EDITORIALA

Netanyahu, un régimen en caída libre

Israel lleva doce semanas de grandes movilizaciones contra la reforma del poder judicial del Ejecutivo de coalición liderado por Benjamín Netanyahu. La presión popular ha hecho mella hasta el punto de que el ministro de Defensa, Yoav Gallant, pidiera públicamente la interrupción de la tramitación, declaración que le valió su destitución inmediata. Ante el empuje de la calle, los partidos del ala ultraderechista del Gobierno presionan para que la tramitación continúe. Finalmente, el Ejecutivo decidió ayer retrasarla hasta el verano.

La nueva norma plantea, entre otras cuestiones, modificar la composición del comité que elige a los jueces, dando mayoría a los representantes gubernamentales. Además, propone que la Corte Suprema no pueda revisar y anular leyes por mayoría simple; pero, por otro lado, sí daría al Parlamento israelí la potestad de anular fallos de la Corte Suprema por mayoría simple cuando estos afecten a leyes aprobadas por el Parlamento. El proyecto de reforma modifica la actual relación de poder, inclinando la balanza a favor del Ejecutivo y Legislativo en detrimento del Poder Judicial. Una maniobra similar a la que han intentado otros Gobiernos, como el polaco o el húngaro en Europa, y cuyo objetivo es subordinar al poder ejecutivo las instancias judiciales que fiscalizan la actividad política. En el Estado español, la lucha por el control del poder judicial también es encarnizada, pero se da en otros términos, dada la genealogía franquista de una alta judicatura tremendamente retrógrada. En Madrid, los conservadores no necesitan reformar la justicia, les basta con que siga como está para controlar al poder legislativo, cuando este no es afín.

La instrumentalización de la justicia y, sobre todo, la eliminación de los contrapesos entre diferentes poderes son algunos de los peligros que laminan las maltrechas democracias occidentales, aunque hay que realizar un esfuerzo de abstracción excesivo para obviar el apartheid al que someten a los palestinos e incluir a Israel en este grupo. Con todo, la reforma de Netanyahu desliza a Israel por una pendiente abiertamente autoritaria también en lógica interna, una noticia nefasta tanto para los menguantes sectores democráticos que habitan el país como para los palestinos.