Allí donde habitan los sueños y la magia

A no ser que seas un director nefasto o que durante el rodaje haya acontecido una alineación planetaria de dimensiones catastróficas, cualquier versión que se quiera hacer del fascinante original literario de Frances Hodgson Burnett goza de la seguridad de un engranaje argumental realmente suculento que explora con acierto la difusa frontera que divide lo real y lo irreal desde la óptica infantil. Todavía presente en nuestra retina del recuerdo, la por entonces pujante Agnieszka Holland, respaldada en la producción por Francis Ford Coppola, llevó a cabo en el año 93 una sobresaliente adaptación que supo sacar partido a la ambientación gótica para en volver un relato en el que se citan la fantasía, el misterio y la poesía. En esta su segunda experiencia en el formato largo, Marc Munden –un autor curtido sobre todo en series de televisión– también ha querido respetar esas bases infalibles que contiene el cuento de Hodgson Burnett a la hora de fijar su interés en esa dolorosa y desconcertante etapa que certifica el adiós definitivo a la infancia. La mansión sigue resultando igual de inquietante en su arquitectura gótica, Colin Firth cumple con su cometido de dar vida a su huraño propietario y la química entre la huéfana que llegó a esta misteriosa residencia y su primo enfermo también funciona.
El único y más evidente “pero” de la película radica en la posición acomodada adoptada por un director que no ha querido revelarse más valiente a la hora de explorar las posibilidades del argumento y que ha delegado en el recurso de los efectos digitales la creación de un mundo en el que se citan los sueños y la magia.
Por ello, por todo lo que implicaba afrontar una nueva versión de “El jardín secreto”, se echa de menos un punto extra de sensibilidad a la hora de profundizar en los personajes y sus anhelos y miedos más profundos.

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