Iker BIZKARGUENAGA

Mentalidad subsidiaria

Probablemente no habrá ninguna persona en el mundo que en caso de sentirse agraviada, que si considera que ha sido tratada de forma injusta o que le han hecho críticas que no merece, no esté deseando tomar la palabra. Para explicarse, para rebatir, para poner las cosas en su sitio, en definitiva. Por eso, lo primero que llama la atención de la comparecencia de ayer por parte de Iñigo Urkullu es el tiempo y la forma, que haya tardado doce días y que lo haya hecho a regañadientes, porque no le ha quedado más remedio.

Quizá vaya con el carácter, pero con la que le ha caído en todo este tiempo cualquiera estaría levantando la mano, ansioso por hablar. El lehendakari no, y solo él sabrá por qué, si cree tener la razón.

Con todo, al final compareció en el Parlamento y, aunque la sesión fue larga, ya en su primera intervención dio alguna pista sobre cómo ha sido el abordaje de esta tragedia por parte de su Gabinete.

Sobre lo ocurrido, no dijo nada que sirviera para aportar algo de luz entre tanta humareda informativa, pues apenas manifestó que lo sucedido el jueves de la semana pasada fue algo «extraordinario, inusual y totalmente impredecible», que es la forma en que al parecer algunos políticos explican que el perro se ha comido sus deberes, algo sin duda extraordinario, inusual y totalmente impredecible.

Pero sí es destacable una frase que en su literalidad dice mucho del talante, de la forma de ser e incluso de la ideología del autor. Afirmó Urkullu que lo que ha pasado en Zaldibar, con sus consiguientes réplicas en toda la comarca y en el resto del país, «es un caso de emergencia y urgencia en un ámbito que corresponde a la empresa propietaria». «El Gobierno –apuntó en sede parlamentaria– está actuando de manera subsidiaria».

Es improbable que el lehendakari no se diera cuenta de todo lo que encierra esa afirmación, pues llevó la intervención preparada de casa, pero precisamente por eso es más grave. Porque lo que estamos viviendo desde hace casi dos semanas, con dos trabajadores sepultados y con miles de personas alarmadas, sin saber qué pueden o no pueden hacer en sus localidades, en sus calles y escuelas, es una crisis medioambiental, sanitaria, por supuesto humana, y también de confianza respecto a las instituciones. Una crisis, sin matices y con todo lo que comporta esa palabra.

Y que en esta tesitura la máxima autoridad institucional considere que su papel es subsidiario indica, no solo que no ha sido capaz todavía de hacer una lectura adecuada de la situación y de su gravedad, sino que no tiene el liderazgo que se le presupone a quien ostenta ese cargo.

Si Iñigo Urkullu no ha sido capaz de sacar carácter y tomar las riendas cuando se ha derrumbado un vertedero, habrá que mirar hasta qué punto está preparado para llevar el timón en empresas más determinantes para el futuro de nuestro país.