «Los artículos sobre terrorismo y sobre terroristas no me enseñan nada, ya entendí en su momento todo lo que tenía que entender. Conrad me ha enseñado más del terrorismo que todo; y me convence más su antipatía hacia los terroristas que aquellos escritores que se intentan poner en la piel del terrorista».

Un silencio sin espacio para el rencor

Philippe Lançon tuvo que someterse a diecisiete operaciones de mandíbula (el disparo le destrozó el maxilar inferior) y a varios meses de fisioterapia y rehabilitación. En la reconstrucción, Chloe siempre le explicó todos los procedimientos. «El hecho de poder dar una explicación a los procesos, permite vivirlos mejor». Fueron meses de silencio, de pizarra y libreta. «Con la boca se come, se sonríe, se besa, se comunica uno con los demás (…) Cuando uno no puede hablar, cambia la relación con el otro y con el silencio. Te aíslas. Yo prestaba mucha atención a todo lo que sucedía a mí alrededor durante la época del hospital». Ahora, casi totalmente recuperado, mira con cierta nostalgia hacia ese estado mental. Ese silencio impuesto, lo desestabilizó hasta el punto de llegar a pensar de que se trataba de un castigo merecido. «Creía que era un castigo por el ruido que había alimentado, por todo lo que había hablado, por todo lo que había escrito».

No hubo, en esa habitación-compartimento estanco-sin vida exterior espacio para el rencor o el odio; de hecho, cuando su hermano le da la noticia de la muerte de los hermanos Kouachi («Se han cargado a esos cabrones») Lançon, en un momento magistral de adiestramiento del dolor, incluso se molesta: no quería ningún tipo de violencia en aquella habitación; ni siquiera la que cargan esas palabras. «No soy un hombre de odio (…) Vivimos en un mundo en el que odio está de moda y hay escritores que lo usan para escribir. No, para mí nunca ha sido una buena gasolina», reconoce. Tampoco quiso Lançon que el libro fuese una terapia, por eso lo empezó a escribir dos años después del atentado, cuando se terminaron las cirugías, las visitas al sicólogo y al fisioterapeuta, cuando huyeron los últimos miedos.

Gestionar el miedo para retomar el contacto con el núcleo geográfico de una vida pasada. Asegura Lançon, que tener miedo no es el problema, «el problema es saber qué hacer con ese miedo. Hay tres elementos que permiten controlarlo: el carácter, la fuerza de voluntad y el tiempo». Las primeras veces que viajaba en metro, reconoce, cuando veía a jóvenes de rasgos árabes con mochilas, era presa del pánico. También lo fue cuando volvió a su casa o y cuando pisó por primera vez la oficina de Charlie después del atentado.

El miedo a gestionar un nuevo cuerpo, metamorfoseado de manera brutal e irreversible, renacer de otro modo, con otra naturaleza y sobrevivir a la ficción de lo que había ocurrido también fueron algunas de las metas de Lançon, centrado, desde el aquel 7 de enero de 2015 en buscar los gestos que procuran alivio en momentos de tristeza insoportable.

Termina el libro con una frase para enmarcar en todas las redacciones: «Solo quería decir esto: si hay algo que este atentado me ha recordado, cuando no enseñado, es por qué ejerzo este oficio en estos dos periódicos: por espíritu de libertad y por gusto de manifestarla, a través de la información o de la caricatura, en buena compañía y de todas las formas posibles, incluso cuando no son acertadas, sin que sea necesario juzgarlas». Porque si algo tuvo siempre claro Lançon fue que el infierno no dura más que el resto, como afirma en su libro. También lo tuvieron claro en “Charlie Hebdo”: «Pulsion de mort, pulsion de vie: Charlie Hebdo vivra».

 

Declaraciones

PHILIPPE LANÇON

«Escribir era protestar, aunque también era ya una forma de aceptación»

«La música de Bach, como la morfina, me aliviaba: Bach descendía a la habitación y a la cama y a mi vida»

«El hecho de poder dar una explicación a los procesos, permite vivirlos mejor»

«Creía que era un castigo por el ruido que había alimentado, por todo lo que había hablado, por todo lo que había escrito»

«No soy un hombre de odio (…) Vivimos en un mundo en el que odio está de moda y hay escritores que lo usan para escribir. No, para mí nunca ha sido una buena gasolina»

«Solo quería decir esto: si hay algo que este atentado me ha recordado, cuando no enseñado, es por qué ejerzo este oficio en estos dos periódicos: por espíritu de libertad y por gusto de manifestarla, a través de la información o de la caricatura, en buena compañía y de todas las formas posibles, incluso cuando no son acertadas, sin que sea necesario juzgarlas»