EDITORIALA
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Deberían tener verdad, justicia y reparación. Demandan verdad.

Hace 35 años, tal día como hoy, Mikel Zabalza ya estaba muerto. Hacía tres días que había sido detenido bajo la Ley Antiterrorista y dos desde que habían comunicado su desaparición, tras una «fuga» inverosímil a la que se agarraba la versión oficial. En aquel momento, solo sabían de su muerte cierta quienes lo mataron. Claro está que lo sospechaba todo el país. Para entonces, lo sabían también los responsables políticos que iban a tapar esa muerte; hasta hoy.

A estas alturas nadie se atreve a negarlo: Mikel Zabalza murió cuando estaba siendo interrogado y torturado por guardias civiles. Nadie, a excepción de los autores impunes de su muerte, sabe qué pasó concretamente en el cuartel de Intxaurrondo. Pero es evidente que las Fuerzas de Seguridad del Estado ocultaron su cuerpo y lo hicieron aparecer en el río Bidasoa días más tarde. Apareció flotando delante de una patrulla de la Guardia Civil, en un lugar donde los buceadores de la Cruz Roja habían realizado un minucioso rastreo días antes. Era un burdo intento de hacer cuadrar la versión oficial sostenida por el Gobierno de Felipe González y por su criminal ministro de Interior, José Barrionuevo.

Hace 35 años, tal día como hoy, aún faltaban 17 días para que el cuerpo sin vida del joven de Orbaitzeta apareciese en el río, intacto, sin marcas. Fue un 15 de diciembre. Calcular los días que faltan es escalofriante.

Durante aquel periodo en el que no se conocía su paradero, hubo policías que informaron a la familia de que Mikel estaba vivo y a salvo, refugiado en Ipar Euskal Herria. Incluso fueron a su casa a decirles a sus padres y hermanos en qué lugar estaba. Cuando estaba muerto y en sus manos. La familia fue a buscarlo a Hendaia, claro, víctimas de un grado de miseria más allá de todo límite.

Relato, impunidad y justicia transicional

La hermana de Mikel, Lourdes Zabalza, ha recordado aquellos terribles momentos en diferentes entrevistas. Además del relato de los hechos, que aun mil veces escuchado resulta estremecedor, la familia siempre ha denunciado que su caso fue excepcional por el desenlace, pero que la practica de la tortura era común y salvaje, y que todo el mundo lo sabía. La compañera de Mikel, Idoia Aierbe, y sus hermanos, Patxi y Aitor, fueron detenidos en la misma operación. También lo fue Ion Arretxe, que dio testimonio de las torturas sufridas.

Otra de las ideas que defiende Lourdes Zabalza es que la presión popular impidió que hicieran desaparecer definitivamente a su hermano, que lo eliminaran después de muerto, como habían hecho antes con José Luis Moreno Bergaretxe “Pertur”, Jean Louis “Popo” Larre, JoseMiguel Etxeberria “Naparra” y Tomás Hernández.

En aquellos días de incertidumbre, por debajo del dolor de la familia, del espanto y la indignación de la sociedad vasca, se escuchaba a los poderes del Estado calculando qué hacer. Fue la movilización social demandando que el Gobierno español contase lo sucedido y que, si Mikel Zabalza estaba muerto, se entregase el cuerpo a su familia, la que forzó aquella torpe escenificación. Tristemente, pese a hundir la versión oficial, aquella pantomima criminal sirvió para garantizar la impunidad a quienes mataron al joven navarro.

Hoy, en Orbaitzeta, se formará una caravana de coches que rememorará la que se organizó el 18 de diciembre de 1985, el día del funeral. La obra “Adiorik gabe” y el documental “Non dago Mikel?” han contado lo que pasó. El libro “La sombra del nogal”, en el que Ion Arretxe narra lo vivido durante su detención y sus consecuencias, es uno de los testimonio más contundentes de las torturas que se aplicaron a ciudadanos y ciudadanas vascas bajo la «legislación antiterrorista». Una violación de los derechos humanos que se sofisticó y mantuvo en el tiempo, tal y como quiere relatar el documental “Krask soinua”, que está en pleno crowdfunding.

Hay que contar la memoria de las torturas. Hay que transmitir lo vivido, lo sufrido a las generaciones más jóvenes, para que no prevalezca la versión oficial. Un pueblo se define, entre otras muchas cosas, por la veracidad de aquello que le escandaliza. «Verdad, pedimos verdad. Para nosotros ese reconocimiento sería suficiente. Dicen que no se puede hacer el duelo sin conocer la verdad. Nosotros estamos así 35 años después, sin poder pasar la página», resumía Lourdes. En esa idea hay magnanimidad y hay realismo. Es una oferta de justicia transicional de facto y de propia voluntad. Hay que ser cobarde y ventajista para no conceder ni eso.