Oihane LARRETXEA
DONOSTIA
DONOSTIAKO 68. ZINEMALDIA

La curiosidad que no cesa y un premio que lo incentiva

El estreno de su primera película como director, «Falling», era el contexto perfecto para otorgar un Premio Donostia más que justificado. El actor Viggo Mortensen (Nueva York, 1958) recibía con emoción su inclusión en una larga lista que representa la promesa del cine.

En esta que supone su tercera visita a Zinemaldia, el actor americano Viggo Mortensen ha recibido «dos regalos». El primero, el Premio Donostia a una carrera prolífica y transversal, porque además de interpretar papeles memorables ha escrito guiones, ha producido y ha dirigido. El segundo regalo, precisamente, es que su debut tras las cámaras, “Falling”, se haya podido estrenar en esta 68º edición. Ambos motivos le tenían ayer realmente emocionado.

Este contexto era el idóneo para sumar el nombre de Mortensen a esa larga lista de grandes del cine que lo recibieron en ediciones pasadas. Un galardón justificado y aplaudido por el público que recogió de manos del director y amigo Agustín Díaz Yanes.

El discurso lo llevaba escrito, aunque finalmente prescindió de él, y en un gesto de respeto, arrancó en euskara. «Arratsaldeon eta mila esker etorri zareten guztioi. Zoriondu nahi zaituztet bizirik jarraitzeko duzuen ikaragarrizko zorteagatik eta zinemarekiko duzuen maitasunagatik». Apagados los primeros aplausos, animó a la gente para que siga yendo al cine «porque con su presencia nos dan la oportunidad para seguir compartiendo las historias que a veces nos marcan y que alguna vez nos unen a todos», dijo.

Un rompecabezas

Horas antes de la gala que se desarrolló en el auditorio del Kursaal charló largo y tendido con la prensa, a la que atendió muy afable. Reveló que su amor por el cine nació a los 13 años, cuando su madre le llevó al cine por primera vez. «Desde entonces estoy interesado en formar parte de él. Después de aquella sesión siempre tuve ganas de ver más y ser parte del relato cinematográfico».

Llegar hasta donde ha llegado no ha sido fácil, detrás hay mucho trabajo, pero afirmó que tener suerte es una parte importante también. Pero ojo, no se engañen, a la suerte hay que verla venir. «Si no estás atento no podrás reconocer el potencial de algo posible: una idea, un cuento que pueda ser un guion. Las oportunidades hay que saber reconocerlas», declaró.

Sus comienzos fueron en Nueva York, ciudad que le vio nacer. El primer tonteo como actor, por así decirlo, fue en un trabajo universitario; después llegarían cortometrajes en los que ni siquiera su nombre constaba en los créditos posteriores. Ocurrió incluso que finalmente borraran su toma del metraje. «Mi madre me llamaba preocupada. ‘He visto la película entera, y no apareces en ella. Hijo, ¿qué estás haciendo en Nueva York? ¿Estás tomando drogas?’, recordó el actor, entre risas.

Hoy, casi 40 años después de aquellos primeros pasos, la llama sigue viva. «Mi vida es el cine, no conozco otra manera de vivir. Sigo deseando aprender, porque nunca perdí la curiosidad». Le atrae, sobre todo, el «rompecabezas» que supone convertir en guion una historia, y que esta culmine en una película. Lo ha hecho ahora, a los 55.

«Lo intenté antes con otros guiones, pero no pudo ser. Sin embargo, mientras tanto, he aprendido mucho. Y si hubiera dirigido hace diez o veinte años quizá hubiera cometido errores que he evitado ahora. Esta vez he podido reunir el dinero. El becario ha dado el salto al ruedo», bromeaba.

Tres veces nominado al Óscar, el galardón de ayer lo anima «a seguir mejorando». Difícil.