Dabid LAZKANOITURBURU

Un Putin tocado da media patada adelante

Después de tardar más de doce horas en comparecer desde la hora prevista para su Discurso a la Nación, a las 20:00 horas del martes, Vladimir Putin anunció la movilización militar parcial de Rusia y bendijo la celebración inmediata de referendos de anexión prorrusos.

Con la llamada a filas desde ayer mismo a 300.000 efectivos, todos ellos reservistas y con experiencia -prometió el ministro de Defensa, Serguei Shoigu-, y con el apoyo a las consultas, aprobado el martes por la Duma tras el SOS desde los territorios controlados por fuerzas prorrusas, el inquilino del Kremlin cede en parte a las presiones de los halcones, entre los que se incluye la dirigencia del PCFR («comunistas»), que insisten en llamar guerra a la guerra y en movilizar todos los recursos militares del gigante euroasiático para doblegar de una vez por todas a Ucrania.

El presidente ruso reacciona con esta media patada hacia adelante a los reveses militares por la contraofensiva ucraniana. Y lo hace una semana después de la cumbre de Shanghai en Samarcanda, en la que China e India le pidieron explicaciones por la deriva de su «operación militar especial» y, en el caso del primer ministro indio, Narendra Modi, le recordó que «no es momento para guerras».

El mismo martes, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, le hizo una doble pinza al asegurar que su amigo Putin «está deseando acabar con esto cuanto antes» e insistir, ya ante la Asamblea General de la ONU, en que, tras una negociación, Rusia tendrá que devolver «todos los territorios ocupados».

Putin no parece haber hecho caso ni a unos ni a otro, con lo que se arriesga a tensionar a sus apoyos y complicidades internacionales.

Con la movilización militar parcial y el anuncio de mayor financiación de los arsenales militares rusos, el jefe del Kremlin reconoce la grave situación en el frente, pero sigue sin hacer suyas las exigencias de los sectores más recalcitrantes, que seguirán vigilantes ante la evolución de la campaña y, lo que es más importante, no cierra las fisuras en el centro del poder político, militar e ideológico ruso.

Incapaz de consolidar sus posiciones en el frente, Putin trata de tranquilizar a su vez a los políticos prorrusos en el Donbass, en Jerson y en Zaporiyia avalando la celebración estos días de referendos de anexión.

No explica cómo podrán celebrarse en plena guerra, cuando Ucrania sigue controlando el 40% de la provincia de Donetsk, además de parte de las provincias de Jerson y de Zaporiyia, incluida la capital de esta última. Y cuando el Ejército ruso es hostigado en Lugansk, oblast del Donbass «totalmente liberado» hace tres meses.

Realmente, poco le importan al Kremlin las cuestiones procedimentales y la legitimidad de este tipo de consultas, como quedó en evidencia en el referéndum de 2014 (podrían preguntárselo a Pavel González si Polonia no le mantuviera en la cárcel).

Lo decisivo es el mensaje. Con estas anexiones con fórceps, Rusia advierte a Occidente de que podría considerar la contraofensiva ucraniana como un ataque a su «integridad territorial» y responder con todo el arsenal (que incluye el nuclear) a su alcance, como ha amenazado Putin en su discurso.

En definitiva, el presidente ruso da media vuelta de tuerca reconociendo que libra una guerra sin nombrarla y elevando el tono de la amenaza, en un intento de no perder definitivamente la batalla por el relato. Y lo hace tras hacerse esperar durante medio día, deslizando dudas sobre la fortaleza de su liderazgo (los ‘kremlinólogos’ pagarían por saber qué ocurrió en las horas de la tarde-noche del martes).

Las demostraciones de fuerza, son muchas veces síntoma de debilidad.