Victor ESQUIROL
VERSIÓN ORIGINAL (Y DIGITAL)

Joyas de la Atlàntida (II)

Seguimos en agosto, aunque la atipicidad de la “nueva normalidad” se empeñe en demostrar lo contrario. El caso es que algunos miran hacia adelante y temen, con mucho fundamento, lo que está por venir en otoño. Otros preferimos refugiarnos en los placeres del presente, aquellos que parece que ya nadie nos va a quitar. Y es que por muy apocalíptico que pinte el panorama ahí fuera, reconforta recordar que en Filmin sigue en marcha el Atlàntida, festival de cine onlie pionero que se halla en un punto de maduración tal, que ahora mismo es capaz de convocar algunos de los títulos a priori más apetecibles de la temporada.

Es el caso, por ejemplo, de “La pintora y el ladrón”, dirigido por Benjamin Ree, una de las grandes sensaciones en el último Festvial de Sundance, donde se alzó con el Premio Especial del Jurado en la categoría Documental. Antes, no hará mucho, dado el éxito de la propuesta, lo normal hubiera sido tener que esperar casi un año para poder verla, pero como ya he dicho, el Atlàntida ha crecido mucho. Disfrute casi inmediato, pues, para la apasionante filmación de una de estas historias demasiado-buenas-para-ser-ciertas. Como sugiere el propio título, la película pone en relación a una pintora y al ladrón que, en un momento dado, roba una de sus obras. A partir de ahí, la cámara y el montaje darán fe del vínculo que se establecerá entre ambas personas. Todo esto servirá para que el director imparta una lección maestra sobre el arte del retrato.

En este ejercicio de no-ficción más grande que la ficción más fantasiosa, un personaje mira al otro, y viceversa. Con ello, se desnudan mutuamente, pero con el respeto y admiración que solo puede despertar ese objeto de estudio que, cuanto más se entiende, más precioso luce. Al final, se puede decir, queda el poso de los relatos que más importan: aquel que nos habla de la bella fragilidad que nos convierte, a todos, en criaturas por las que merece la pena luchar.

Una muestra de esto mismo la encontramos en “Burning Ghost”, de Stéphane Batut, muy estimable rareza que la temporada pasada pasó discretamente tanto por el Festival de Cannes como por el de Sitges, y que ahora podemos paladear, en el hogar, con la tranquilidad que esta requiere. Ahora abandonamos el territorio del documental para sumergirnos en el sugerente y magnético hipnotismo de una ficción capaz de llevarnos al mismísimo más allá.

Este viaje imposible se efectúa, esto sí, con una impresionante capacidad para hacer que lo palpable y lo intangible compartan plano. En otras palabras, se trata de un cuento de fantasmas en el que los espíritus se enfrentan a su propio destino con idéntico miedo, inseguridad, tacto... y humanidad con la que lo haríamos nosotros mismos. Un joven despierta a orillas de una laguna y se da cuenta, al cabo de un rato, que a lo mejor ha entrado en una nueva dimensión de la que no puede escapar. Con esto en mente, deberá aprender a moverse por este mundo misterioso con nuevos ojos y renovada sensibilidad. Una odisea capaz de trascender su ya de por sí alucinante dispositivo sensorial... y aterrizar en un estado de pura revelación espiritual.