EDITORIALA

Sombras entre bastidores de una reforma necesaria

La Comisión Europea ha lanzado oficialmente el proceso que debe desembocar, tras una negociación a varias bandas, en la reforma del mercado eléctrico. Era algo esperado, tras el anuncio hace unos meses de la presidenta Ursula von der Leyen, y es algo necesario, ante el anquilosamiento de un modelo que ha dejado a la vista sus costuras con la guerra de Ucrania, y que necesita adecuarse a una nueva era donde las renovables deben tomar el protagonismo. Ocurre, sin embargo, que en la premura con la que se ha emprendido este camino no se aprecia tanto un ánimo de responder a la emergencia climática como el de amoldarse a un contexto geopolítico poco propicio para la Unión Europea.

El mantenimiento de las nucleares como un elemento más del mix energético, en igualdad de condiciones con la solar o la eólica, y en consonancia con la decisión adoptada hace un año de mantener la clasificación de la energía atómica y el gas natural como «inversiones verdes», y el hecho de que en el documento no se haga mención a la insostenibilidad de las pautas de consumo actuales, alimentan la sospecha de que no es la crisis del clima la que está guiando los esfuerzos. Del mismo modo, que siga en vigor el sistema de precios marginalista, que lleva los precios siempre a la escala más alta, no casa con la búsqueda del beneficio del consumidor, más allá de que se articulen medidas para sortear parte de su impacto.

Son las sombras de un proceso que, a pesar de ello, no queda descalificado de partida. Conceder un papel más relevante a los mercados a largo plazo para ayudar a la implantación de las renovables, aprobar nuevos esquemas de intercambio de electricidad entre usuarios, o prohibir cortes de suministro a los sectores vulnerables son elementos positivos de la propuesta, y así han sido saludados por organismos sociales. Al final, la reforma, a nadie se le escapa, será el resultado de una pugna entre distintos intereses, con el lobby energético jugando sus bazas en una negociación sin luz ni taquígrafos. Frente a ellas, la sociedad debe armar un contrapeso para que el dibujo definitivo responda a los objetivos que se exhiben ante los focos y no a los que se mueven entre bastidores.