La «space opera» más grande de todos los tiempos

La novela de Frank Herbert ha tardado seis décadas en ser adaptada al cine en la forma adecuada, y durante ese tiempo se llegó a pensar que era inadaptable, teniendo en cuenta la intentona fracasada del chileno Alejando Jodorowsky, ilustrada en el documental de Frank Pavich “Jodorowsky’s Dune” (2013), o la fallida experiencia de David Lynch con “Dune” (1984). Y, si esos primeros exploradores del planeta Arrakis no consiguieron su objetivo, es porque les sobraba locura creativa pero les faltaba método, que es precisamente el fuerte de Denis Villeneuve. El quebequés hizo la preparación particular para acometer su gran aventura espacial minimizando los riesgos con “Enemy” (2013), “La llegada” (2016) y “Blade Runner 2049” (2017), títulos de buena ciencia-ficción pero que no eran más que un camino de aprendizaje hacia la clarividencia cinematográfica alcanzada con “Dune” (2021). Se puede decir que para ser una sabia e iluminada Bene Gesserit, como la que interpreta Charlotte Rampling, solo le falta cambiarse el sexo a lo Wachowski.
Y sirva la mención a esta figura secundaria dentro del inmenso reparto coral para decir que todo el diseño de personajes es sencillamente extraordinario, y lo es en su conjunto, porque cada cual tiene su definición exacta y su cota de participación precisa. Es así para que la parte humana no desfigure el espectacular teatro espacial que sostiene el complejo andamiaje de la obra, que en el fondo no deja de ser como una tragedia clásica de Shakespeare, con la lucha feudal entre las casas de los Harkonnen y los Atreides, que dan lugar a coreografías bélicas dignas de Kurosawa en la composición de los planos generales, sobre un paisaje desértico que parece inspirado en David Lean y su “Lawrence de Arabia” (1962).
Al contrario de la mayoría, no me muero por ver la continuación y el ciclo literario adaptado al completo, porque creo que esta primera entrega merece ser asimilada con tiempo y calma.

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