Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Wrong Turn: Sendero al infierno»

La humanización de las trampas para alimañas

Al cine de terror le viene muy bien la polarización política y el frentismo social que se da en los Estados Unidos, porque la mayoría de películas responden a la lucha entre el Bien y el Mal, entre lo conocido y lo desconocido. Un lenguaje binario que el guionista Alan B. McElroy conjuga a la búsqueda de la tensión que opone el presente al pasado, tanto a nivel de estrategia de producción interna como de desarrollo argumental. En el primer apartado se propone un relanzamiento de la película original de la saga, que aquí se tituló “Km. 666: Desvío al infierno” (2003), olvidándose de todas sus secuelas, mediante un nuevo replanteamiento. Y en lo que se refiere al libreto en sí, opta por una actualización, por un retoque coyuntural que nos lleva, en efecto, a la división categórica entre “hipsters” y “rednecks”, entre jóvenes universitarios y paletos sumidos en la noche de los tiempos.

Pero no nos engañemos, que Alan B. McElroy haya decidido dar un brusco volantazo para cambiar de dirección, no quiere decir que su cambio o giro resulte original, ni mucho menos. Sabedor de que la idea inicial se agotó ya en la primera o segunda entregas, no tenía otro remedio que reinventarse, y lo más fácil dentro de un género tan explotado es nutrirse de propuestas ajenas. Así copia al John Boorman de “Deliverance” (1972), al Robin Hardy de “The Wicker Man” (1973), al Tobe Hooper de “La matanza de Texas” (1974), al Wes Craven de “Las colinas tienen ojos” (1977), al Walter Hill de “La presa” (1981), al Shyamalan de “El bosque” (2004), o al Ari Aster de “Midsommar” (2019).

Todo vale en unas montañas llenas de trampas para alimañas que ahora sirven para la caza humana, con senderistas urbanitas como víctimas propicias que se pierden por los Apalaches, porque han ido a meterse en la boca del lobo, ansiosos de fotografíar raídas banderas sudistas y cabañas ruinosas.