No contentos con la Calidad Total ahora quieren la Excelencia. Una excelencia que necesita planes de mejora ¿qué clase de Excelencia es? Acaso no les enseñaron en la escuela los comparativos de bueno: mejor y más bueno y sus superlativos: muy bueno, buenísimo y excelente u óptimo. ¿Mejorar la excelencia? ¿Cómo? ¿Llamándolo «optimidad» quizás? Todo lo que partió como una estrategia de gestión capitalista de las empresas sobre los medios de producción y la fuerza de trabajo ha invadido todos los ámbitos sociales. La «Excelencia» exige la implicación de nuestra subjetividad en la producción de mercancías. Lo excelente se circunscribe a todo el proceso productivo y exige la complicidad del que lo produce, el asalariado. Da igual si lo producido son medicinas, alimentos, pollas-diademas para despedidas de solteras o minas anti-persona. Si el proceso cumple con los estándares (otro palabro de moda) la excelencia está garantizada. Te ponen un sello EFQM o ISO 9000.

Yo poseo dos cafeteras de las llamadas «de rosca», una de dos tazas para mí y otra de seis para cuando hay visitas; las dos, aunque de diferente marca, cuentan con el certificado de AENOR empresa que certifica la Calidad Total de la gestión a lo largo de su proceso productivo. Ambas poseen la virtualidad de verter parte de su contenido, el café, fuera de las tazas. La pequeña, nada más iniciar la inclinación necesaria hacia el recipiente receptor del brebaje, desprende su tapa independiente, con alegría, cayendo dentro del tazón de desayuno con excelente exactitud; el preciado líquido colombiano rebota en ella depositándose gran parte fuera del objetivo. La mayor de las cafeteras, cuya tapa esta sí se encuentra anclada encima del mango, de no ayudarse con la otra mano para levantarla durante la operación, dicha tapa obstruye parcialmente esa especie de canal que facilita el vertido actuando a modo de aspersor sobre la mesa donde están depositadas las tazas de los invitados. Eso sí, lo que es el proceso de producción de los artefactos: de la hostia parriba.