V.E.
LAS LEYES DE LA FRONTERA

Los límites de la memoria enla Girona quinqui

En “Las leyes de la frontera” acompañamos a el «Gafitas», un joven estudiante que deberá afrontar la siempre conflictiva entrada en la edad adulta, en el contexto de la denominada Transición. Estamos en Girona, y mucho antes de que internet haya convertido las letras de La grifa en un meme más, la juventud adopta el «Yo vengo de la isla, de la isla de Japón, de fumarme cuatro porros que mi novia me invitó» como genuino grito de guerra, en pos de la rebeldía y la desinhibición que siempre pide esa etapa vital.

Daniel Monzón homenajea los 70 a partir de esos rituales iniciáticos que perviven por los siglos de los siglos. La primera calada, el primer beso, la primera borrachera, el primer ajuste de cuentas con los abusones del instituto… Tan universal como, por qué no decirlo, tópico. Esto es, al fin y al cabo, un producto destinado al consumo masivo del gran público: no ha venido aquí a inventar nada, sino más bien a reafirmarnos en las filias con las que ya entrábamos en la sala de cine. “Las leyes de la frontera” transita por la fina línea que separa la añoranza por quiénes fuimos, de la frivolización típica del cine más dado al puro y mero entretenimiento. La buena noticia es que Monzón cumple en ambos territorios; la no-tan-buena es que no consigue destacar en ninguno de ellos. He aquí pues un agradable ejercicio de memoria seguramente destinado a caer en el olvido. Crueles ironías de esas películas que tan bien saben aplicar las fórmulas del éxito: al no salirse de la estela ganadora de los demás, no encuentra la suya propia, y así se confunde entre recuerdos borrosos.