Raúl BOGAJO
GASTEIZ

Érase una vez el silbido de la utopía

El dibujante francés Louka Butzbach nos propone un cuento, una fábula de factura clásica y temática revolucionaria que es un antídoto en páginas sepia contra la autocomplacencia y, a la vez, una alegoría de esta «nueva normalidad» que vivimos. «El silbido al correr del aire» es otro de esos rescates utópicos de la editorial Fulgencio Pimentel.

El cuento es, además de un sedante infantil que no necesita receta, un catalizador de material simbólico y una correa de transmisión intergeneracional de verdades universales, cuyo combustible es la alquimia de lo cotidiano y anecdótico para transformarlo en insólito. Algo similar ocurre cuando ciertas obras escritas, dibujadas o ambas cosas a la vez, lo cuentan casi todo con muy poco o casi nada, a estas suele acompañarlas el apelativo de naif. En forma de sujeto, verbo y predicado, esta especie de apuntes del natural son capaces de abrir abismos juntando detalles cotidianos o separando aquellos otros cuya comunión damos, o dábamos, por sentado.

Poetas como Wislawa Szymborska nos advierten de que todo lo simbólico y trascendental se despliega ante unos ojos atentos, que no necesitamos ahondar en nuestras neuras para descubrir que la locura, por ejemplo, viaja en nuestro ajuar porque «después de cada guerra alguien tiene que limpiar. No se van a ordenar solas las cosas digo yo. Alguien debe echar los escombros a la cuneta para que puedan pasar los carros llenos de cadáveres», escribe en “Fin y principio”.

El fin de una forma de vida y el principio de otra, no sabemos si mejor o peor, diferente tal vez, o ni siquiera eso, está en “El silbido al correr del aire”, un cómic bucólico y sugerente desde el título, que firma Louka Butzbach. Publicado originalmente como “Whistle” en 2018 por el sello londinense Breakdown Press, Fulgencio Pimentel recoge el guante para la edición en castellano de esta fábula con tintes anarquistas en la que Butzbach reimagina la historia fundacional de su pueblo, Fontenay-sous-Bois, una comuna francesa a las afueras de París.

Un extraño tubérculo crece en la huerta de Nicolino, una especie de patata gigante por donde susurra un aire que amenaza con devastar la ciudad. Al mismo tiempo, Antonella se cuestiona si el hecho de trabajar tiene sentido, o más sentido acaso que sucumbir a la pereza de tumbarse a orillas del arroyo Rosettes y pillarse una buena cogorza. Una pregunta se cuela, a la vez, en los habitantes de Fontenay-sous-Bois: “El trabajo ¿Es salud?” O: “El trabajo: en realidad, ¿a quién le gusta?”. Ingredientes todos ellos de este cuento romántico narrado en forma de alegoría revolucionaria.

“El silbido al correr del aire” fabula con el cambio de un modelo económico, de una forma de vida asentada en una comunidad que se desmorona y deja huérfanos de creencias a sus habitantes. Algo de esto que tanto nos suena desde hace un par de años hace oportuna la lectura de una obra que anima a repensarse desde el optimismo, escaso y mucho más caro que el gasoil, y que propone como antídoto la curiosidad y el oído fino ante el silbido del cambio.

Butzbach utiliza premeditadamente un estilo naif de dibujo, de líneas claras y las perspectivas planas. Pertenece a esa generación de nuevos dibujantes francófonos nacidos en los 80 que miran a la Nouvelle Bande Dessinée más que al cómic clásico y, en concreto, al trabajo editorial de L’Association y su incesante labor de búsqueda de nuevos temas y formas narrativas.

Se trata de una miscelánea de autores donde la etiqueta “underground” hace más referencia al esfuerzo por llevar al límite los códigos expresivos de los tebeos, o la relectura del clasicismo que a la aspereza de los contenidos que tratan. Autores curtidos en los fanzines y la autoedición o que se valen de la inmediatez del soporte web para publicar y que se retroalimentan, a la vez, de otras disciplinas como el diseño o la ilustración. En el caso de Louca Butzbach, la cita al trabajo de Antoine de Saint-Exupéry para “El principito” es explícita e intencionada y no se detiene solo en el dibujo; reivindica con capricho, frente al hastío de lo distópico, la vuelta a la utopía como antídoto a la autocom- placencia nihilista.