Yuri Glushakov
Vicepresidente del Partido Verde de Bielorrusia
CRISIS EN BIELORRUSIA

¿Una lucha política sin demandas sociales?

La falsificación de las elecciones y la respuesta violenta por parte de las autoridades provocaron unas protestas sin precedentes en Bielorrusia. El autor se pregunta si más allá de la democratización, el programa económico de la oposición se ajusta a los intereses de la mayoría de la población, incluidos los trabajadores, muy activos en las protestas.

A pesar de la aparente retirada de las autoridades, la situación en Bielorrusia está llena de incertidumbre. Alexander Lukashenko todavía se considera presidente y no renunciará al poder bajo ningún concepto. «No van a conseguir este país», dice a cada paso que da. Tampoco expresa ningún deseo de negociar con los manifestantes y buscar un compromiso.

El Consejo Coordinador de la Oposición y los manifestantes exigen la nulidad de las elecciones y la renuncia inmediata de Lukashenko, así como la liberación de todos los detenidos y la investigación de los casos de violencia policial. Como método de transferencia pacífica del poder, la oposición propone la realización de mesas redondas con la participación de la ciudadanía y representantes de los organismos estatales y llama a la población a continuar con las protestas y huelgas. ¿En qué medida están justificadas estas acciones en las condiciones actuales? ¿Tendrá la oposición la fuerza real suficiente para implementar sus demandas?

Debilidades del régimen. Lukashenko llegó al poder en 1994 en medio de una ola de descontento social causada por el colapso de la Unión Soviética y las «reformas de mercado». Sin embargo, rápidamente comenzó a renunciar a su programa populista; ya en 1995 se cancelaron los beneficios sociales. Más tarde se introdujo un sistema contractual obligatorio, se limitó la regulación estatal de precios y se elevó la edad de jubilación.

Durante el gobierno de Lukashenko el país pasó a depender financieramente del FMI. A cambio de préstamos, se vio obligado a cumplir obedientemente con las demandas de los monetaristas de recortar los programas sociales. Lo único que Lukashenko no hizo fue una privatización a gran escala de grandes empresas. Sin embargo, la actividad de los sindicatos independientes sí fue severamente restringida y sus líderes perseguidos.

En lo político, en todas las elecciones posteriores a 1994 se produjeron numerosas y graves violaciones de las reglas democráticas. Por todo ello, el actual presidente llegó a estas elecciones con una popularidad muy baja. Las encuestas independientes de opinión en Bielorrusia están prohibidas, pero los muestreos no daban más del 25% de apoyo a Lukashenko. ¿Qué factores influyeron?

Primero, el estado de ánimo de los votantes se vio fuertemente afectado por la difícil situación social. Oficialmente, el salario medio en Bielorrusia en mayo de este año era equivalente a 505 dólares. Sin embargo, el salario medio real en las provincias ronda los 250-300 dólares. En segundo lugar, la popularidad de Lukashenko se vio gravemente dañada por su posición sobre la epidemia de coronavirus. No ha habido cuarentena en Bielorrusia, las escuelas y empresas continuaron abiertas. Muchos sospechan que los informes oficiales del Ministerio de Salud subestiman significativamente el número de casos y muertes por covid-19. En tercer lugar, los intentos de las autoridades de intimidar a la sociedad no dieron resultado: Lukashenko declaró que, de ser necesario, sin duda daría la orden de disparar. Pero esta vez el miedo no funcionó.

Hoy, tras un fracaso evidente, las autoridades siguen utilizando su retórica favorita: recuerdan los méritos pasados del presidente («sacaron al país del abismo en los 90») y acusan a opositores y manifestantes de ser supuestos «agentes de fuerzas externas», «drogadictos». Para demostrar al menos algún apoyo, organiza concentraciones «Por la paz y la estabilidad», a las que, bajo amenaza de despido, empuja a los trabajadores del sector público.

La última semana ha demostrado que en las filas de la clase dominante de Bielorrusia ha surgido una grave crisis. Después de las elecciones, algunos funcionarios de alto rango renunciaron; hay casos de rechazo a participar en la represión de miembros de las fuerzas de seguridad. Todos los intentos de Lukashenko de inventar apresuradamente algún tipo de «ideología estatal» han resultado infructuosos. A este respecto, la vertical del poder se encuentra en una posición menos envidiable que la nomenklatura del partido en la era de Brezhnev.

Ahora el enfrentamiento entre el Gobierno y sus oponentes se encuentra en una fase de equilibrio incierto. Y el resultado de esta confrontación está lejos de estar predeterminado: a pesar del auge del movimiento de protesta, hay preguntas, también para la oposición liberal.

Trabajadores contra la represión. En el pasado, los principales oponentes al actual gobierno eran los partidos de la oposición tanto liberal-nacionalistas como de izquierda. Pero en ausencia de elecciones libres, estos partidos terminaron convertidos en grandes ONG politizadas.

La sorpresa de esta campaña electoral fue la aparición de nuevos líderes en el escenario político. El bloguero y empresario Serguei Tikhanovsky, el banquero Viktor Babariko y el ex primer subjefe de la administración presidencial Valery Tsepkalo fueron nominados. Tikhanovsky es un populista clásico. Tsepkalo y Babariko son pesos pesados del establishment gobernante, e inicialmente muchos los percibieron incluso como saboteadores promocionados por el poder. Pero pronto quedó claro: esa es la verdadera oposición a Lukashenko.

Alrededor de Svetlana Tikhanovskaya, la esposa del bloguero Tikhanovsky, se congregó una amplia variedad de grupos sociales: pequeños empresarios y trabajadores, jóvenes y jubilados, intelectuales y representantes de grandes empresas. Y con ayuda de los canales de Telegram comenzó un intenso proceso de autoorganización.

Como programa económico, el equipo de Tikhanovskaya decidió utilizar uno previamente desarrollado por un grupo de economistas liberales para un «candidato único» de la oposición. Prevé una privatización a gran escala, la introducción de la «libre contratación» de mano de obra y otras medidas antisociales. En la euforia de la lucha contra el régimen autoritario, los votantes de a pie no le han prestado suficiente atención. En sus discursos a los electores, los «equipos conjuntos» no hablan de reformas neoliberales. Maria Kolesnikova, en un mitin en Gomel que reunió a 14.000 personas, por el contrario, prometió «devolver el respeto a los trabajadores» e involucrarlos en la gestión de las empresas.

Semejantes promesas eran previsibles: los trabajadores de las fábricas están desempeñando un papel muy activo en las actuales protestas. Apoyaron al resto de manifestantes después de que se enviaran a las fuerzas especiales de policía contra manifestantes pacíficos el 9 de agosto. Las acciones de las fuerzas especiales estuvieron acompañadas de una crueldad sin precedentes. No solo se detuvo a los manifestantes, sino también a muchos transeúntes completamente al azar: hasta 7.000 personas fueron arrestadas.

Según numerosos testimonios de los detenidos, fueron golpeados y torturados no solo durante el arresto, sino también en las comisarías de policía y en los lugares de detención. Según los datos oficiales del Ministerio de Salud, más de 200 personas fueron ingresadas en hospitales, algunas en estado grave aún se encuentran en cuidados intensivos. Murieron al menos 3 personas y todavía se desconoce el paradero de otras 80 personas.

Democratización apuntando al neoliberalismo. En este momento, sin embargo, se puede afirmar que en gran parte de las empresas no hay huelgas como tales. La mayoría de las veces se trata de reuniones, resoluciones o concentraciones. En muchas empresas la administración aún mantiene la situación bajo control. Así, en la planta más grande de Gomel "Gomselmash" los trabajadores simplemente están encerrados en los talleres.

Además, su influencia en las empresas está muy limitada debido a la oposición administrativa. En primer lugar, los iniciadores de las manifestaciones fueron jóvenes trabajadores de grandes empresas de capital. Los trabajadores de mayor edad y de las provincias son más conservadores al respecto.

Por otra parte, los ideólogos liberales pretenden imponer a los trabajadores una agenda puramente política. El Sindicato Independiente de Belarús (BNP) ya anunció la creación del Comité Nacional de Huelga. Pero en su nombre, a menudo, habla gente que no tiene nada que ver con el movimiento obrero. Si los comités de huelga plantean, por ejemplo, demandas sociales, los medios de la oposición no informan de ello. Pero también se ha anunciado una campaña de apoyo material a los huelguistas por parte de los empresarios.

Unas semanas antes de las elecciones, se celebró en Minsk una reunión de partidos y sindicatos de izquierda, en la que participaron el Partido Bielorruso de la Izquierda “Mundo Justo", el Partido Bielorruso "Verdes", el Partido Socialdemócrata Bielorruso "Gromada", los círculos marxistas "Causa Común", el Congreso Bielorruso de Sindicatos Democráticos, el Sindicato Libre de Trabajadores Metalúrgicos y algunas otras organizaciones. Se llegó a un acuerdo sobre un llamamiento conjunto a los candidatos alternativos con el requisito de incluir una agenda social en su programa. Desafortunadamente, debido a los desacuerdos entre Mundo Justo y los Verdes, no fue posible acordar un texto. El Partido Verde adoptó una resolución social separada, los socialdemócratas apoyaron el programa liberal de Tikhanovskaya.

En el Consejo de Coordinación no hay casi ningún delegado de las empresas. En su mayoría son representantes de la intelectualidad liberal, incluida la premio Nobel Svetlana Aleksievich, artistas, empresarios y partidos de oposición con una orientación de centro derecha. Por supuesto, el programa de reformas neoliberales sigue siendo relevante para ellos pero, por el momento, no quieren publicitarlo innecesariamente entre los manifestantes.

El Gobierno también comenzó a movilizar activamente a sus partidarios. Uno de los puntos centrales de la propaganda oficial fue precisamente la cuestión de la privatización. La gente tiene miedo a perder su empleo y las autoridades juegan con ese miedo.

El Consejo de Coordinación ya ha repudiado públicamente la parte «antirrusa» que se atribuye a su programa. Sin embargo, no tienen prisa en repudiar las reformas neoliberales. Y esto debilita significativamente el potencial de protesta.

Además, hay algunas voces en el Comité Nacional de Huelga que dicen que los trabajadores no se han levantado por dinero. Los liberales también subrayan cada vez más esa misma tesis «no salimos por el pan». Con un envoltorio «idealista», su idea es restar importancia al componente social de los discursos, lo que responde a los verdaderos intereses de la burguesía liberal. Exactamente es la misma estratagema que usaron durante la "Revolución de la Dignidad" en el Maidan de Ucrania.

La heterogeneidad de las fuerzas sociales que participan en las protestas conforma un frente de masas amplio, pero al mismo tiempo hace que esta coalición sea internamente frágil. Podemos decir que hoy las autoridades y los opositores se encuentran en una especie de tira y afloja político. Por un lado, está Alexander Lukashenko, la burocracia estatal y las grandes empresas asociadas a ella. Los estratos más pasivos de la población también están de ese lado. Por otro lado, existe una amplia gama de grupos sociales, desde la parte liberal de los empresarios e incluso una parte de los funcionarios hasta los trabajadores y empleados. Tienen un objetivo común: la democratización del país. Pero al mismo tiempo, no debemos olvidar que los intereses fundamentales de la «burguesía progresista» y de la clase trabajadora son opuestos.

Hoy, el resultado del enfrentamiento político en Bielorrusia está lejos de concluir. Pero en cualquier caso, Bielorrusia nunca volverá a ser la misma. El modelo autoritario de poder ha entrado en la crisis más grave de toda su existencia.

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