Juan Ibarrondo
Escritor y guionista
KOLABORAZIOA

Cultura y Renta Básica Incondicional

A raíz de la presentación de la ILP sobre la RBI en el Parlamento Vasco, se ha abierto un interesante debate sobre esta herramienta de redistribución de la riqueza. Quisiera aportar en este artículo sobre un aspecto del que no se habla mucho relacionado con la Renta Básica Incondicional, que en mi opinión debería sustituir en el futuro a una RGI que –obviamente– no sirve para acabar con la pobreza en la Comunidad Autónoma Vasca.

Me refiero a las consecuencias que tendría la implantación de una Renta Básica Incondicional (es decir, no condicionada a cierto nivel de ingresos o renta, ni a la búsqueda obligatoria de trabajo) sobre el sector de la cultura, un sector importante a nivel económico, dentro de ese rubro general que llamamos sector servicios o producción inmaterial.

Sin embargo, la cultura –en mi opinión– no debe entenderse simplemente como un sector económico capaz de crear beneficios empresariales y puestos de trabajo, sino sobre todo como uno de los pilares de la vida civilizada –de la vida en común– que produce no sólo resultados económicos cuantificables, sino gratificación individual y contribuye a la convivencia, a la articulación de sociedades capaces de convivir de manera civilizada.

Es un lugar común afirmar que las sociedades incultas son más fácilmente manipulables y que la educación y la cultura deberían estar al alcance del conjunto de la ciudadanía; formando personas y ciudadanos con espíritu crítico –librepensadoras– capaces de formar parte activa en la gobernanza de sus ciudades o naciones.

Dicho esto, hay que destacar que el sector de la cultura ha sufrido, como el conjunto de la economía, la inercia privatizadora neoliberal con su corolario de precarización del empleo y de pérdida de derechos sociales de quienes trabajan en este sector (que ya de por sí es un trabajo inseguro y azaroso)

Seguir esa senda, privatizar todavía más la cultura, nos llevaría a la pérdida de la diversidad, a la precarización masiva del empleo creativo, a una cultura que no arriesga, hecha sólo para las grandes mayorías aculturizadas (cultura de masas) o bien para las élites económicas en forma de especulación y valor refugio del capital.

Obviamente, no sería de recibo tampoco proponer una cultura estatizada en su conjunto, convirtiendo a todos los creadores en funcionarios de la cultura.

Por tanto, en mi opinión, el sector cultural debe tener tres ejes, el público, el privado, y el comunitario o alternativo, que deberían convivir de la manera más armónica posible.

Para ello, una herramienta como la RBI sería de gran utilidad, pues permitiría que toda esa parte de la cultura no ligada a la empresa cultural ni al sector público, pudiera florecer, madurar y dar frutos: diversos, innovadores, libres de ataduras, de exigencias de audiencias y rentabilidades, de criterios gubernamentales o de la dictadura de lo políticamente correcto.

Teniendo una parte importante de sus necesidades económicas básicas cubiertas por la RBI, las personas creadoras podrían desarrollar su creatividad de manera libre, y quizá, si así lo quieren –o si tienen el talento adecuado para ello– poder profesionalizarse.

Vista desde este punto de vista, la RBI sería una buena fórmula para desmercantilizar en parte la cultura y mejorar las condiciones de vida de las personas creadoras; pero también para desatar un tsunami de creatividad ahora contenido por los diques del sistema capitalista neoliberal.