La estética miserable de la degradación física y moral

Para definir al veterano cineasta Arturo Ripstein se me ocurren muchos adjetivos, casi tantos como el viejo protagonista de “El diablo entre las piernas” (2019) utiliza para insultar y vejar a su mujer, la mayoría de ellos sinónimos de “puta”, termino que en México adquiere el uso coloquial más extendido de “wila”. Se repite mucho, porque no cabe duda de que el autor de “El castillo de la pureza” (1977) se ha convertido en un cineasta de la repetición, seguramente de sí mismo, una vez dejadas atrás aquellas influencias iniciales de Buñuel, que han inspirado a colegas contemporáneos como el griego Yorgos Lanthimos. Al día de hoy me quedaré con el calificativo de “renegado”, pues Ripstein camina en dirección contraria a las modas culturales, apostando por mostrar lo feo, lo que incomoda a la sociedad de la era tecnológica, y que el filósofo coreano Byung-Chul Han nombra en su libro “La salvación de lo bello” como lo pulido, lo liso y lo impecable. Todo cuanto se salga de esta idea dominante de diseño pulcro y sin arrugas está condenado al rechazo.
El guion es una vez más de Paz Alicia Garciadiego, su pareja y cómplice de tantos años, que se atreve a hablar de un tema tabú como el sexo en la vejez. Y, a pesar de que haya mucha gente a la que de entrada ya le pueda echar para atrás, resulta procedente, puesto que el feminicidio en la tercera edad está de actualidad. Viendo “El diablo entre las piernas” (2019) se puede intuir el tipo de violencia doméstica que surge en el seno de un matrimonio que llevan toda una vida juntos, compartiendo las amarguras y los resquemores del pasado.
Si los culebrones reflejan el sentido melodramático de la existencia puramente mexicano, Ripstein se sirve de ese mismo material para cocinarlo al vacío. La fotografía en blanco y negro, junto con la expresionista escenografía configuran un mundo tan degradado como los seres que lo habitan.
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