Dabid LAZKANOITURBURU

No es ya que entraron, es que ya están dentro

Parecían hooligans de la Canarinha ansiosos por ganar lo que su equipo perdió en Qatar. Algunos copiaban en el esperpento a los asaltantes del Capitolio con sus pieles y calaveras de búfalo, arramblando con todo a su paso y sacándose selfies. Pero no era todo un juego.

Llevaban acampados frente al cuartel general del Ejército brasileño desde que su líder, Jair Bolsonaro, perdió, ajustada pero claramente, las segunda vuelta de las presidenciales el 31 de octubre. Exigían abiertamente un golpe de Estado.

En el aniversario del asalto al Congreso de EEUU, decidieron emularlo y tomar al asalto las sedes de los tres poderes en Brasil. Un paso-invitación a los mandos castrenses para que asumieran los hechos consumados y tomaran lo que habían ocupado. Una suerte de asalto al Palacio de Invierno al revés, con el objetivo no de crear algo nuevo sino de retrotraer al país medio siglo atrás, a la era de las juntas militares.

¿Se imagina alguien qué ocurriría en Brasilia -y en Washington-, si grupos de izquierda presionaran durante dos meses al Ejército o intentaran, siquiera, lanzarse al asalto de sedes gubernamentales y/o parlamentarias?

El establishment político y securitario tiene serios problemas para gestionar este desafío. Y no solo porque a un mando militar-policial tiene que resultarle estrambótico reprimir a quien quiere encumbrarte a la cima del poder.

Están, por supuesto y formalmente por encima, las decisiones políticas. Se ha criticado al nuevo Gobierno por su incapacidad de prevenir un suceso que muchos listos aseguran, a toro pasado, que era algo cantado.

Había diferencias de criterio en su recién creado gabinete y quizás el cálculo de Lula era esperar a que las acampadas bolsonaristas se fueran desmovilizando y diluyendo para así no alimentar la polarización extrema que, como reconocen esos mismos listos, lastra a Brasil.

Es posible que la izquierda, por principio recelosa de soluciones represivas, pecara de esa ingenuidad que le lleva a veces a minimizar las cuestiones de seguridad.

Pero el problema va más allá y no reside tanto en el hecho de que unos miles de esperpénticos ultras entren al Parlamento. El problema es que ya están dentro. Y si no, que se lo digan al speaker republicano de la Cámara de Representantes de EEUU, Kevin McCarthy, quien para ser elegido ha tenido que tragar todas las exigencias de una veintena de representantes a cual más integrista y ha tenido que besar el suelo de Trump.

O que miren la composición del Congreso brasileño, donde los bolsonaristas son la primera fuerza. Con Bolsonaro, y casualmente con quien fuera su ministro de Justicia y hasta ayer responsable de la seguridad del distrito federal de Brasilia, ambos ayer en Orlando (Florida, EEUU).

Unos dentro y otros oteando, moviendo los hilos.

Hora es de que todos, y sobre todo las fuerzas conservadoras y liberales homologadas, se aperciban de ello y actúen en coordinación para sacarlos. Para no repetir errores históricos y a la postre dramáticos como hace 80 años.