Víctor ESQUIROL
CANNES

Cannes: El cine como arma de destrucción masiva

El Festival de Cannes sacó todo su arsenal y se convirtió en un bombardeo cinematográfico; en una experiencia para que no quede nada en pie. La jornada más gloriosa en lo que va de certamen se la debemos a David Cronenberg, Park Chan-wook y Sergei Loznitsa.

Llegó el gran día, esa jornada mágica (o infernal, según cómo se mire) en la que convergen casi todos los platos fuertes que el equipo de programación del festival tenía en el menú. La noche del lunes entró en escena uno de los maestros de la provocación, en este gran circo del cine de autor. Un artista de verdad, al que se le conocen pocas, muy pocas, películas que pudieran dejar indiferente. Un veterano, una leyenda viva de este medio… alguien a quien, por desgracia, le habíamos perdido la pista (pues se cumplen ocho años desde su último largometraje), pero que sigue con ganas de zarandearnos.

El canadiense David Cronenberg, uno de los padres fundadores del body horror cinematográfico, regresó ayer a la Croisette con “Crimes of the Future”, protagonizada por Viggo Mortensen, Léa Seydoux y Kristen Stewart. Un thriller filosófico a partir de los inescrutables caminos de la “nueva carne”, una historia perturbadora marca de la casa que nos sitúa en un futuro cercano (y al mismo tiempo muy remoto) en el que el dolor –físico– es poco más que un recuerdo del pasado.

En este contexto, un artista ha convertido los órganos de su cuerpo en una obra maestra en permanente evolución. ¿Hacia dónde? Ni él lo sabe. La película se nos ha vendido como el último grito de este cine que, precisamente, busca que la audiencia grite y, sí, “Crimes of the Future” va sobrada de imágenes y sonidos diseñados para revolvernos las entrañas, pero en su conjunto pesa mucho más la palabra hablada; unos diálogos con los que los principales personajes van dibujando el mundo (o lo que queda de él) en el que Cronenberg nos ha situado.

Experimentos y barroquismo

A todo esto, el objetivo del experimento (o de la performance) es descubrir hasta qué punto nuestro organismo puede adaptarse al entorno tóxico en el que estamos convirtiendo el planeta. Un pretexto tan bueno como cualquier otro, para que Cronenberg, quien por cierto no parece notar el paso de los años, vuelva a abrir en canal a la condición humana. Para estudiarla, para jugar con ella, para que el arte, tan intuitivo e intelectual al mismo tiempo, marque el camino a seguir. Y ahí nos quedamos, extasiados y adoloridos a partes iguales… pero por alguna extraña razón, pidiendo más. Dicho y hecho.

El siguiente invitado de lujo fue Park Chan-wook, nombre clave en esta nueva época dorada que está viviendo el cine de Corea del Sur. El autor de títulos tan reverenciados como “Oldboy” o “La doncella (The Handmaiden)” vuelve a la carga con “Decision to Leave”, uno de los mejores trabajos de su brillante filmografía: un “noir” en el que un detective cree tener la solución a un caso de asesinato… pero esta, por alguna razón u otra, se le resiste. Durante dos horas y cuarto, ni más ni menos, tratamos con un prodigioso aparato que se erige como pieza ya fundamental del cine de la saturación, en este caso, una película tan virtuosa como barroca, pero que en realidad, es reducible a la mínima expresión.

Por último, fuera de la Competición por la Palma de Oro, la Croisette nos regaló una última obra maestra. Sergei Loznitsa, figura clara para entender las heridas que marcaron y siguen marcando el continente europeo, presentó “The Natural History of Destruction”, un documental sobrecogedor. Una no-ficción que se comporta como la peor pesadilla. Una vez más, el director bielorruso sublima el trabajo con el material de archivo: su nuevo film es, en este sentido, un prodigio de la restauración y el montaje.

Para entendernos, son dos horas de documentos audiovisuales de la época. ¿De cuál? De la Segunda Guerra Mundial. Con definición y conciencia cinematográfica impresionantes, la pantalla revive la vida, tranquila y apacible (¿idílica?), en diversas poblaciones alemanas. Hasta que de repente, y sin previo aviso, sus calles, plazas y monumentos se llenan de iconografía nazi. Hasta que lo que en un principio creíamos que eran noches estrelladas, se confirman como el pasto desolador de bombardeos aéreos. Sin voces en off o títulos explicativos: Loznitsa sabe que hay secuencias que se explican solas.