José Manzaneda
Responsable de Comunicación de la asociación de amistad Euskadi–Cuba y coordinador del medio Cubainformación TV
GAURKOA

SOS Bloqueo Cuba

Imagínense que la Unión Europea impusiera un bloqueo económico total a nuestro país, prohibiendo el comercio, las transferencias, el turismo, la venta y compra de tecnología o medicamentos, el uso del euro, que –mediante amenazas y procesos judiciales– impidiera la inversión a empresas de otras latitudes, sancionara a las navieras que traen gas natural o petróleo y, a su vez, negara la entrada a territorio de la Unión Europea a nuestra ciudadanía. Aún siendo un país con alto desarrollo económico, imaginen los efectos devastadores que tendría en nuestras condiciones de vida (en salarios, pensiones, servicios públicos, transporte…), en plena crisis económica por la pandemia. Pues bien, ahora, imaginen este bloqueo sobre la población de un país insular y pobre en recursos, del Sur, como Cuba.

Hoy asistimos con perplejidad a una operación, en prensa y redes sociales, de negación del bloqueo económico, comercial y financiero de EEUU contra Cuba, que justifica un crimen de lesa humanidad y la violación masiva de los derechos humanos de once millones de personas, sometidas a un brutal chantaje: morir por hambre o derrocar a su gobierno.

El impacto del bloqueo en todas y cada una de las fuentes de ingreso de la isla es brutal: del orden de los 5.000 millones de dólares anuales, 430 millones al mes. Hasta 2021, 147.000 millones de dólares en pérdidas.

¿En qué consiste el bloqueo a Cuba? Las bases permanentes del cerco económico y financiero a Cuba son, entre otras, las siguientes: el llamado «embargo comercial». Empresas y ciudadanía cubanas no pueden vender producto ni servicio alguno en el mayor mercado del mundo, EEUU, ni adquirir sus productos o servicios, salvo excepciones y con regulaciones muy estrictas (ciertos alimentos y medicamentos, pagados por adelantado). Esto implica enormes sobrecostes en absolutamente todas las importaciones de Cuba, muchas desde mercados distantes. También la imposibilidad de adquirir productos y tecnología solo existente en EEUU; los barcos que tocan puerto cubano no pueden seguir ruta a EEUU, lo que multiplica, para la isla, todos los costes de fletes y seguros; la prohibición del turismo de EEUU, que significaría una inyección inmediata de liquidez para la economía de la isla; las persecuciones, penalizaciones y presiones extraterritoriales constantes a empresas y países, para impedir el comercio con Cuba. Empresas de terceros países no pueden exportar a EEUU productos con un solo gramo de azúcar o níquel cubanos, cerrando a la isla gran parte de los mercados internacionales. Igualmente, terceros países no pueden vender a Cuba bienes con más de un 10% de componentes estadounidenses, y la imposibilidad para Cuba de créditos para el desarrollo, debido al derecho a veto o voto preferente de EEUU en organismos financieros multilaterales, como el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo.

A las anteriores medidas y muchas otras no mencionadas, añádanle 243 nuevas sanciones impuestas durante la administración de Donald Trump, de ellas más de cincuenta aprobadas durante la pandemia de covid-19. Por ejemplo, la prohibición de las remesas, que han convertido a la emigración cubana en la única en EEUU que no puede enviar dinero a sus familias de forma legal y segura; el cierre migratorio por la congelación de visas, debido a la clausura del consulado estadounidense en La Habana, algo que busca incrementar el efecto de «olla a presión» sobre la población cubana. El compromiso, firmado por Barack Obama, de otorgar al menos 20.000 visas al año, es hoy papel mojado; la inclusión de Cuba en la lista de supuestos «países patrocinadores del terrorismo», que implica el cierre bancario internacional casi completo para la isla, y la imposibilidad, desde hace meses, de realizar compras (de alimentos y medicamentos, por ejemplo), con los dólares recaudados; la persecución sistemática de las navieras que llevan petróleo venezolano a Cuba, hecho causante de la reducción drástica del transporte urbano y de restricciones eléctricas; la restricción aún mayor de los escasísimos viajes de EEUU a Cuba autorizados por la administración Obama, así como la prohibición total de compras de productos en tierra. La prohibición de cruceros, por ejemplo, ha arruinando a numerosos establecimientos del sector privado cubano; la prohibición de vuelos a nueve de los diez aeropuertos internacionales de Cuba, medida que afecta a la comunidad cubana en EEUU, única que, con anterioridad, no estaba sometida a restricciones de viaje; la retirada de la única licencia de inversión que fue autorizada por Obama, la de la empresa hotelera Marriot; la aplicación íntegra de la Ley Helms-Burton, que busca ahuyentar toda inversión extranjera, así como la activación de decenas de demandas contra empresas inversoras, principalmente europeas, para forzar su salida de la isla; la ruptura –mediante pactos con gobiernos aliados, como los de Ecuador y Brasil– de sus acuerdos médicos de Cuba, que permitían financiar el sistema público de salud de la isla. Esto explica, en parte, el desabastecimiento sanitario y persigue crear una crisis de salud en la isla, y la abolición de esperanzadores acuerdos bilaterales, como el firmado –y nunca llevado a efecto– entre la Federación Cubana de Beisbol y las grandes ligas de EEUU, que habría puesto fin a la «fuga» de deportistas y ayudado a financiar el deporte base de Cuba.

Imagínense que le cortan la luz de su casa, le cierran las puertas para que no entre comida ni medicinas, le impiden a usted y a las personas a su cargo que puedan salir a buscar el sustento, y luego le echan la culpa de la mala gestión de su casa y le dicen que es un dictador. Eso es lo que EEUU hace con Cuba y su pueblo.

Una estrategia de asfixia de seis décadas, más el cerco de guerra económica de los últimos cuatro años, unido a la ausencia de ingresos por turismo debido a la pandemia, han provocado en Cuba una aguda situación de desabastecimiento en todos los órdenes. El resultado político, esperado desde hace sesenta años, de una estrategia que persigue matar por hambre y carencias a un pueblo rehén, es bien pobre: haber conseguido que una pequeña parte de la población, cansada, desesperada, claudique y se rebele contra el gobierno y la Revolución.

Pero la euforia es mala consejera. Estas personas no son la mayoría. La mayoría conoce la causa esencial de sus problemas, y ha salido, por miles, a las calles de toda Cuba, a defender la soberanía de su país y la Revolución. Los criminales lo seguirán intentando. Pero Cuba es, aún, un hueso duro de roer.