Raimundo FITERO
DE REOJO

Celebrar la normalidad

A veces cuesta situarse emocionalmente ante los hechos consuetudinarios que acontecen en la vida política. La dispersión fue una herramienta de sufrimiento para las familias y entornos de los militantes presos. Fue un instrumento de coacción, de presión para intentar doblegar la resistencia de quienes estaban privados de libertad por su lucha de liberación nacional. Consecuentemente, el no aceptar las condiciones de rendición presentadas por los diversos gobiernos, agravó en tiempo, forma e intensidad la vida carcelaria. Y de paso, la vida de familiares y amigos. Una dispersión que fue una bomba de efectos retardados que se cebó con el consentimiento y aplauso del PNV.

Según los propagandistas actuales, los últimos presos han llegado a cárceles cercanas a su procedencia. Por un lado, se presenta como una traición, una concesión a los votos de EH Bildu que el gobierno actual necesita para sacar sus leyes, pero no es otra cosa que acoplarse a la normativa, a lo constitucional, a lo que es lo habitual, ya que la dispersión era una medida de guerra, una medida excepcional que se proclamó provisionalmente, pero se convirtió en eterna. Hay que alegrarse por ello, sobre todo por saber que no habrá ya esa diáspora de fines de semana de familias vascas por la península ibérica, con todos los peligros inherentes a estos viajes forzados, sin contar con la actitud beligerante en muchos penales contra los familiares por parte de unos funcionarios formados en el odio y que actuaban con total inmunidad. Están todos y todas más cerca, ahora falta el siguiente paso: que salgan de prisión.