Irati Jimenez
Escritora
JOPUNTUA

Solo los malos libros son libros malos

En pocos oficios pueden los artesanos, fabricantes o vendedores permitirse el lujo de pensar que, si lo que ofrecen no interesa, es porque la gente no es lo bastante lista para apreciarlo, pero esta costumbre tan reprobable como peligrosa abunda en la literatura, donde nunca faltan compañeros de oficio que desprecian a las lectoras y los lectores con desparpajo, afeándoles que no aprecian lo bueno y acusándoles de todos los males que aquejan a la literatura, entre los que jamás se mencionan problemas como el exceso de libros mal hechos, la connivencia con el poder de muchos autores –de su vanidad mejor no hablar– o la sobrevaloración crítica de libros terriblemente mal escritos.

Odio particularmente el uso despectivo del término best seller, que vale exactamente igual para “Crepúsculo” que para “Don Quijote”, que se emplea siempre que haga falta criticar lo que pocas veces se ha leído y que facilita al escritor la tentadora posibilidad de pensar que si su libro no tiene éxito es porque no ha sido lo bastante malo para un público que solo quiere basura. Cada vez que los escritores hacemos este tipo de comentarios en público dañamos la autoestima social, lanzamos una fina lluvia de desprecio sobre la gente y ponemos en peligro la fibra misma de la literatura, que necesita su república furiosa de lectores mucho más de lo que necesita editores, correctores, distribuidores, críticos o escritores.

Lo cierto es que algunos libros nos entretienen mientras duran, un objetivo nada desdeñable en un mundo en el que hay gente que está sola o enferma, que sufre íntimamente o ve sufrir y morir a quienes quiere. Y hay otros que no solo nos entretienen, sino que nos revelan, nos despiertan y nos enseñan, nos invitan a conocer y conocernos, nos iluminan. En ambos casos se consiguen libros que a veces convocan grandes naciones de lectores y a veces no. Todos los que están bien hechos son valiosos y ninguno supone ni un peligro ni una amenaza para el resto. Conviene decirlo, aunque solo sea de vez en cuando.