Jaime IGLESIAS
MADRID
Entrevista
ISABEL BONO
ESCRITORA

«La gente que se aburre es peligrosa justamente porque no sabe aburrirse»

Nacida en Málaga en 1964, empezó a escribir muy joven y en 1988 publicó sus primeros poemarios. Después de tres décadas consagrada a la lírica, su debut como novelista, «Una casa en Bleturge» (2016), la hizo ganar el Premio Café Gijón. Acaba de publicar «Diario del asco», su segunda novela.

En “Diario del asco”, Isabel Bono habla del dolor que lastra a Mateo, un profesor de autoescuela que no saca provecho al hecho de vivir y que tras un intento fallido de suicidio vuelve a casa a convivir con su anciano padre solo para constatar que la felicidad resulta una entelequia. Novela punzante y melancólica, en su construcción hay trazas de esa singular poética que ha ido definiendo la obra de la escritora malagueña

«Diario del asco» es una novela que genera bastante incomodidad en el lector, ¿fue consciente de ello mientras la escribía? ¿preveía ese efecto o justamente fue esa necesidad de conducirnos a un espacio de desasosiego la que guió su escritura?

De entrada me gusta que me digas eso, que mi novela genera desasosiego, porque significa que su lectura no deja indiferente. Dicho lo cual, cuando escribo no lo hago guiada por ningún propósito, sino que pongo a funcionar el inconsciente, quizá alentada por mi experiencia previa como poeta. Es curioso, porque yo siempre había pensado que, frente a la poesía, la novela era un tipo de literatura que surgía de un proceso de reflexión y me he dado cuenta de que no es así, al menos en mi caso. Yo no es que oiga voces dentro de mi cabeza, pero sí que hay una fuera que me dicta lo que escribo, como tal, no busco generar ningún efecto en el lector, entre otras cosas porque nunca he escrito con intención de que me lean.

 

¿Entonces en su caso la escritura responde a una suerte de catarsis?

Tampoco diría tanto, más bien responde a la necesidad de sacar algo que hay dentro de mí y que me produce malestar. Es como cuando tienes una piedra en el zapato y necesitas parar y quitártela para seguir caminando. Cuando me siento feliz no me sale escribir y, ahora, estos días, me estoy dando cuenta de eso. No quiero que se me malinterprete porque, obviamente, la situación que estamos viviendo no es como para estar feliz, pero normalmente es el hecho de tener que salir a la calle y tener que estar interactuando con los demás lo que me suele generar incomodidad, y esa incomodidad la libero escribiendo. Ahora, que tengo más tiempo para escribir, me doy cuenta de que estoy tan a gusto mirando las plantas y escuchando el sonido de los pájaros, que no me sale nada. En el caso concreto de “Diario del asco” fue la necesidad de hablar sobre el suicidio la que fue dando forma a esta novela, creo que es un tema que está ahí pero sobre el que nadie parece querer saber nada.

 

¿Por qué cree que el suicidio sigue siendo un tema tabú?

Porque no es un tema del que se hable con naturalidad dado el estigma social que han tenido que soportar los suicidas y sus descendientes, que han quedado marcados. La religión ha hecho mucho daño porque a los suicidas se les condenaba, se les tachaba de personas anómalas y tener un suicida en la familia estaba muy mal visto. Es un tema que hay que normalizar porque en nuestro país se suicida mucha gente y hablar sobre ello nos ayudaría a afrontarlo de otra manera. No creo que mi libro sea tan trascendental pero sí que me gustaría que contribuyese a extender esa idea de que, por muy mal que le vaya a uno, siempre se puede dejar el suicidio para el día siguiente. Aunque también respeto mucho a personas como Mateo, el protagonista de mi novela, que realmente no le encuentran ninguna gracia a la vida.

 

¿Cree que la felicidad es un concepto sobrevalorado?

Lo que está claro es que a nadie le gusta estar con un triste, cuando le cuentas una pena a un amigo lo más normal es que a los dos minutos se te quite de en medio. No sé si la búsqueda de la felicidad es lo único que da sentido a la vida pero sí que es lo que hace que esta sea más llevadera. Dicho lo cual, a mí como escritora no me sirve, porque yo lo que quiero es incomodar, que mis textos sean esa espinita que se te clava y molesta, que inciten a la reflexión.

 

Pero, en ocasiones, parece que la felicidad fuera una suerte de mandado social. Se nos exige estar todo el rato alegres, activos y, quizá también por eso, la decisión de parar y acabar con todo esté tan mal vista, ¿no?

En cierta medida así es, y lo peor es que en esta sociedad el estándar de felicidad va unido al consumismo más desaforado. Ya no se trata de hallar la felicidad en un día soleado o en una tarde de cañas con los amigos, sino en tener el último modelo de tal o cual cacharrito o en estar permanentemente compartiendo cosas en redes sociales. Y esa felicidad no es que esté sobrevalorada, es que es la felicidad de los idiotas.

 

Esta situación que atravesamos ¿no cree que evidencia esa falacia de la que hablamos?

Completamente, se nos insta a estar todo el rato haciendo cosas, ya sea una tabla de gimnasia o cualquier tipo de manualidad, todo en aras de no aburrirnos porque la realidad es esa, que no sabemos aburrirnos. Se nos intenta convencer de que la felicidad hay que encontrarla fuera de nosotros mismos y ese es el problema, cuando te instan a encontrar la felicidad fuera de ti mismo y a no pensar. Porque si te paras un momento y te da por reflexionar, viendo como están las cosas, entonces igual sí que encuentras motivos para quitarte de en medio.

 

De hecho, uno de los personajes de la novela dice una frase que en el contexto actual resulta inquietante: «La gente que se aburre es peligrosa».

La gente que se aburre es peligrosa justamente porque no sabe aburrirse, entonces le da por grabar clandestinamente lo que hacen sus vecinos o por salir al balcón con una escopeta y disparar aleatoriamente como pasa en algunos países. Porque el tema es ese, que nos obligan a estar activos todo el tiempo. Yo no entiendo, por ejemplo, qué necesidad hay de que la televisión emita 24 horas o de tener que llevarnos el móvil a la mesilla de noche. Nos han impuesto un ritmo de vida que nos ha llevado a donde estamos.

 

Su anterior novela, «Una casa en Bleturge», con la que ganó el Premio Café Gijón, abordaba la muerte de un hijo. En esta nueva obra vuelve a hablar sobre la gestión del dolor. ¿Qué es lo que le interesa de este asunto?

Para mí hay tres temas que son seminales a la hora de escribir: el amor, la muerte y la locura. De esos tres temas salen todos los demás. El dolor no es más que falta de amor, miedo a la muerte o sentir que te estás volviendo loco y es un tema que me interesa porque creo que al final es una sensación que nos transforma, al que es bruto el dolor le embrutece aún más y a quien no lo es, suele volverle más dulce. Como escritora me parece muy interesante aproximarme al modo en que gestionamos el dolor. Sobre todo el dolor que produce el hecho de estar vivo sin tener demasiadas ganas ni demasiados motivos para vivir, que es de lo que hablo en “Diario del asco”. Porque, ¿cuántos días de felicidad plena podemos contar en nuestra vida? ¿Compensan esos días todo el dolor que podemos arrastrar a lo largo de esta? Muchas veces los suicidas no lo son por un arrebato sino porque no le sacan provecho al hecho de vivir.

 

Quizá la incomodidad que genera su novela tenga que ver justamente con el hecho de vincular un tema tabú, como el del suicidio, a una institución como la familia, que cuenta con una gran aceptación social.

Es que para mí la familia es el principal caldo de cultivo para cualquier problema. Es un microcosmos donde tienen cabida todos los perfiles. En ella, qué duda cabe, siempre vas a encontrar a alguien en el que apoyarte pero también encuentras personas que te conducen a la desesperación. Hay una suerte de mandato social que nos lleva a asumir que el amor que tienes que sentir hacia tus padres, hacia tus hijos, debe ser incondicional y, sin embargo, lo más fácil es que dentro de tu entorno familiar más inmediato haya gente que te caiga mal, personas con las que, por mucho que te esfuerces, no tienes nada en común más allá de cuatro genes y el apellido.

 

Todo eso genera, en el protagonista de su novela, una frustración y una sensación de asco que lo empaña todo. ¿Le fue difícil describir esas sensaciones íntimas desde un lenguaje no poético o cree que su narrativa está imbuida de su pasado como poeta?

Pues la verdad es que no lo sé, eso creo que le corresponde al lector decirlo. Yo creo que ser poeta es tener una visión distinta de las cosas y a mí me gusta mucho observar las cosas por dentro y por fuera. Igual esa es una tendencia que mantengo cuando me pongo a escribir prosa, no lo sé, pero lo que sí intento es contemplar a mis personajes más allá de las evidencias que me ofrecen cuando les voy construyendo. Como te decía antes, yo escribo según me viene, a veces lo hago casi en trance, sin ser muy consciente de lo que estoy escribiendo. Por eso, si me invitaran a encontrar retazos de poesía en mi novela, la verdad es que me costaría mucho identificarlos, porque no se trata de algo que haya llevado a cabo de manera consciente.

 

¿Por qué decidió abandonar la poesía? ¿O esta dedicación a la novela es un paréntesis?

Es la poesía la que me ha abandonado a mí. En 2014 murió mi mejor amigo, él me insistía mucho en que dejase la poesía y apostara por escribir novela y desde que perdí esa voz la verdad es que siento como si tuviera el cerebro seco para la poesía y como no me interesa forzar la inspiración… Hasta que no aparezcan los poemas solos, creo que va a ser difícil que vuelva al género, pero me gustaría porque cuando una escribe poesía se siente más ligera, más libre.

 

Lo curioso es que, pese al bagaje que atesora, a los premios recibidos y a la buena aceptación de sus obras, usted dice no considerarse escritora. ¿Por qué?

Porque yo avanzo a tientas. Escribir algo que ya tienes definido en tu cabeza no creo que tenga ninguna gracia. Cuando empecé a escribir, a los nueve años, lo que hacía era poner en un papel todo lo que iba soñando cada noche y era una manera de descubrirme a mí misma, de sorprenderme. No quiero perder eso. Quiero seguir manteniendo esa capacidad de asombro que tenía cuando era chica.