Ion SALGADO
GASTEIZ
Entrevista
ALBERTO FRÍAS
PORTAVOZ DE LURRA

«La fiscalización es imprescindible, la pesadilla de Garoña no ha acabado»

Alberto Frías ha sido uno de los rostros más visibles de la iniciativa Araba sin Garoña, que durante años ha luchado para conseguir el cierre de la central nuclear burgalesa. Hace unos días Enresa presentó al Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico la documentación para solicitar la autorización de transferencia de titularidad, un paso requerido para iniciar el desmantelamiento.

En 2012 Nuclenor decidió parar el reactor de Garoña para evitar el pago de impuestos, han pasado ocho años, marcados por las presiones de las eléctricas y la movilización social. ¿Cómo valora este periodo?

Como un pulso entre el argumentario y capacidad de movilización popular frente a la connivencia entre el oligopolio eléctrico y las estructuras de gestión del poder institucionales y partidistas. Y también como la victoria de una forma de organización popular que durante años no ha podido ser neutralizada, ni sobre todo domesticada, con la aparición de nuevos foros instrumentalizados por las estructuras partidistas y el intento de crear nuevas referencias desde el entramado institucional alavés con la anuencia de todas las formaciones políticas, con un resultado cercano al ridículo tanto en penetración social de su discurso como en su exigua capacidad de movilización. Tras quince largos años de trabajo organizativo de organizaciones populares, concejos y sindicatos, enfrentados al vergonzante fenómeno de las puertas giratorias y las relaciones clientelares especialmente en Vascongadas entre los sucesivos Gobiernos de corte regionalista e Iberdrola, conseguimos acabar con el cierre de Garoña la imposición nuclear iniciada en Lemoiz.

¿Cuáles fueron las claves para que la parada se convirtiese en el cierre definitivo?

Ha habido un intento de introducir en el imaginario colectivo la idea de que el cierre definitivo de Garoña fue una decisión unilateral que se produjo por motivos exclusivamente empresariales. Pero el intento de reconducir la lucha por el cierre de Garoña dentro de la lógica del sistema fracasó.

Sobre el tapete no sólo estaba en juego y el futuro de Garoña, sino el de conseguir un marco jurídico que posibilitase la prórroga sine die de la vida útil del resto de centrales nucleares. No conviene olvidar que el CSN emitió un informe que permitía operar a Nuclenor hasta 2031 haciendo una serie de inversiones en seguridad, y la fiscalización permanente de los aspectos técnicos que hizo en esos momentos Araba sin Garoña fue determinante.

Enresa ha presentado la documentación en la que solicita la transferencia de la titularidad de la central de Garoña, así como la autorización para iniciar la primera fase del desmantelamiento, algo que podría comenzar en 2022. ¿Llega tarde?

Este debate sobre los tiempos tiene más que ver con el intento de apropiación por los partidos políticos de la lucha popular contra Garoña, a la que han llegado tarde y mal, que con los «tiempos de la radiactividad». Cuando se cierra una central, el propietario quiere abandonarla y dejársela a Enresa cuanto antes, y no acometer una serie de inversiones de predesmantelamiento que están obligados a hacer.

Entre las razones de la supuesta demora, se encuentran algunas de tipo técnico como el enfriamiento del reactor, la carga radiológica de las radiaciones ionizantes o la capacidad disponible de tratamiento y almacenamiento de los residuos generados; junto a otras de carácter económico como la disponibilidad de fondos para llevar a cabo el desmantelamiento. Enresa tiene un agujero que algunos cálculos cifran en 5.000 millones, a pesar de que una buena parte la hemos pagado a través del recibo de la luz. La improvisación, el desvío de fondos que debían ser destinados a Enresa o los «buenos oficios» de expresidentes del Reino de España como Felipe González o José María Aznar que acabaron en los consejos de administración de las eléctricas algo tienen que ver.

Al parecer, tendrá un coste de 470 millones de euros. ¿Quién lo paga?, ¿es lógico que una empresa pública se haga cargo del desmantelamiento cuando han sido dos empresas privadas, Endesa e Iberdrola, las que se han beneficiado de la explotación de la central?

El coste del desmantelamiento supera en mucho el de la construcción de la central y lo vamos a pagar del bote colectivo. Una ley de la década de los 80 aprobada al dictado de unas transnacionales eléctricas en cuyos consejos de administración se ha dictado a los gobiernos la normativa que después aparecía en el BOE, da carta de naturaleza a la privatización de los beneficios y la socialización de los gastos. Desde Araba sin Garoña hemos repetido hasta la saciedad que las centrales nucleares solo son rentables para sus propietarios si el erario público se hace cargo de su desmantelamiento y de la gestión de los residuos durante cientos de años. Si se hubiese obligado a las empresas a hacerse cargo de su basura radiactiva, la pesadilla de Garoña que comenzó en 1970 con la inauguración de Franco no hubiese comenzado.

En este juego de trileros el pueblo siempre pierde y las muy demócratas balas del hambre siempre esparcen los sesos de los mismos. Sea en términos de pobreza energética o de confiscación de rentas a través de un recibo de la luz, que a modo de ejemplo subió un 52% durante la penúltima crisis capitalista, exactamente el doble que la media de la Unión Europea.

¿Qué peligros existen durante el desmantelamiento?

Los propios del manejo de material irradiado, empezando por las nada más y nada menos que 220 toneladas de uranio que permanecen allí, en cualquier caso inferior al de su tiempo en funcionamiento especialmente con las condiciones de seguridad en que operó los últimos años. Su ubicación en un meandro del Ebro tampoco ayuda, ya que una eventual fuga de material radiactivo podría tener efectos demoledores no solo sobre la vida piscícola, sino también sobre el regadío en zonas como Rioja alavesa o la Ribera navarra. Sin mentar una posible fuga radiológica que afectaría a quienes estamos en el ámbito territorial de la central.

Existen dudas sobre los residuos de Garoña, que quedarán almacenados en un ATI. ¿Podría convertirse Garoña en un cementerio nuclear?

Ese peligro es real. En el reino de España sigue sin existir un Almacén Temporal Centralizado por lo que los residuos permanecerán en el Valle de Tobalina, al menos hasta que se construya uno y esté operativo, si es que llega a construirse. La labor de fiscalización y control social de ese proceso es imprescindible y va para largo, hay que afrontarla con perspectiva, porque la pesadilla no ha acabado.

Otro debate diferente fue el de la construcción del ATI, a nuestro juicio miope y maniqueo, ya que algunos grupos que defendían el cierre de la central se oponían a su construcción, entrando en un círculo vicioso porque el desmantelamiento no sería posible sin el ATI. Hay mucho ciego suelto con pistola mediática.

¿Qué papel deben jugar la ciudadanía alavesa ante la posibilidad de que se instale un cementerio nuclear? ¿Debería reactivarse una iniciativa como Araba sin Garoña?

Araba sin Garoña se disolvió por unanimidad en setiembre de 2017 tras quince años de trabajo y una vez conseguido su objetivo. Quienes creamos la iniciativa teníamos claro que la acumulación de fuerzas necesaria solo podía darse con un objetivo claro dadas nuestras manifiestas diferencias ideológicas, desde la transparencia y la confianza, con una única interlocución, dejando muchos pelos en la gatera y al margen de los partidos políticos. El coste a pagar por nuestra independencia ha sido elevado tanto a nivel personal como colectivo, pero conseguimos poner en marcha la experiencia unitaria más amplia y que más ha perdurado en el tiempo en Araba.

Cuando anunciamos nuestra disolución, fui la persona que más énfasis puso en que esta fuese definitiva y sin marcha atrás como así se decidió, al tiempo que nos comprometimos a que cada cual en su colectivo y según su marco prioritario de trabajo harían su papel. Pero no, Araba sin Garoña no volverá, respondió a las necesidades de un tiempo y cumplió su objetivo.

El cambio climático ha dado alas a los defensores de la energía nuclear, que la presentan como una alternativa para reducir las emisiones. En el Estado francés se ha abierto un debate al respecto. ¿Existe el riesgo de que se planteen nuevas infraestructuras nucleares?

La República de Francia es el país más nuclearizado del mundo, donde las estructuras de poder están sobre manera infiltradas por el lobby nuclear. Aun así, catástrofes como la de Fukushima, con un reactor gemelo al de Garoña, han disuadido a estados como Alemania a seguir jugando a aprendices de brujo sin poder suficiente para controlar los demonios por ellos invocados.

La energía nuclear no es una apuesta de futuro seria, supone un sistema centralizado con la consiguiente disipación energética y por tanto ni seguro ni eficiente, perpetúa la concentración de riqueza y poder, se erige como un punto crítico de vulnerabilidad de la seguridad problema que Francia ha vivido en carne propia, y además de todo ello, si se internalizan los costos de desmantelamiento y gestión de los residuos, no es rentable. El futuro de la energía nuclear depende exclusivamente de la correlación de fuerzas, no de consideraciones energéticas.

El confinamiento ha derivado en una reducción de la contaminación, ¿es el decrecimiento la vía a seguir?

El decrecimiento no debería convertirse en otro tótem sagrado más, las teorías sobre la desmaterialización de la economía se han revelado como un mero entretenimiento, ya que de forma cíclica los indicadores se disparan en cada diente de sierra de las sucesivas, y cada vez más cercanas en el tiempo, crisis del capitalismo transnacional. Si alguien pretende dar una solución a los graves problemas ambientales del planeta al margen de los conflictos de clase, o se ha caído de un pino insignis o va cómodamente instalado dentro del caballo de Troya de los criminales planetarios sección diletantes intelectuales.

En los 90 fue el mito-timo del desarrollo sostenible, diez años después las teorías decrecentistas y ahora el cambio climático. Que la piel verde no oculte el corazón rojo, los latidos de la lucha de clases. Valor de uso y valor de cambio, no una vía de decrecimiento sino de desaparición de vectores productivos enteros, como la industria bélica al margen de la autodefensa, los sectores intensivos en capital y energía o los bienes superfluos, a la vez que apuesta por el crecimiento en la producción de lo necesario para asegurar un bienestar mínimo planetario. Más allá de nuestro ombligo eurocentrista existe un mundo al que trasladamos nuestra huella ecológica. En Euskal Herria con un tejido productivo intensivo en capital y energía, somos capaces de producir avanzadas piezas de aeronáutica y coches de lujo, de alto valor añadido según nuestros próceres regionalistas, pero no respiradores.