HEMINGWAY, EL HORROR BÉLICO Y LA VITALIDAD DE EUSKAL HERRIA
La madrugada del 2 de julio de 1961, Ernest Hemingway se disparó con su escopeta favorita en el sótano de su hogar en Ketchum, Idaho. La última etapa de un trotamundos que fue testigo activo del horror y la fiesta de un periodo histórico vertiginoso.

Estudiosos e investigadores de Cuba, Estados Unidos, Canadá y Japón participaron en el reciente “Coloquio Internacional Ernest Hemingway (1899-1961)”, que se desarrolló en formato online del 24 al 26 de junio, con el objetivo de indagar sobre el legado y la obra del escritor estadounidense. Esta edición estuvo dedicada al 60 aniversario de la muerte del autor de novelas célebres como “Por quién doblan las campanas”, “Fiesta” y “El viejo y el mar” y fue prologada por Grisell Fraga, directora de la casa-museo Hemingway en Finca Vigía, su residencia en La Habana donde el escritor estadounidense pasó largas temporadas desde 1939.
El programa de actividades del coloquio incluyó la presentación del libro “Hemingway, poeta enamorado”, del ensayista cubano y traductor Carlos Peón, así como la exposición virtual “Imagen Hemingway”, que reúne pertenencias del Premio Nobel de Literatura 1953 expuestas en la institución que lleva su nombre. A todo ello se sumó la proyección de una serie documental realizada por los cineastas norteamericanos Ken Burns y Lynn Novick, quienes tuvieron acceso al conjunto de archivos personales del novelista y que ahora pertenecen a la Biblioteca John F. Kennedy en Boston.
Ernest Hemingway se inspiró para algunas de sus obras en temas, personajes y detalles de los libros del autor cubano Enrique Serpa. El investigador y profesor estadounidense Andrew Feldman afirmaba que «no creo que Hemingway robara las historias de Serpa, porque hay una clara diferencia entre sus obras y tienen estilos propios, pero creo que la influencia es lo suficientemente visible como para que nos preguntemos hasta qué punto su amistad e intercambio intelectual afectaron sus obras». Feldman también añadió que la relación de Hemingway con Cuba, un país que visitó por primera vez en 1928 y en el que residió en las décadas de los años 40 y 50, marcaron profundamente al estadounidense y «desarrolló una empatía genuina, respeto y amistad con el pueblo cubano».
En su exposición, Feldman recordó que cuando Hemingway recibió el premio Nobel en 1953 se definió como un «ciudadano de Cojímar», un municipio a pocos kilómetros de La Habana. En su obra “Ernest. The Untold Story of Hemingway in Revolutionary Cuba”, Feldman recordó que «cuando el Gobierno revolucionario llegó al poder en 1959, el Gobierno estadounidense le dijo que tenía que denunciarlo y salir de Cuba, pero él no lo hizo, porque dijo que su tarea era escribir, no la política, y porque Cuba era su hogar y el pueblo cubano era su amigo».
Los horrores de la guerra
A menudo es difícil diferenciar al Hemingway público de su obra y son muchas las ocasiones en las que sus logros literarios han sido eclipsados por la leyenda que siempre le acompañó. El legado de Hemingway está inexorablemente ligado a sus libros, historias y notas y son muchos los académicos, estudiantes e investigadores que destacan la gran atracción que emana de sus cartas y manuscritos salpicados de borrones y correcciones.
Hemingway abordó todo tipo de temáticas pero, debido a sus vivencias en diferentes conflictos, incidió en la guerra y sobre todo en el efecto que siempre produce. Dedicó la antología “Men at War” a sus tres hijos para que tuvieran un libro «que contenga la verdad sobre la guerra lo más cerca que podamos llegar... No reemplazará la experiencia, pero puede preparar y complementar la experiencia . Puede servir como un correctivo después de la experiencia». Lo mismo puede decirse del propio trabajo de Hemingway. No puede reproducir la experiencia de quienes vivieron los años de la primera mitad del siglo XX, pero ofrece un retrato muy reconocible.
Hemingway escribió su segunda novela, “Adiós a las armas”, tomando como base sus propias vivencias como conductor de ambulancia en la Primera Guerra Mundial. Está escrita como una retrospectiva de la experiencia bélica de Frederic Henry, un soldado estadounidense herido, y su romance condenado con una enfermera británica, Catherine Barkley. Hemingway reescribió la conclusión de “Adiós a las armas” muchas veces, sus borradores revelan una veintena de finales diferentes. El escritor Justin Kaplan recordó la cantidad de cambios que Hemingway hizo en los últimos párrafos de dicha novela y cuando se le preguntó por qué lo hizo, Kaplan rememoró las palabras del propio Hemingway: «Estaba tratando de encontrar las palabras correctas».
Después de leer un borrador inicial, F. Scott Fitzgerald sugirió que Hemingway terminara el libro con uno de sus pasajes más memorables: «El mundo los rompe a todos y después muchos se vuelven fuertes en los lugares rotos. Pero aquellos a los que no rompe, los mata. Mata a los muy buenos y a los muy gentiles y a los muy valientes imparcialmente. Si no eres ninguno de estos, puedes estar seguro de que también te matará, pero no habrá prisa especial». En los apuntes del original literario y garabateado en la parte inferior de la carta de 10 páginas de Fitzgerald, topamos con la respuesta que Hemingway le dedicó al autor de obras como “El gran Gatsby”: «Bésame el culo». Nadine Gordimer sugiere que, al evaluar el legado de Hemingway y sus ideas sobre la guerra, dejemos esos argumentos de lado. «No me preocupa lo que Ernest Hemingway hizo o no hizo en su propio cuerpo, en su propia persona, por su propia valentía en las guerras... Dejemos su vida en paz, le pertenece a él como la vivió. Leamos sus libros. Que son su particular cosmovisión de lo que ha sido nuestra existencia, su regalo que nos pertenece a todos».
Euskal Herria y el amigo americano
Premio Pulitzer, premio Nobel de Literatura y trotamundos, Hemingway tampoco pudo eludir el encanto de Euskal Herria, una tierra habitada por vascos que le recordaban a las tribus nativas del norte de Michigan que conoció durante su infancia. Un episodio que nació de los viajes y estancias que realizó en lugares como Auritz, Orbaitzeta, Aribe o Agoitz, Donostia, Getaria, Zumaia, Donibane Lohizune, Hendaia, Biarritz y Lekunberri, lanzadera para la eclosión festiva de Iruñea, durante la década de 1920. En 1926 se publicó la novela “The Sun Also Rises”, más tarde rebautizada como “Fiesta”, cuyo borrador terminó en Donostia. Y en el epílogo de su vida, tuvo tiempo de escribir en Bilbo, en 1960, las páginas finales de “The Dangerous Summer”, su último trabajo literario. La primera vez que descubrió Euskal Herria fue en 1923, viajando con su compañera sentimental, Hadley Richardson y, a partir de aquel viaje, el “Basque Country”, como él mismo lo denominó en varias ocasiones y por el que nunca dejó de viajar, fue una de sus grandes fuentes de inspiración.
En la década de 1920 el escritor ya había frecuentado los territorios de Araba, Bizkaia, Gipuzkoa, Nafarroa y cruzó al otro lado de la muga. Dicha relación adquirió gran relevancia a raíz de la adaptación cinematográfica de “The Sun Also Rises” que dirigió en el 57 Henry King y que se escenificó en Sanfermines. Sus tres protagonistas centrales –Tyrone Power, Ava Gardner y Errol Flynn– jamás pisaron Estafeta, ni tan siquiera se dejaron ver en las terrazas de la Plaza del Castillo. Su paseo etílico fue filmado en Morelia (México) y ello no le gustó a Hemingway.
Lo que probablemente sí le gustó al escritor fue compartir mesa y mantel junto a su cómplice, Antonio Ordoñez, y el gran Orson Welles. Sentados en torno a una mesa del restaurante Las Pocholas, el autor de “Ciudadano Kane” explicó al resto de comensales y con todo lujo de detalles su intención de hacer pasear al más célebre de los hidalgos manchegos y a su fiel escudero Sancho Panza por entre las calles y rincones que tan bien conocía Hemingway. Se sabe que “Fiesta” de Hemingway contó con otra versión del año 84 dirigida para la cadena televisiva Channel Four por James Goldstone y que en su reparto figura el mítico Mr. Spock, Leonard Nimoy, y que las páginas de este libro-viaje también inspiraron a Kevin Noland a la hora de rodar “Americano”.
En este su debut detrás de la cámara, Noland quiso recuperar el encanto primigenio que asalta a los lectores de “Fiesta” y planeó una especie de viaje iniciático protagonizado por un joven mochilero norteamericano (Joshua Jackson) que despertará los encantos de la vida en compañía de una enigmática joven (Leonor Varela) mientras asiste a los encierros sanfermineros. Al otro lado del vallado, con la mirada perdida, Dennis Hopper aporta el toque cosmopolita que se intuye en esa tipología de visitante extranjero que participa activamente en el ritual etílico-intelectual que legaron las páginas de “Fiesta”.
Cuando regresó a Iruñea en 1953, tuvo que adaptarse a los inevitables cambios que habían tenido lugar a lo largo de los veinte años en los que se ausentó, aunque no por ello dejó de ejercer de cicerone para sus amigos, a quienes les recordó que «ha cambiado absolutamente todo, pero todavía se pueden encontrar las buenas cosas de antaño. Es cuestión de saber encontrarlas».

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