Dabid LAZKANOITURBURU

«Pavel» : preso de y en Europa

Tanto Bruselas como Madrid, críticos con el Gobierno polaco, vacilan en plena guerra en Ucrania en el caso de Pablo González, cuya prisión atenta al derecho a informar en libertad en el Viejo Continente.

Cuando el periodista Pablo González sufre ya el segundo mes prisionero y prácticamente incomunicado, resulta especialmente doloroso reflexionar sobre las sinrazones que pueda esgrimir Polonia para justificar semejante ataque a la libertad de información y a los derechos humanos que asisten a todas las personas, incluidos los periodistas. Es evidente que el trabajo periodístico de Pavel en Ucrania le puso en el punto de mira del servicio secreto de aquel país. La retención y amenaza de expulsión a manos del SBU semanas antes del inicio de la invasión rusa de Ucrania fue el prolegómeno a su detención posterior en la frontera polaca.

Pablo estuvo en la revuelta del EuroMaidan en 2013-2014, estuvo en Crimea en el levantamiento prorruso y el consiguiente referéndum de independencia y cubrió, para GARA y para otros medios, la guerra del Donbass desde ambos frentes, lo que debería hacer, si fuera posible, todo periodista.

A los ejércitos, a los gobiernos (y no solo al ucraniano y al ruso) no les gusta nada que la prensa ponga voz y cara a su enemigo y prefieren el modelo del periodista empotrado, tan utilizado por el Ejército estadounidense en Irak y en Afganistán, y tan útil para ocultar el desastre de sus invasiones y ocupaciones.

Pavel asistió, y participó, entonces al debate sobre si el EuroMaidan fue fiel a su origen como expresión de un deseo de cambio radical o si finalmente desembocó en una suerte de golpe de Estado amparado con entusiasmo por la UE y que supuso el relevo en la cúspide del poder de unos oligarcas más cercanos a Rusia por otros oligarcas alineados con Occidente.

Lo hizo sin esa contundencia maniquea, tan satisfecha de sí misma como ignorante, y tan común en aquellos y estos lares. Porque a Pablo González le interesan los hechos, esos que deberían sustentar todos los análisis.

Como cuando descubrió, cuando cubría con otros periodistas la crisis en Crimea, que los misteriosos «uniformados verdes», sin insignia ni identificación alguna que custodiaban el citado referéndum eran, en realidad, soldados rusos de incógnito que velaban por lo que en realidad fue una anexión a Rusia.

Lo hizo gracias a su dominio del idioma eslavo y a la identificación de las matrículas y los distintivos de sus vehículos.

En las novelas sobre espías abundan los agentes dobles y las tramas más rocambolescas, pero que un «agente al servicio de Rusia», que es de lo que parece que acusan a Pavel, destape la estrategia de su país mentor superaría cualquier ficción si la acusación no fuera lo que es, una burda y cruel mentira.

Pero, más allá de Ucrania y su drama, que dura años, por no decir siglos, puede haber una «explicación» complementaria sobre su injusta detención y encarcelamiento.

Pablo González ha cubierto, también para la agencia Efe, las protestas de la oposición y de colectivos como el LGTBI polaco contra el Gobierno de Varsovia. Un Gobierno, el del integrista católico PiS de los hermanos Kaczynski, que rivaliza con la Rusia ortodoxa y ultraconservadora de Putin en la guerra cultural que asola al mundo.

Esa Polonia xenófoba e iliberal que, por lo menos hasta la guerra en Ucrania, estaba en el punto de mira de la UE por sus ataques a la independencia judicial, a la oposición política y a la libertad de expresión e información.

Pavel, deberían recordar los gobernantes tanto en el Ejecutivo comunitario de Bruselas como en el Gobierno español en Madrid, es un preso de Europa, en el sentido más ontológico y hasta moral del término geográfico. Y está preso en Europa.