Una ambiciosa pero irregular ópera prima

Está muy bien que quienes debutan en el cine arriesguen al máximo, algo que siempre es de elogiar, aunque los resultados no siempre sean los apetecidos. Irene Zoe Alameda se ha atrevido con una producción muy compleja, que le ha llevado por medio mundo durante años, con tal de conseguir los apoyos internacionales necesarios. La recompensa ha llegado en forma de premios en pequeños festivales como el de Las Vegas, el de Jaipur, el FICAL de Almería, el Winter Film Awards o el Gold Movie Awards de Londres. En cambio, la crítica ya no puede ser tan favorable, porque la autora novel ha tenido que ocuparse de tantos apartados técnicos y artísticos que no ha podido cubrirlos todos con garantías. Digamos que destaca en el cuidado puesto en las localizaciones, la ambientación, fotografía, efectos visuales y diseño de producción. Lo que falla es principalmente el guion, los diálogos y la dirección interpretativa, habida cuenta de la obligación de desenvolverse en distintos idiomas con la consiguiente simplificación cultural y utilización de más de un estereotipo.
La realidad que se pretende retratar está contemplada desde los ojos de una niña de doce años, papel que recae en la debutante Rocío Yanguas. Un punto de vista que resulta creíble cuando la pequeña sufre el impacto de la violencia o se enfrenta a situaciones duras incluso para cualquier adulto. Pero no tanto en las secuencias habladas en que Alexandra se expresa como una persona de mayor edad, entablando discusiones teórica con su padre, rol encarnado por Fernando Gil.
La película trata sobre la globalización y las diferencias entre Occidente y Oriente, entre el primer y el tercer mundo. La trama viajera encuentra su nucleo central en Rajastán, en la frontera entre India y Pakistán. El conflicto paterno deriva de que es un comerciante textil afectado por el contrabando y la corrupción imperantes allí.

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