Joseba VIVANCO
FALLECE DIEGO ARMANDO MARADONA

Soy y seré de Maradona

Llevo año y medio alejado de las crónicas futbolísticas, incluso veo muchísimo menos fútbol… Antes de ausentarme dejé escrita una biografía muy en mi línea de Edson Arantes do Nacimiento, Pelé, que tiempo atrás había estado con pie y medio en el otro barrio. Cuando “O Rei” pase también a ser Emérito, ahí está, Soto, lista para publicar al minuto siguiente. Lo que no podía imaginar hasta no hace nada, hasta esta misma tarde, es que nadie habría hecho lo propio con Diego Armando Maradona. Hubiese sido un insulto, a él, al fútbol. Maradona, torito corto de piernas, le decía el maestro Eduardo Galeano. Al Diego la vida le cortó las piernas. Pero hoy la vida le ha cortado las alas. Dios le ha reclamado su mano. Nunca, jamás, en mi vida he tenido un color favorito, ni un número, no soy ni de un libro, ni una peli, ni un autor, ni una actor o actriz, ni de una letra de una canción ni un músico… Solo he sido de una cosa, del Athletic… y de Maradona. A muerte. Sobre todo con el segundo. Ni siquiera le tuve en cuenta lo sucedido en la final de Copa del Bernabeú. O contigo, o sin ti. En la salud y en la enfermedad, en el terreno de juego y fuera de él, hombre y mito, daba igual, maradoniano hasta su muerte..

Mi infancia futbolera corrió paralela a las hazañas de este barrilete cósmico al que descubrí en el Mundial de Naranjito a través de aquella tele en color que mi hermana mayor compró ese verano y me rendí a sus pies en la Copa del Mundo mejicana donde rubricó aquella gambeta de cincuenta metros para vengar la derrota de las Malvinas. Y, sin embargo, nunca nadie se pedía ser Maradona cuando, de críos, desgastábamos suela a diario en el viejo campo de fútbol del pueblo o el piso del frontón. Simplemente, porque era imposible emularle. Podíamos pedirnos cualquiera, incluso a Gentile, aquel italiano salido de una película de romanos que le cosió a hostias en la cita mundialista española. Pero no a Maradona. Ni tocar.

Crecí de chico descubriendo, como periodista en ciernes, la infancia de aquel pibe que salió del equipo Los Cebollitas, símbolo del potrero argentino, que nació en aquel barrio bonaerense privado… de agua, de luz y de teléfono, como él contaba. Porque además de jugar a fútbol todas las horas del día que podía, de pequeño uno dibujaba y dibujaba partidos de fútbol en interminables cuadernos… Y el ídolo empezó a crecer en mí. Y seguí su estela. Allí, aquí, allá… y hoy, ayer, años y años después de su elevación a los altares y caída a los infiernos, sigue siendo uno de los pocos debates por el que no pasa el tiempo. ¿Mejor Messi o Cristiano Ronaldo? Déjense de chorradas. El debate es Maradona o Messi, y lo jodido es ponerte del lado de Dios y argumentar, en este siglo XXI, ante tus hijos ya veinteañeros que Leo es la leche, pero que en la historia estará sentado a la derecha del Padre cuando dentro de mil años el Iker Jiménez del futuro hable de los restos de un deporte que otrora movió al mundo. Porque Maradona es y será mito, leyenda, icono, humano. «Los dioses no se jubilan, por muy humanos que sean», decía el bueno de Galeano. Cuando falleció el escritor y apasionado futbolero rioplatense, Maradona escribió: «Gracias por enseñarme a leer el fútbol. Gracias por luchar como un 5 en la mitad de la cancha y por meterles goles a los poderosos como un 10. Gracias por entenderme, también. Gracias, Eduardo Galeano: en el equipo hacen falta muchos como vos. Te voy a extrañar». Gracias a ti, Diego. Gracias Dios. Dios “sucio”, el “más humano de los dioses”, otra vez él, le decía Galeano. Y acertaba. «Todos los hombres grandes llevan su gramo de locura», decía Molière. O de coca.

Hoy, mañana, pasado, se escribirán frases ocurrentes por las que hasta Galeano batería por firmar. Se redactarán apresuradas y sosegadas biografías, futbolísticas, humanas, pasionales, políticas, críticas… Nos repetirán sus goles imposibles, sus ‘trajes’ al rival, sus jodiendas, sus borracheras de ‘exitoína’, como sintetizaría, otra vez, Galeano. Sus genialidades y sus locuras. Aquí, en estas letras escritas con la lagrimilla en el ojo, no las van a encontrar. Para eso, ahí tienen Internet o “Sálvame Deluxe”. Porque ya nada importa. Ni sus genialidades ni sus locuras. Hoy, quien haya pegado en su vida al menos una patada a un algo redondo, es un poco huérfano. Un hexágono de esa pelota imaginaria se habrá desprendido para siempre. La pelota ya no doblará tanto. Descansa en paz, Dieguito. El mismo 25 de noviembre que se fue otro genio, George Best. El mismo 25 de noviembre que se nos fue Fidel, su isla. Y es que Dios los cría y ellos la lían. Por tanto, por todo. «…La va a tocar para Diego, ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, y deja el tendal y va a tocar para Burruchaga… ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta… Goooooool… Gooooool… ¡Quiero llorar! ¡Dios santo, viva el fútbol! ¡Golaaaaaaazooooooo! ¡Diegooooooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme… Maradona, en corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos… barrilete cósmico… ¿de qué planeta viniste?». Ni lo sé ni me importa. Solo sé que Dios existió. Y llevaba el 10 a la espalda. Ta-ta-ta-ta-ta-ta…».